Pensamiento excedentario
Este texto es un fragmento provisional, en la medida que a
pesar de mencionarlo no refiere a lugar exclusivo sino segmentado, contactado
invisiblemente en un no tiempo, con los mismos actores y durante un espacio que
no cambia, un escenario que resiste. También porque refiere a unos campos sin
desarrollarlos directamente, sino a distancia, de manera oscilante e
indeterminada, dejando el campo excedentario a la re-añadidura siempre inédita
y que sea siempre punto de religar un hilo que vincula a la crítica,
interpelando por su soberanía que alinea con la conciencia como lugar molecular
–territorio público, del estado-: un estado líquido de las cosas que a pesar de
valer(se) de tiempo, su condición de posibilidad pasa por descomponerlo y fluir
fuera del mismo (por fuera de su circularidad vulgar y del círculo mismo) para que irrumpa y hable el cuerpo en tanto
espacialidad energética cuya complejidad material es alcanzada elípticamente, intentando
con estas notas, afectar quizás en la validez de juicios y sentimientos e interpelando
a la vez, este rumbo práctico de formas y actos del Mundo (modernidad).
A
salida y entrada de siglo (XX-XXI) cualquier estado que haya reformado sus
instituciones de legitimación política, bien promete gravitar entre viabilizar
disensos y administrar consensos, condiciones mismas de liberalismo democrático
pluralista[1].
Aplicada a territorios específicos, la crítica a las mediaciones hegemónicas se
remonta al campo de la cultura política en general, a una epistemología de la abstracción que es donde manifiesta
campos de fuerza constantemente movilizados, en correlación institucional y
territorial de lo que implica luego una razón nacional y pública. Hay una
vinculación colectiva, a los cuerpos como flujo de fondo, lo que significa que
estamos ante una crítica sobre lo dado del sentido
público universal, sobre-movimiento que atraviesa y ata las relaciones sociales
vigentes.
Dicho localmente, el centralismo
institucional moderno refiere a una cultura política mediática entonces, cuyo soporte histórico y teórico -de hegemonía
estatal nacional (boliviana por ejemplo)- tiene en las instituciones la
principal vehiculización (reflexión) estructural y orgánica que, asimismo, cede
a demandas colectivas manifiestas diversamente, siendo en todo caso éstas, expresiones
y productos posibles de disponibilidad social (Zavaleta, 1986), al
contrario de una realización sólo vertical también su imagen energética es
horizontal, es decir de centralidad múltiple, en grados o situaciones distintas
de expresión. Estado y cuerpo llaman[2] al discurso crítico institucional señalando
así otra cifra aún anterior donde ley, razón y conocimiento difieren entre sí,
una y otra vez: la escritura del conflicto se cierne como imagen irreductible a
la institución social, como soporte crítico a la libre y legítima participación
política y como circularidad pública institucional territorial involucrando en
dicha imagen fuerza que a la vez señala
y codifica la espacialidad energética de
poder y violencia -hueso hegemónico-[3]
dispuesto a formar (afirmar), transformar (oponer) o reciclar lo conservador y
su acumulación en el Mundo.
Este es un movimiento de excedencia, donde cualquier
campo de disenso y de interpelación implica descifrar entrelazos éticos y
estéticos de la acción humana involucrada que, según pertenece al orden
universal virtualmente único y posible en nuestro saber institucional –tiempo
moderno-; patrón que se manifiesta entonces como voluntad emergente de realidad
material en descomposición y transformación permanente, que vemos relacionada
asimismo al sentido social amplio y de concurrencia histórica: fuerza cuya imagen crítica y decisiva
(su condición de materialidad explosiva) corresponde también a una imagen -irrupción de multitud- en el
comportamiento político colectivo, por ejemplo en Bolivia (Zavaleta, 1983)[4].
El punto de partida es disenso que regula el juego del acontecimiento institucional en
cuanto ruta, paradoja significante y
escenario mismo de la hybris, en que
la sola acción excede asimismo el
discurso de la dominación –cualquiera sea su carácter, inversión, cobertura o
complejidad opresiva- su dialéctica cuestiona toda identidad de la
institucionalidad pública y su soberanía material misma. No se trata de una
mera hipótesis para despejar las cosas que preocupan en su propio movimiento u
operación (tiempo, flujo), si no fuera de
manera excedentaria, o sea a condición de ir o venir más-allá de su evidencia,
aparición o anunciamiento determinado.
Veamos brevemente esta excedencia a partir del
siguiente análisis, que emerge de una posibilidad
que, entre múltiples meandros de dominación en el mundo, grandes poblaciones
por ejemplo indígenas, hayan sido incluidas –excluidas- de singular manera, o
mejor, de la única manera histórica-civilizatoria posible, esto es, cuando el
estado les otorga derechos como indígenas: la ironía del derecho produce aquí
el nombre propio positivando las
huellas de lo civil, étnico o de nacionalidad[5].
Requisito de igualdad por demás importante –crítica-
en un clima de democracia hegemónica (múltiple centro representativo), donde la
manifestación misma de igualdad a través del derecho, que acredita el registro
positivo pleno (democrático y constitucional) supone, excede y a la vez condensa
y dosifica la partición (participación) legítima
y excepcional como persona jurídica,
ante los demás, ante sus iguales y ante sí.
“…
Aquí, donde pasa ante sí mismo y ante los otros por un individuo real, es una
manifestación carente de verdad. Por el contrario, en el
Estado, donde el hombre es considerado como un ser genérico, es el miembro
imaginario de una imaginaria soberanía, se halla despojado de su vida
individual real y dotado de una generalidad irreal. El conflicto entre el
hombre, como fiel de una religión especial, y su ciudadanía, y los demás
hombres en cuanto miembros de la comunidad, se reduce al divorcio secular entre
el Estado político y la sociedad civil. Para el hombre como bourgeois, ‘la
vida dentro del Estado es sólo apariencia o una excepción momentánea de la
esencia y de la regla’…”.
(MARX, 1844: 6-7. Comillas que citan a Bruno Bauer en su crítica de la cuestión
judía y la cuestión de la libertad general humana. Yo subrayo).
Institución individual, el nombre propio
otorgado, resulta en despojo: centro irónico de la democracia liberal,
individualidad étnico-cultural luego. Mientras la colectividad diversa y plural
garantiza la imagen de estado moderno corresponde un desafío temprano y
decisivo, condición de agotamiento del sentido racional nacional (público-estatal
y humano) que implica atravesar lo
plural en su alto sentido de emancipación[6].
Consideremos antes, que a pesar de la imagen de diversidad, entre las
consecuencias de concebir de manera unívoca el centralismo democrático, lo
plural-liberal como igualdad total finalmente: donde la propia excedencia de
tiempo y/o de sentido como posibilidad y meditación crítica, viene abstraída o
filtrada a condición de este concepto de democracia en general, esta especie de
pragmatismo universal-democrático, donde el derecho a la participación y la
identificación étnica, viene implícito como condición representativa, como algo
dado (promesa por fin incluida).
Lo constitutivo del círculo estatal implica
que cualquier institución, históricamente, cuenta con su propia condición de
territorialidad y que por tanto detenta localidad institucional. Autogestión
que es donde toda institución respira por el estado o resulta atravesada, en
cualquier situación y circunstancia como mundo, por la forma múltiple y simultánea del valor (Marx, 2008)[7];
por ello especialmente, cuando toda estatalidad se sabe abierta y/o en
transición, involucra sistemáticamente toda posibilidad excedentaria de
sentidos (valor). Echemos una mirada genealógica específica respecto a la
conformación de territorialidad singular moderna, a partir del sentido total de
“Historia”, como parte del ejercicio de virtualidad estatal, la utopía de un
texto social total (democrático), toca el fondo del problema ontológico que
evoca e implica, por otra parte, la posibilidad (imposible) de una imagen
evolutiva sin relaciones de dominación (universal y permanente –eterna-).
Tal crítica busca mostrar que, al referir cuerpo
como medio y texto de genealogía virtual, espacial y compartida, pone de
relieve el carácter territorial de la cuestión del nombre (“sujeto”), donde si
hubiera algo que se encuentra en calidad de pragmática, implica gestionar
tiempo: diferencia relacional y espacial que en la institucionalidad viva
involucra y desata recurrencias: circularidad que articula inercia temporal. Es
decir, la inercia también involucra movimiento y por ello mismo, resulta en
campo de operación –fuerza- paradójica
comprensiva y transformativa, desde el cuerpo que entonces se (re)conoce
individual y común, público y estatal, en cuanto espacio vivo, en crisis constitutiva.
La pregunta anterior a la pregunta por la deuda conceptual que las emergentes ciencias
del hombre hacen, se concentra en las formaciones
sociales (Viveiros de Castro, 2009. 2010) y el desplazamiento de
perspectiva postestructural que proponen se dirige justamente así, a la
desclasificación y desfragmentación disciplinaria del conocimiento, desplazamiento
del patrón ontológico crítico y su expresión de análisis epistemológico: precede,
deshecha y re-añade respecto a la clausura estructural del conocimiento y del
conocimiento del hombre precisamente, de la sociedad y su estructura, por lo
que más allá de la antropología misma como tal, en la medida en que se desplaza
como “teoría de descolonización del
pensamiento” (V. de Castro. 2009. 2010: 14) afecta a la forma de la
pregunta, la transforma deviniendo la misma hacia una cuestión deficitaria en
el saber del conocimiento que sobreabarca y no excluye el tránsito y ejercicio crítico
de la disciplina ya contrapuesta u opuesta a sí misma en su saber
estructural-social, pasaje analítico sin embargo a distancia del discurso
científico y epistémico social en general e interpela su análisis crítico mismo
(toda teoría crítica), aspecto que es resaltado por V. de Castro (2009.2010:
14) en su propuesta de “reconstitución”
antropológica cuando necesariamente, el análisis crítico se vuelca sobre sí
como disciplina y como conocimiento práctico –meta-crítica del nombre como escritura y expresión-, a
partir (y a condición) del desciframiento escritural; clausura y atravesamiento
de sí, esto es como contra-valor del nombre (y) del hombre común.
Apelo así a la ontología crítica, tradición
de pensamiento cuyos comentarios aplican al tratamiento documental,
meditaciones y alternancias; a una cabida posible –de huida también- en la
institucionalidad insurgente posible (localidad democrática intercultural y
paritaria emergente -a sus multiplicidades y pugnas en Bolivia, por ejemplo),
como diversa nación moderna: registro que interpela entonces mismidades del
círculo, la suplementariedad infinita del centro, la complementariedad del
movimiento de propiedad por sí y sus
límites abarcantes para sí, que
singularmente persiste en estabilizar un régimen único de representación, mundo
moderno que según se muestra, se reitera, se reproduce o se segmenta entonces,
como estado crítico.
Condición o huella de presencia y
des-aparición, excedencia, atraviesa un
arco metafísico de ausencia; más allá de no-presencia, salvo como rasgo incompleto, perfil invisible de
sentido. Solamente a partir de esa huella excedentaria en las representaciones
damos cuenta entonces del texto como régimen de exclusividad fenoménica
crítica, como si al momento el sentido mismo regulara su latencia en un
recóndito pacto mediático y excedentario, discursivo y diferencial de lenguaje.
Por ello, el disenso al subvertir desde el excedente la institucionalidad de
aquel régimen común del lenguaje y pensamiento, aunque no aparezca por ejemplo
como una práctica o una actitud –aunque en este sentido toda inercia
institucional sea práctica, voluntad
que se inviste de actitud (ética)-; una decisión quieta, es primordial para el
estado en la misma proporción de posibilidad primordial de su descomposición y
anulamiento.
Es así que los pactos institucionales del
disenso constitutivo, representan este juego de presencia; mientras que, en lo
dado aparente, la calidad de pacto –y de la pugna- declina, luego es
representada como totalidad real pues viene en re-presencia del círculo vinculada
a una triada (imagen piramidal) -ser, saber y hacer-. De manera que es el
círculo que sostiene y vincula aquí al modo
crítico la expresión clara, diferible
y abarcante (Spinoza en Deleuze, 1996:
104; 225; 319). Se legitima y materializa así una institucionalidad genealógica
moderna como comprensión céntrica (ilustrada, esclarecida) a la vez que las
formas institucionales pragmatistas (liberales o marxistas), respecto a su
facticidad institucional –promesa
económica- se enfocan en la producción de soportes a la seducción y adhesión,
que es donde las prácticas y actitudes se afianzan
en la virtualidad moderna de igualdad plena –política- en producción,
obediencia y consumo[8].
¿Qué ocurre cuando hay un gran consenso,
respecto a la contradicción mediada
entre producción y consumo? Por ejemplo, midiendo la renta reducida a la
satisfacción matemática que representa (calcula) un determinado producto en la
especificidad del cuerpo (“por cabeza”),
produce a su vez una lectura instrumental individual, cuya apariencia real
literal involucra un gesto que
determina y a la vez abstrae espacio (cuerpo). Entonces esa producción de
imagen implica movimiento que afecta, pues resulta en huella propia pero
excedentaria –un tiempo y un
des-tiempo-, como apariencia de aquello que suspende y olvida –esconde-, y al
parecer expresa en un déficit,
agregación o impulso, a través de –emergiendo- contradicciones decisivas:
práctica instantánea ida y así des-conocida que según nuestra preocupación,
legitima aquella operación dialéctica representativa –un dato ineludible a
saber y descifrar-, célula o elemento que sin ser ni saber vincula –consolida- tiempo,
trabajo y valor (Marx, 1867-2008; Derrida, 1995). Así posicionamos un análisis
en acción de desciframiento, de múltiples excedencias posibles, que suceden en
la institucionalidad práctica moderna, de sus posibles como necesarias rupturas
–vanguardistas y populares también- para intentar dar con esa imagen de
estructuralidad tradicional dada y vigente en el análisis crítico contemporáneo
(Chakravorty Spivack, 2010)[9].
Es importante remarcar que, el itinerario de
búsqueda de totalidad céntrica involucra promesa y seducción y, puesto que
abarca cuerpo y valor, es un fenómeno energético contradictorio y complejo,
simultáneo, así que aquello que el punto céntrico invisibiliza (pero alucina y
desea), media o suspende, lo que a la vez, pero de otra manera manifiesta, como
espacialidad energética segmentada en
sus límites reales y adecuados al aparecer y creer ser colectivo, social y particular. Es complejo porque a su
vez, este movimiento excedentario, manifiesta lo que en su entrelazamiento
resulta más allá de lo establecido por aquella regularidad dada de sentido,
como juicio previo que, en el relacionamiento social e institucional entonces
es –nuevamente- constitutivamente crítico.
Como punto céntrico pretende totalidad, caso
de cualquier institución hegemónica en las democracias formales o de pacto, esa
crisis manifiesta algo en abstracción, la paradoja de un fenómeno que a
la vez es coartada y despojo del cuerpo: en el juego complementario con los
límites diversos y contradictorios (como lo genérico/específico
del derecho a la libertad y la propiedad por ejemplo, en determinadas situaciones
y contextos) que es de donde también el pluralismo absorbe su validez digamos
universal institucional y así también su circularidad localizada (jurídica y
jurisdiccional ficticia, como promesa íntima y situacional general) –un resultado legítimo aparente y diferido-.
Ese valor dicho críticamente es así
una temporización[10],
una condición temporal aparente que se muestra como condición irreductible en la fundación de nombre, un
instrumento práctico para pensar la crisis
fundamental, como fuerza que a su
vez es envío ético que marca la institucionalidad como estado de las
cosas y de cómo la seducción estatal (violencia) materializa y dosifica la ley
en general (Mouffe, 1998)[11].
En este sentido, la ruina estatal deviene,
precisamente en ese diferir, como aspiración de la entidad prerrogativa y
burocrática, esto es, de la presencia
durando en el tiempo como propiedad
pública, plena y disponible: soberanía
de la consciencia institucional por sí y para sí estatal, que representa y
desea –recicla- en la promesa la hegemonía de la ley renovando y diversificando
la crítica en cuanto fenómeno constitutivo y vigente (condicionante) en la
propia modernidad[12].
Los pactos estatales que se suponen de
envergadura liberal, moderna y constitucional emergente (nuevas), nos advierten
( “irrupción de multitud” refiere aquí aquella imagen zavaletiana que lo
muestra) esto es que el déficit crítico se torna en materia social –magma, energía
que acumula y encarna-, en las excedencias sobrepasando la figura que, al
descifrar la promesa constitutiva y su estructura imaginaria, remarca
todo hueso hegemónico en posible descomposición espacializada (territorial) en la consciencia, lugar por donde pasan –suceden entonces- afecciones -mecanismos
y dispositivos- que regulan una estancia institucional cualquiera –fuego
intimo-; pero como fuerza, llama también a interpelar cualitativamente
esa misma racionalidad, que escamotea y despoja en tanto consciencia, común y pública
(obediente).
De tal manera irrumpe la contradicción e
incompatibilidad pública contemporánea -a veces falaz- y agenda el intercambio
dicotómico, expresado entre pluralismo y centralismo institucional, en el
propio ejercicio de derechos integrales emergentes, a partir de cualquier
contradicción falsa o aparente en todo caso, co(m)promete y así mismo materializa
la norma, la aplicación y la regla, en una agenda quizás hasta contraria e
inversa a su razón histórica constitutiva[13].
Pero si bien su razón orgánica opera obediente, siempre irrumpe un mandato,
cuya fuerza por ser ética implica pensar un fenómeno
práctico que compromete: acredita, reproduce y también transforma lo
habitual dado y natural (material).
Meditemos un momento aquí esta
imagen inversamente constitutiva
propuesta, por ejemplo del sentido libre
y libertad y luego libertades, que vincula al preámbulo de las
mismas y de los derechos hoy, es decir a la idea
total (mítica y genealógica, acumulada y acontecida, concebida) en la
llamada antigüedad y edad media del devenir occidente equivalente a cristiandad –armazones de (la-esta)
humanidad-. Un dato que originalmente es sentido de tales términos (libre,
libertad y libertades) implicó la conciliación literal –monetizada- de una
deuda relacionada al trabajo como carga impositiva dada al señor –ban,
noble y/o eclesial (LeGoff, 2002: 54)-, quienes al disponer de la
tierra en el arreglo virtual del modo
feudal-imperial vigente, instituido y vivencial, para acceder a los frutos y
recursos de esa tierra que involucra asimismo todo recurso; también para acceder
al impuesto mismo pecuniario resulta en el
precio al que la colectividad de siervos intercambian por/con su propio trabajo,
intercambian en y para dar uso productivo de la tierra y así de la vida. Son
trabajadores emergentes y embrionarios de formas contemporáneas, modos de
relacionamiento con la tierra y la vida (acceso, ampliación, agotamiento) en contra-posición
de quienes dominan la propiedad de la tierra en razón de sus privilegios, desde
tiempos del imperio romano, del imperio carolingio del s. VII y en el acenso
occidental desde el siglo XI hasta hoy. La palabra libres, libertad y libertades
–derechos ahora- devienen entonces de privilegios
divinos, de deudas y sangre, que como predicadores y guerreros forman por medio
de los trabajadores, una pirámide; resulta inversamente en expresión y precio del
trabajo colectivo que es dado como base (cuerpo común) para producir la tierra,
reproducir la existencia y también la riqueza.
Efecto o causa histórica, la
oscilación de propiedad-trabajo respecto a privilegios, en lo divino (origen
dado), que se articula con la tierra y con la vida y a la estructura social que
consolida esta condición imperial-feudal de la forma pública que desde entonces
recayó en la multiplicidad local, en predicadores (iglesia), guerreros (nobles)
y trabajadores (pueblos), lo que además implica avanzar en comprender las
condiciones que hacen al impulso o modo del desarrollo -agrícola segmentado-
luego en el mundo, en lo que atinge una gestión poblacional en base a regular
aquella estructura social necesaria: de “productores y apropiadores” resume Ellen
Meiksins[14];
más allá de una estructura social sintetizada en sus dos figuras
dialécticamente contrapuesta, estamos
ante una espacialidad imperial continua –persistencia del trabajo y cuerpo como
condición constitutiva de común generación energética, escritural, productiva-
realidad que implica consideraciones precisas que en aquel tiempo y hasta hoy, implica
un tipo de sociedad superada esta vez por el capital secular, aunque extendida estratégicamente
y sin pausa como modo de humanidad –“la cristiandad”, telos del cristianismo que la historia identificó especialmente
así-, a tiempo de precipitarse la “revolución agrícola” en base al desarrollo
tecnológico instrumental y energético en Europa con el arado, la tracción, la dieta
y finalmente la urbe.
“… tanto el capital como el trabajo son totalmente dependientes del
mercado para las condiciones más básicas de su propia reproducción. Igual que
los trabajadores dependen del mercado para vender su fuerza de trabajo como
mercancía, los capitalistas dependen de él para comprar fuerza de trabajo,
además de los medios de producción, y realizar las ganancias mediante la venta
de bienes o servicios producidos por los trabajadores. Esta dependencia del
mercado le otorga a este un papel sin precedentes en las sociedades
capitalistas, no solo como simple mecanismo de intercambio o de distribución,
sino como determinante principal y regulador de la reproducción social. El
surgimiento del mercado como determinante de la reproducción social presupuso
la penetración de este en la producción de lo más imprescindible para la vida:
la comida.” (Meiksins,
1998: 4).
Es claro que a través de un
proceso sistemático y prolongado de dominación, aquel acceso directo a la
tierra, como medio de producción, sufrió una inversión siendo los privilegios,
según vemos, un factor cultivado en el tiempo, que permite a los apropiadores de
Europa apoderarse de todo (el cuerpo, la tierra y la vida). Considerando tal
inversión, irónica resulta aquella imagen con trabajadores (productores) de la
tierra que en autonomía (como ex esclavos y siervos, sino como productores campesinos) “negocian” en la primera mitad del siglo XIII con el
rey del momento en Francia (Felipe viii -1223-1226) “arrancándole” una autorización
que concede venta semanal (lunes) de su producción en predios del monarca, a
cambio de aceptar tributo indicado el día de esos intercambios. Esta
dependencia mutua de productores y apropiadores, incide en la consolidación de
la tecnología y renueva el comercio como factor o condición de desarrollo en
tanto modo productivo, cuya espacialidad energética adquirida (modo
excedentario particular) garantiza el tiempo de la cristiandad luego, así como
garantizó (originó) un modo de humanidad,
entonces, como forma estatal vinculada extensivamente a la tecnología
energética en el cuerpo, el comercio y el mercado.
“Durante milenios, los seres humanos han satisfecho las necesidades
materiales mediante el trabajo de la tierra. Y, probablemente, durante casi el mismo
tiempo que se han dedicado a la agricultura, se han dividido en clases
sociales, entre quienes trabajaban la tierra y quienes se apropiaban del
trabajo de los demás. La división entre apropiadores y productores ha tomado
muchas formas en distintas épocas y lugares, pero una característica general
que todas ellas han tenido en común ha sido que los productores directos
han sido habitualmente los campesinos. Esos productores campesinos
han conservado la posesión de los medios de producción, en concreto, de la
tierra. En todas las sociedades precapitalistas, esos productores han
tenido acceso directo a los medios de su propia reproducción. Eso ha
implicado que, cuando los explotadores se han apropiado de su trabajo
excedente, lo han hecho por medios que Marx denominó «extraeconómicos», es
decir, mediante la coerción directa, ejercida por terratenientes y/o Estados
mediante el uso de una fuerza superior: el acceso privilegiado al poder
militar, judicial y político.” (Meiksins, 1998: 3. Yo subrayo).
La
libertad como genealogía reducida a los privilegios (origen de toda corrupción),
es decir como constitutivamente restringida por estar originariamente vinculada
a los privilegios, regula la proliferación de brazos liberados de la esclavitud
y que pueblan las nacientes ciudades y los venideros territorios, donde en
base a tiempo, se establecen divisiones del trabajo y luego de clase. El
sentido de la palabra deviene en “conciliar” la deuda impositiva emergente por
un naciente estado configurado -condensado entonces desde siglos atrás en el
hilo imperial esclavista y feudal, primero romano y luego carolingio[15],
para normalizar y formalizar –representar públicamente, esto es nombrar
(clasificar) los vínculos de privilegio restringidos y reservados
–excedentarios, críticos - en el estado feudal tardío en Europa y moderno (nacional)
en el mundo.
“Junto a las exacciones en
especie o dinero impuestas sobre la producción de los campesinos y con ocasión
de acontecimientos familiares (matrimonio, defunción, herencia), junto a las
prestaciones de trabajo que deben realizar algunos de ellos en las tierras que
el señor explota directamente (señorío o
reserva -Herrenhof-), y junto a los derechos de justicia, adquieren a
partir del final del siglo Xl una importancia cada vez mayor las obligaciones y
las tasas de rescate de estas obligaciones, ligadas al desarrollo de la vida
económica pero dependientes del poder banal del señor. Se trata de monopolios
señoriales que están unidos al aprovisionamiento económico del señorío:
obligación de moler el grano en el molino señorial (molino banal), de cocer el pan en el horno banal, frecuentar exclusivamente la taberna banal,
de no beber más vino que el producido o vendido por el señor (vino banal), o de rescatar estas
obligaciones mediante el pago de un derecho especial. En el balance general de
cuencas realizado por los templarios en sus dominios ingleses en 1185, sólo
dedican uno de los siete epígrafes del inventario a las rentas extraídas de sus
molinos. En un acta que concierne a las viviendas de !a abadía de Ramsey
aparece estipulado: «Todas los que poseen una parcela deben enviar su
grano al molino... Si un arrendatario es convicto de haber contravenido esta
obligación, pagará seis denarios para evitar ser sometido a juicio; si pasa a
juicio, pagará doce denarios.» Cuando se consigue la exención de una de
estas obligaciones, la tasa de rescate se llama con frecuencia libertas, libertad.
La palabra es representativa tanto del peso de las exacciones como del
sentido del término libertad…”. (LeGoff, 2002: 54. La movilidad social
y sus límites: la libertad y las libertades. Yo subrayo).
Por
esto es que lo imperial-feudal, como hilo genealógico del sentido libre,
libertad y libertades, hace a la racionalidad pública colonial y
republicana nacional que persiste y resiste en las transiciones modernas
liberales –neoliberales y plurales, tardías- de hoy, como posibilidad
ineludible de saber pasar y transitar –urgentemente descomponer- sus pautas de
memoria pública.
Y así se podrá encontrar
interminables ejemplos segmentarios, excedentarios, relacionados al mismo hilo
(vínculos). El relacionado al juicio
que corresponde a acallar la razón, articula la crítica de manera segmentaria
ya no solamente gestionando tiempo o a través del tiempo, sino y especialmente con
el propio lugar-sin-lugar líquido que supone aquí la conciencia como escritura
del reflejo y más allá del mismo y de su razón de ser común y constante, cuando
la excedencia refiere a lo absurdo o irracional, a lo desquiciado y paradójico
de la acción humana pero que asimismo religa, irrumpe o aparece a través de la
cifra deficitaria, grotesca o miserable y que en la literatura de Kafka, por
ejemplo son interminables los trances y situaciones si no fuera que es el
excedente laberíntico de lo que expresa ésta como el aura burocrática que marcaría en la imagen de destino existencial un
punto de aquel hilo para un texto que como proto-fenómeno
entonces vincula el borde, lo oscuro y apartado (lo decadente o prohibido) con
el centro pleno del poder, como si el poder y la razón callaran activamente, improvisando
su re-aparecer para no morir- en actitud de resistir y valer en la ficción soberana y dinástica que hace (en su
decadencia y lacra) un heraldo, contra-seña (gesto concentrado –“genio artístico”-[16]),
la virtualidad como técnica ficcional donde la cotidianidad humana constela con
el sol alineado a un mismo tiempo, en muchas eras.
“Esta historia es como un heraldo que anuncia con dos siglos de
anticipación la oba de Kafka. El mundo de las cancillerías y de las oficinas,
de los cuartos oscuros, gastados y húmedos, es el mundo de Kafka. El solícito
de Shuvalkin, que toma todo a la ligera y se queda con las manos vacías, es el
K. de Kafka. Pero Potemkin, que, descuidado y soñoliento, lleva una existencia
crepuscular en un lugar apartado al cual está prohibida la entrada, es un
antepasado de esos poderosos que, en Kafka, residen como jueces en desvanes,
como secretarios en el castillo, y que, por alto que se encuentren, están
siempre en decadencia o, mejor dicho, cayendo, pero que, en compensación,
pueden aparecer de improviso, incluso a través de sus representantes más
ínfimos y desdeñables –los porteros, los funcionarios decrépitos-, en toda la
plenitud de sus poderes. ¿Sobre qué cavilan? ¿Son acaso epígonos de los
Atlantes, que sostienen el mundo sobre la nuca? ¿Es acaso por esto que
mantienen la cabeza ‘tan profundamente hundida en el pecho que casi no se les
pueden ver los ojos’, como el castellano en su retrato o Klamm cuando se halla
a solas consigo mismo? Sin embargo, no es el mundo lo que sostienen; se
trata de que lo cotidiano tiene el mismo peso que el globo terráqueo: ‘Su
cansancio es el del gladiador después de la lucha; ¡su trabajo consistía en
blanquear un ángulo de la sala de los funcionarios!’ Georg Lukács piensa en términos
de épocas, Kafka piensa en términos de eras. Eras enteras debe desplazar el
hombre en el acto de blanquear. Y lo mismo al cumplir el mínimo gesto…”. (BENJAMIN, 1986: 214. Yo
subrayo).
Desde allí, en conjunto, la imagen de territorialidad
colectiva, alinea razones y leyes constitutivas y señala hoy necesariamente la
raíz de una contienda principal, respecto a la felicidad, la libertad o los derechos
(como vía de poder, vínculo y promesa siempre laberíntica, sutil e incompleta) y
a lo que se considera aquí como consciencia
pero, más allá de la ética en tanto saber de dicha felicidad común, en cuanto
territorio-cuerpo vacío, a partir de cualquier
operación representativa racional: de ficción y despojo, miseria resulta en la imagen excedentaria del mundo esclarecido
–del saber de mundo- y su articulación
con la ilusión de tales derechos, que construye y corona entonces la promesa
pública (consciencia política), a saber, la igualdad
total como deuda (promesa de libertad,
por ejemplo), en tanto ciudadanía diferida y universal (plena), imagen de
una cuatripartición circular en permanente flujo y movimiento: i) de la
soberanía institucional de consciencia (id-entidad), ii) de la igualdad
jurídica (deslindes territoriales integrales), iii) de la universalidad del
lenguaje o pensamiento (virtualidad,
comunicación) y iv) del conocimiento de la vida (ética).
Menciono estos campos o dimensiones posibles,
como vínculos de territorialidad,
espacialidades energéticas segmentadas en la consolidación estatal que
experimenta nuestra institucionalidad moderna en tanto campos o filones de
fuerza ética para conformar ciudadanía formal y pública (igualdad justamente
política, esto es de dominación), posibilitando entonces a ensayar
articulaciones –reactualizaciones- con tradiciones del pensamiento crítico
respecto a nuestra memoria de mundo público, de sus reglas, normas y también
mandatos que, a la vez diversifica nuestras relaciones: movilización y
movilidad social emergente de luchas comunes y de larga data, modulan su razón
civil y pública, a consecuencia de la crisis constitutiva moderna (del capital)
general y particular en el Mundo[17].
Tales relaciones se muestran emergentes y
vivas a nivel territorial y escritural, lo cual posibilita descomponer y
descifrar algunas operaciones vigentes y consecuentes, en los tejidos (textos)
diversos, artísticos y teóricos, relacionados por ejemplo como figura ritual de paso, expresión de
modernidad en tanto crisis o ruina estatal: ética, relacionada a tiempo,
apariencia y localidad.
Analicémoslo ahora con el neopragmatismo crítico (Rorty, 1993), que de manera sistemática interpela a la
fundamentación racional, como punto de partida para cualquier justificación
teórico-institucional de principio donde se señala la apremiante necesidad de
desarrollar un ethos democrático
articulado a constante persuasión pública. El pragmatismo de Richard Rorty
parte de una meta-crítica, pues se vuelca críticamente sobre la crítica, por
ejemplo norteamericana que rescata a Jacques Derrida por la aparente “rigurosidad” privada de sus argumentos,
versus un instrumental juego público
e irónico de palabras, contradicción aparente entonces –dicotomía entre lo
privado y lo público- (Rorty, 1993:
170-171)[18] y que
sin embargo trascendentaliza -duda y
reduce- o por lo menos relativiza a la deconstrucción
en su vínculo crítico práctico (colectivo y además público), respecto a la
posibilidad diríamos aquí de un pensamiento
excedentario que por lo tanto piensa esa deconstrucción como posibilidad
práctica y real (siempre riesgosa) de contra-valor.
De acuerdo a Chantal Mouffe, el neo pragmatismo crítico de Rorty,
proclama lo sensible al apelar a un
sentido común contextualista puesto que en ningún caso las elucubraciones
fundamentalistas han acompañado o permitido procesos reales de libertad en
comparación, por ejemplo, con una obra como La
cabaña del tío Tom (Mouffe; 1998, 20) o “…
caricaturistas como Trideau y Herblock en los estados Unidos…, tienen mucho más
potencial crítico como ironistas públicos -…- que los filósofos…” (Rorty,
1998: 95 en Mouffe, 1998: 20). La conformación de este ethos no necesariamente
involucra la razón como igualdad, sino es a partir de un YO contextual e
histórico “… proceso complejo y diverso
de prácticas, discursos y juegos de lenguaje…” (Mouffe: 1998, 21). Estamos
tratando así con un discurso institucional democrático sobre la práctica útil -productiva– del lenguaje público,
subrayando la cualidad práctica manifiesta (la utilidad común) referida a
procesos de libertad reales para la consciencia, apelando a lo bueno –o lo malo
entonces- (lo ético) de ese gesto: lo sensible allí -como espacialidad común-,
apela entonces por algo dado que queda fuera de toda
contradicción (recurrente), listo para el acometer público: la fuerza ética.
En relación a esta corriente crítica, nos
interesa la operación que da (toma el hilo) separando las concepciones
metafísicas nada eficaces en que los clásicos liberales se basan, planteando en
su lugar “otra” universalidad emergente, donde la institucionalidad precisa
extenderse para garantizar la libertad institucional plena e igualitaria que no
hace necesario derrochar reflexiones trascendentales y vanas; no habría
disensos substanciales al orden representativo de la institucionalidad moderna,
es decir democrática, estabilizadora por excelencia. En resumen, no se estaría
formulando la pregunta correcta, dado que hasta hoy no hubo en los hechos
desplazamiento de un paradigma (moderno) de lenguaje por otro.
Ahora bien, lo que implica aquel complejo
proceso de contextualización institucional a través de prácticas, discursos y juegos de lenguaje, se refiere a
des-formalizar parámetros institucionales sedimentados, descentrando el poder
administrativo, desregulando la economía (diversificación) y ampliando el pacto
estatal que garantice la múltiple identidad étnica y genérica, coherente con
una nueva práctica global y una sistemática proyección y transformación
educativa. En tal articulación radica la importancia de la conformación del ethos democrático respecto a la
extensión estatal, arcaico sueño que recoge la modernidad. De allí deriva este
neopragmatismo entonces que, sobre pautas de descomposición institucional
general, es necesario considerar en su itinerario la necesidad y
responsabilidad por el desciframiento y análisis crítico, precisamente, más
allá de la autocomplacencia teórica que irónicamente articula con corrientes
libertarias y social-progresistas; pero como operatividad pragmática misma que,
a través de los derechos humanos tiene en el individuo como ente centro “… previo a la sociedad, como poseedor de
derechos naturales, maximizador de la utilidad o sujeto racional…” (Mouffe:
1998, 22), es decir desde el sujeto
que (auto)determina, a la cabeza de Richard Rorty. Más allá de un
desenmascaramiento teórico posible, ello nos retorna al umbral de la crítica
respecto al Ser, construido en razón de presencia y del círculo: pues produce
al sujeto prometido y fiel universal a la lealtad
y adhesión institucional, obediencia orgánica aparente y realizada[19].
La artillería crítica del neopragmatismo es
de crucial importancia, entonces, en el debate donde nos encontramos bien
entrado el siglo XXI dado que al parecer toma bandera socialista, respecto a interpelar
la democracia neo-liberal por ejemplo a propósito de aperturas
constitucionales, gracias a emergencias y mandatos, a luchas sociales
organizadas (de trabajadorxs) en América Latina, Caribe y el Mundo, pero que
conforman reformas sociales y democráticas diversas y estratégicas aun en medio
de un capitalismo sutil y campante.
No sólo ante la imagen de necesidad-acción
del propio estado por ampliar sus fauces en aras de “… una mayor dosis de liberalismo –al que [Rorty] define en términos de promover la tolerancia
y minimizar el sufrimiento- y un creciente número de sociedades liberales…” (Mouffe:
1998, 23) o porque aparentemente el neopragmatismo se desempolva de
racionalismo iluminista, del cual la institucionalidad occidental en general
(hasta sus extremos) es todo y parte. Es un rastro de influencia analítica
manifiesta de Rorty en Derrida, pero como simple y “… admirable objetivo cultural de largo plazo…” (Rorty: 1998, 94 en
Mouffe: 1998) y con la cual aparece operando en común una crítica a la
metafísica europea, escenario donde intercambian el análisis desde la propia
posición, como localidad periférica,
sería entonces posible el perfil de un neo-pragmatismo americano, de Rorty en
su caso, en la institucionalidad estatal moderna.
Un problema que interesa de paso por aquí, en
medio de este diverso extremo occidental del pensamiento de América, es saber
cómo se hace si se lo hace, aun sea indirectamente, y cómo expresar esa localidad, desde la imagen de periferia
respecto a Europa (“América”). Luego, si tal imagen que lleva a frontera implica, acompañados por
Derrida, una actitud práctica recurrente o cíclica, que supone quizás no
voltear la página frente a la metafísica occidental misma, suponiendo así
operar una virtualidad secular
heliocéntrica y si todavía es posible otra práctica de pensamiento, más
allá de aquella consciencia dada en violencia (sufrimiento)[20].
Y una respuesta a eso a parecer, no es
relevante para Rorty, aunque acepte esa huella de paternidad griega que se
filtra en los discursos de mayor alcance fenomenológico, ontológico y
onto-teo(teleo)lógico y en las disciplinas relativas a tal pensamiento y
consciencia; justamente por lo romántico
del compromiso, aparentemente no le interesa: “… Como alguien entrenado en la filosofía, muchos de mis arranques
románticos salen del triturador de la metafísica. Como ciudadano de un estado
democrático, no creo que el triturador de la metafísica sea –excepto en el
largo plazo- de mucha utilidad.” (Rorty: 1998, 96 en Mouffe: 1998. Yo
subrayo). Esta posición resulta asombrosamente coherente en escenarios
reducidos o privativos, en la localidad como reducto decible y decidible único
y común, en los hechos como
consciencia propia y privada, núcleo civilizatorio en crisis cuando la práctica
por sí misma justifica el curso veloz de procesos vivos en la espacialidad
pública (biopública); cuando refleja en la práctica los actos de trabajo de las
élites conservadoras institucionales modernas y sus intereses o privilegios,
aun en escenarios de intensidad democrática, tales son tomados ya como reflujos
revolucionarios cíclicos. Así resultarían comprensibles y necesarias también,
algunas consideraciones críticas al discurso en el dualismo sujeto-objeto: todo
discurso-ciclo dicotómico, representativo-político impactando en la mirada libre, que detenida en esa narrativa de
inercia aparente (metanarrativa finalmente) constituye, permite y sostiene el logos del círculo y su práctica[21].
En su crítica, al pragmatismo no le interesa
la cuestión de la verdad, equivale decir –según dice Rorty- ir de la
“Apariencia” a la “Realidad” (Rorty: 1998, 96 en Mouffe: 1998); sino que busca
o culmina en una necesidad -herramienta (reforma del lenguaje)- “… la política reformista democrática –que
es, creo, la única clase de política que se necesita en fuertes democracias
constitucionales como las de Inglaterra, Francia y los Estados Unidos-.”
(Id. Pág. 43). Nuevamente, creo que también aquí es posible y necesario, intentar
alguna comparación crítica, cuando se busca engrandecer el estado cabalgando la
ética universal de derechos
constitucionales (universales), esgrimiendo el imaginario virtual acumulado como
fuerza práctica en las reformas democráticas públicas, globales (liberal
socialistas incluso) y ponderando digamos, sólo estratégicamente los mandatos a
largo plazo o a nivel general -postergarlos-, en las creencias y especialmente como
prédica de la promesa presente. Somos
socialistas, pero mañana, corresponde así una posición no tan nueva pero
práctica: de transición real-capitalista. El neopragmatismo, entonces, temporiza pues pondera la ironía privada
de gran aliento (etapa posterior) y se interesa por la ironía pública de cara a
pequeñas pero útiles reformas que alivien cada vez más y mejor el sufrimiento
de lxs otrxs; no da cuenta de la
crueldad humana como tal, sino de reformas que con más gente que se preocupe
por el sufrimiento del prójimo, hagan algo institucionalmente posible (lo
imposible).
¿Podemos estar en desacuerdo con fenómeno tan
pragmático y evolutivo en que resulta una consciencia soberana basada en dicha
contradicción? En la falsa inocencia del problema filosófico que involucra al
idioma, la ley o el mandato, toda ética luego, sabe de la autoridad
institucional que construye, justifica y descifra como acción representante más
común; que desde hace miles de años irrumpe como violencia esclarecida
(Derrida, 1989: 109)[22].
Dejemos oportunamente relucir las reformas
institucionales en un silencio activo y crítico, dando oportunidad al círculo,
viajando en él, en movimiento crítico compartido; reivindiquemos el
desciframiento de un texto que es materia
de la institucionalidad metafísica del ente en el poder justo de su excedencia presente y quedemos
donde se manifiesta, como tal, en el fenómeno que precisamente excede a ese
discurso institucional guardado como “democracia”, “reforma”, “revolución”,
“transición”, etcétera. Averigüemos en el mundo, dice Simón Critchley (Mouffe,
1998), más allá de las fuertes democracias del atlántico norte como el transcurso de compromiso de poder
temporal lineal posible; vayamos a descifrar por ejemplo no sólo esa coartada
temporal y práctica frente al discurso filosófico de Rorty (Mouffe, 1998: 43)[23],
como al accionar genealógico crítico de la institución neoliberal o liberal
tardía (plural) en nuestra historia, sobre sí, es decir sobre la consciencia
como materia desformalizada y localizada viviente, cuya escritura y moneda de interlocución y expansión se
vincula, solamente así, al estado moderno. Meditemos mejor el juego, sobre los límites y también sobre
otras posibilidades de materialidad energética y productiva, apostando
públicamente (espacialmente) a su ruptura creadora y no al reciclamiento teórico
simple e inerte del tiempo sobre sí.
Resulta
imposible eximirnos a las excedencias ni a la paradoja del Juego, como desciframiento permanente y necesario de la cuestión de
verdad, de libertad(es) y de derechos; esta imposibilidad de totalidad llega al
límite de lo que declara y, más allá ya del planteamiento rortiano, la coartada
respecto al tiempo –“largo plazo”-
constituye por eso un juego de verdad siempre posible, imposible de eludir, por
apelar precisamente un devenir narrativamente vivo –el tiempo-. La coartada de
tiempo no sólo es posible aquí gracias al cálculo de conocimientos prácticos y
continuos –que se envían justamente como tejido, historia-; invita a suponer la existencia de espacialidades
vinculadas además de modélicas, también discontinuas o segmentadas pero
simultáneas (colectivas, privadas, públicas, masivas, personales, íntimas,
diferentes), admitiendo la posibilidad inter-dispositiva de formas
metafísicamente establecidas -régimen de cambio no siempre racional- como
sistema economía-mundo (Wallerstein, 2016)[24],
relacionado al tiempo, lo que referimos como virtualidad, localidad a su vez, del problema filosófico respecto a
la falsa contradicción, a la temporización e impacto práctico (público, pragmático)
como institución –conciencia-.
Esta
operación de uso, imagen al parecer
ya dada (ya es sabida), legitima el espacio ordenando los hábitos y
reproduciendo las formas, lo material e inmaterial del valor así, se cultiva;
de eso trata la economía del tiempo –el hecho de que su régimen aparente
origine el valor como fetiche (Marx)- caracteriza a la era moderna como tiempo
expansivo, civilizatorio, heliocéntrico; forma temporal donde la analítica
crítica observa el tiempo concentrado, figura de soberano (ciudadano rey, masculino), figura total en cuya
órbita convivimos un lapso claro-oscuro –circularidad que por referencia es el
sol en movimiento- imagen propia y general (céntrica), como proyecto, coartada y armadura
naturalista, que la historia expresa en cuanto lugar y modo originario de
modernidad segmentada con temporalidades que exceden a la forma imperante. Ya
ocurrió, es un ejemplo –un espejo-, siglos antes en el Mediterráneo europeo -y
sus mares interiores- cuando sobre-pasa la “segunda edad feudal” (LeGoff,
Op.Cit) y de la ciudad-estado luego, para que en los siglos XIV y XV se
consolide la ciudad territorial el “Estado urbano” [25],
espacialidad global-territorial y des-territorial que, gracias a las
revoluciones agrícolas tecnológicas entre el siglo XI y XIII, se hace posible
luego, una expansiva consciencia global espectral
del conocimiento y de este Mundo en crisis[26].
La
razón práctica es compleja, aunque su desciframiento es simple, más intuitivo
que racional propiamente dicho, esto es metafísicamente pensado: supone que,
por ejemplo, hay una estructura de
poder imaginada natural, de allí saca
su supremacía material (su autoridad
axiomática dada), que se manifiesta en cualquier contradicción aparente, agendada: según vimos, la actividad
política (lo público) y la esfera estratégica, por ejemplo y en su inercia
también, salvo respecto al “largo plazo”
–y a excepción de lo privativo, esto
es del privilegio-. Ahora bien, complementando
con el sentido en cuanto juego y
dispositivo de verdad, en esta fuerza ética
(campo público por excelencia) observemos que el privilegio concurre en la virtù y la
fortuna que también es la felicidad, ambos de singular y decisiva acción en el tiempo – “momento maquiaveliano” (POCOCK,
J.G.A. 1975)- éste
de la fórmula energética aquella –un momento de transferencias y
desplazamientos- donde irrumpe un origen tipo
que implica aquí soberanía común: modo
imperial feudal que es cuando un entendimiento
de la felicidad en tanto modo común, figura, será asimismo el rasgo
y fenómeno aparente, reflejo de conciencia moderna –virtualidad secular y oceánica (atlántica)- en la memoria pública nacional
y popular (secular y expansiva)[27].
“…it was recognized that political society was, when
viewed in the concrete, a secular and consequently a time-bound phenomenon. The
province of philosophy was not perhaps extended to include the provision of
wholly temporal modes of intelligibility, ways of understanding the time-bound
from within secular time; but somewhat outside the philosophical tradition,
modes of thought can be detected which were explicitly concerned with problems
of political particularity, with what was intellectually possible when the
particular political society was viewed as existing in time, when the
particular contingency or event was viewed as arising in time, and when the
particular society was viewed as a structure for absorbing and responding to
the challenges posed by such events and as consisting, institutionally and
historically, of the traces of such responses made in past time. An attempt will
now be made to expound three such modes of thought and, in so doing, to
construct a model which will help to elucidate what happened when the
republican ideal posed the problem of the universal's existence in secular
particularity.” (POCOCK, J.G.A. 1975:
9).
Solamente
desciframos un discurso según se manifiesta, en su irrupción y emergencia (tal
como se cree): observamos un perfil dicotómico en tanto contradicción aparente, como impulso o carga por cierto muy
práctica en la reproducción política cultural que el estado territorial dispensa,
difiere y regula en potencia (a largo
plazo). Hay allí, un presente sí, con una promesa complicada. La crisis se
explica aquí porque somos búsqueda, de felicidad o libertad, en el largo plazo
(mañana).
Luego
este tiempo figurado, que no es más que componente de un modelo de
representación metafísica (axiomática), extendida a las relaciones sociales
produciendo realidad (democrática y cotidiana), es la apariencia base de la
humanidad general en deuda, en cuanto espacio del juego adentro-fuera del
círculo, sobrecargándose en atribuciones,
en este caso de búsquedas, pero
también de satisfacciones: creer y
hacer creer resume (reduce aquí) el juego de
la moneda que
representa luego todo intercambio.
Estas
atribuciones y metáforas son deudas entonces que transitan, suplen y se ocultan
en el repertorio invisible pero decible y decidible del círculo como
espacialidad energética, como circularidad dada, es decir en movimiento de virtualidad (“ir de la Apariencia a la Realidad”:
léase, de la idea a la realidad material posible), esto es que pretende ser
verdad: hay una fuerza dada al ahora-presente en el lenguaje, que
religa y regula la actualidad material de las cosas. No resulta casual, por
tanto, que la representación naturalista deba ser descifrada y resuelta en su afección
al cuerpo general y en cuanto comprensión viva o sea como expresión de esas cosas, justamente la consciencia, debe
identificársela cuando a través del tiempo y en tercera persona, pretende decir
una verdad: cuando opone naturaleza a cultura, por ejemplo; ciencia a arte y,
especialmente, estado a sociedad; cuando se abstrae aquello que se practica y
que se corresponde en la consciencia en estado líquido, es decir, como lenguaje
institucional general que fluye franco y unívoco.
Entonces,
respecto a la conciencia como estado líquido, sin-lugar allí donde se-explica
la violencia a-sí con el tiempo y más-allá de él; no está demás insistir que,
para una consciencia “natural” de existencia, lo público y lo privado,
representan hoy en el nombre –título, imagen- un modo,
digamos dicotómico de humanidad (existencia).
La
reducción es una pretensión de verdad, para Rorty, pero también es juego: ir de la apariencia a su realidad
constituyente –por ejemplo, material, social e institucional-; para Derrida, el
tiempo se espacializa (difiere) dando
impresión al espacio escritural de inmovilidad, permanencia cíclica, viajero
inmutable donde lo natural nos es dado como único. La decisión, en este
concierto, opera en un espacio vacío, para diferir tiempo y promesa y entonces
¿cómo se deciden las atribuciones dadas así? ¿Cuándo y por qué?
Observemos
que, como análisis crítico, tal racionalidad pragmática resultante entonces, es
el espacio, es decir el cuerpo, singularmente abstraído y atravesado, por medio
del que, en prácticas colectivas arraigadas, esta forma de consciencia que se envía regula la acción (memoria) pública, social y general. Este
espacio es a su vez un itinerario que implica también imagen (de orden, método), pero más allá de ella una ruptura, un despojo,
excepción posible (pensar el excedente en su inversión deficitaria) como modo
de producción de soberanía y frontera pública en el mundo.
Entonces,
los juegos de verdad no son en sí mismo un fenómeno irreductible y único, además de una entidad clausurada posible, es modo de apariencia, un itinerario de viaje
cuya materialidad explica paradójicamente el poder del despojamiento que a su
vez expone el excedente, es decir en las abstracciones del espacio como
regulación o régimen de tiempo (transformación de tiempo abstrayendo espacio),
y sin embargo las instituciones aparentan estados
que duran en el cuerpo, sin tiempo. Se trata de una energética, una forma
material dialéctica de razón pública, que implica decisión vicaria y que
(nos)representa y (nos)reproduce en un juego no solamente metafísico sino
además y justamente común, artístico:
consciencia trágica, narrativa, sensible y afectiva, que es lo que Rorty
proclama. Entrelazados a cada momento y articulados al cuerpo, a la casa y al
fuego del uno que es lo mismo, al círculo, la consciencia en el cuerpo es
entonces aquí morada de promesa ética[28].
Pero
en cuanto expresiones consecuentes a la circularidad social, ética y estética,
dialogan entonces, porque producción de apariencias implica no solamente
invisibilidades (o visibilidades) sino figuraciones
críticas, que analizamos y conocemos entonces a través de formas y fuerzas
emergentes, como imagen: movimiento excedentario que muestra al pensar tal
fenómeno como potencia (la virtualidad): una espacialidad cifrada donde ya no hay tiempo. En esta ciclicidad sin
tiempo, acrónica, acontece una inversión real cuya cuenta es posible solamente
cuando se la descifra y descompone como tal, esto es desconstruir lo que aparece
y se presenta siendo “modo” –figura o Discurso-, es decir cuando espacializa
una producción metafísica cualquiera (un dominio, una opresión). Lo real de la
observación, implica una hermenéutica que es dejar estar en distancia (silencio) para observar y
anular (des-atar) esa energética que, desde la acción, materializa la
apariencia entonces como fetiche –la
deuda- en el Mundo[29].
Cuando
por ejemplo meditamos entonces asuntos relativos a la diferencia, del derecho
indígena, de género, permaneciendo en aquella estructura de crédito, creyendo así en este axioma: “es gibt”, “hay”, “ello da” (Derrida, 1995: 20), ya podemos aceptar de facto y
creer en el desplazamiento que en el círculo es posible ello, algo que da, pues si algo nos iguala es la idea de que todo
es posible para todxs, esto es, el triunfo de la consciencia como soberanía
universal, don esencial y aparente de
pensamiento y conocimiento común.
“…
el nombre ‘don’, aquello que el lingüista o el gramático cree reconocer como un
nombre, no sería un nombre. Al menos no nombraría aquello que creemos que
nombra, a saber, la unidad de un sentido que sería el del don. A menos que
el don sea lo imposible pero no lo innombrable ni lo impensable, y que en
este hiato entre lo imposible y lo pensable se abra la dimensión en donde hay don –e incluso en donde hay sin más, por ejemplo el tiempo, en
donde ello da, ello da el ser y el
tiempo (es gibt das Sein o es gibt das
Zeit, por decirlo anticipándonos excesivamente a aquello que sería,
justamente cierto exceso esencial del don, incluso un exceso del don sobre
la esencia misma).”.
(DERRIDA, 1995: 20. Yo subrayo)[30].
El
interés aquí por la soberanía como forma lógica práctica y natural (operativa)
de la consciencia pública, es porque establece o modula una forma de discurso
representacional artístico –libertades,
privilegios, felicidad, don-; no sólo porque sea lógico y necesario representar,
sino porque regula el centro en la plenitud de lo político, esto es que se dirige
hacia lo constitutivo y decisivo del centro: el triunfo lógico-político de la
representación, la victoria del método dado en o como un centro que se envía,
se afecta y resguarda a-sí-mismo de otro: ese es el sentido ético constitutivo
entonces de la virtualidad como juego de
verdad, el poder institucional que habla desde su frontera, que es el
propio cuerpo despojado: un territorio vacío.
Para
conocer un fin de tiempo –de una historia, de un cuerpo-, para viajar por el
círculo y especialmente para excederlo, debemos situar el pensamiento en la
acción sin acción, en los bordes, sobre el filo del círculo: una metáfora es un centro ido, cuyo fuego entonces no es,
en el sentido aparente cómo se
presenta, privilegiando un nombre institucional céntrico (lo que dice y cómo
dice), medita Laclau: “… relación representante/representado… como
la condición misma de la participación y movilización democráticas…”
(Mouffe, 1998: 103).
Adelantemos
aquí ya un aspecto que refiere a extinción,
imagen cuya importancia se relaciona a descifrar esa representación radical e
impuesta, en la singularidad de cualquier despojamiento vivo, posible de observar
y aceptar simultáneamente un despliegue singular de la crisis investida
energéticamente en el cuerpo, en reducirlo, pero también para transformarlo.
Eso señala no solamente una crítica en dirección a la teoría del saber en
general, es decir del logos universal en el centro mismo de su latencia
epistémica; el análisis crítico otorga al sentido de este uso pragmático del
saber (público) la imagen paradójica de crisis:
todo a-priori estético, ético y político sucumbe a la moneda racional común y
pública, el valor exclusivo de la metafísica (de la abstracción y del
sacrificio), que según meditamos aquí, constituye una humanidad institucional,
pública y racional, axioma y espectro
que se recicla en el territorio o en la identidad, como gesto de modernidad
general; despertando a esa palabra donde aparece el nombre[31]
y el mundo como tal, histórico
(greco-hegeliano).
Entonces,
ese desciframiento que por el contrario propone y posibilita aquí la
deconstrucción (o desconstrucción), no tiene nombre, pues se refiere a la
huella de una excedencia; a la retirada
de la metáfora donde la representación virtual se torna irreductible a una
última justificación, a su última decisión, siempre; desnudando
alternativamente una “presencia” cuya unidad (totalidad) aparece fugaz –pues no es- lo cual permite a la vez -en la
posibilidad fuertemente inversa- una infinitud aunque ficcional, imposible. La
suplementariedad muestra lo irreductible luego y paradójicamente, como
contradicción constitutiva y perteneciente al centro que, sin embargo, oscila vacío –donde todo es aparente-: en la vida, nunca hay
presencia y lo que vivimos es un des-aparecer rítmico del mundo, lo que no
exime aspirar a gestionar éticamente (alternativamente) lo aparente. Por tanto,
para tal pensamiento excedentario, la virtualidad radica en que la consciencia
misma se espera a esa última decisión en la forma plena de la acción, que a su
vez es la única posible a nivel público, como gesto de diferir, pero también de
exceder con la presencia: no interesa ya el tiempo y el instante no se
relaciona estricta ni necesariamente con la línea llamada vulgar del mismo
(pasado-presente-futuro) y, por lo tanto, tampoco con el ciclo natural,
evolutivo y aun histórico. Al contrario, la realidad de una acción así, nos excede
y exige siempre más que lo dicho y nos permite así descifrar lo aparente
(fugaz).
Un
análisis de la representación entonces, no puede menos que agotar el concepto
mismo de poder (lo público), lo que en términos de territorialidad implica
saldar esta deuda primordial con la lógica de la presencia por parte de la
analítica crítica, respecto al saber natural-religioso-único universal. “Onto-teo-teleo-logía”: contiene la
integralidad a la vez que la univocidad de un juego de poder, dando cuenta posible de ella como localidad de
texto, en movimientos vivos de propiedad singular y finita. Esta praxis implica
cuestionar la teoría y ciencia política en lo que consiste la representación,
por ejemplo, en la adhesión de voluntades en un sistema de participación territorial
concreta, que con Laclau su sentido real está “en proporcionar a las masas marginales un lenguaje a partir del cual
se vuelva posible la reconstitución de su identidad y su voluntad políticas” (Mouffe,
1998: 103): pero ¿no es la reconstitución de identidades, y así el proveer (o
proporcionar un centro), el nuevo como viejo pacto estatal que garantiza una
expansión como “formación de identidades
colectivas” a nivel de la sociedad
civil (una apariencia)? Entonces es en el sentido civil que, el discurso político institucional se hace
constitutivamente hegemónico representativo, por lo tanto genérico y crítico dado que: “…No deberíamos olvidar, sin embargo, que ha habido una tendencia
general a ver las limitaciones históricas resultantes de estos contextos como
límites teóricos de la lógica de la representación como tal…” (Id.).
Resaltemos
una vez más aquí la problemática filosófica del neopragmatismo crítico en cuanto discurso democrático en el contexto de una falsa contradicción, llevamos así
el análisis a la consciencia como acción
virtual, al pensamiento como decisión, en un movimiento de praxis que según
vimos es no lineal; por el contrario, adquiere incluso imagen obtusa, que en la
práctica implica un riesgo catastrófico y paradójico
(trágico, desviado, fallido)[32] pero
irreductible a las pretensiones de territorialidad autónoma compartida y en
ruptura con la singularidad habitual del estado local y global, a su
transformación y a la necesidad múltiple de observación; más allá de una estructuralidad
sistemática cíclica, evolutiva y de su determinación representativa; en sospecha
necesaria al simple “ensanchamiento del horizonte de la
política” (Laclau) y más aún como “cambio
trascendental acompañado necesariamente por cambios en la performatividad…”
(Id. 104), dentro de un posible, simple y a la vez complejo movimiento colectivo
de reciclamiento y expansión estatal moderna.
Es
necesario pensar el desciframiento, entonces, como actitud –un paso, una vía- contra-estructural respecto al estado, a
través del riesgo (borde, perfil) institucional de los cuerpos donde se dispone
la crítica, como excedencia y desgarramiento, como déficit del círculo estatal:
acción que aquí se medita en el propio accionar de desciframiento al que nos
manda la deconstrucción, para responder más allá de la forma a la problemática
metafísica del fetiche, en cuanto falsa apariencia, o mejor, como contradicción
aparente (falaz).
Ineludible
espacialidad (territorialidad de la consciencia), Jacques Derrida nos remite
tres referencias de esta operación en
la consciencia, enunciada en
distintas fuentes, cuya complementación interesa exponerlas como escenarios de
expresión institucional crítica (actitud, rito) en que como tal resulta obrando
en la conciencia como mandato sin
forma –“intangible”-:
1.
Cuando la decisión es acción
colectiva como deber y tendencia de movilización ética común “… Comunidad de la cuestión acerca de la
posibilidad de la cuestión. Es poco –no es casi nada-, pero ahí se refugian y
se resumen hoy una dignidad y un deber intangibles de decisión. Una intangible
responsabilidad…” (Derrida, 1989: 108. Yo subrayo)[33]
2.
Respecto al sentido
paradójico, sentido desgarrado de consciencia -un no-sentido- se muestra en
crisis el haber del presente y así del don
mismo: “… No habría don sino en el
instante en el que el instante paradójico (en el sentido en que Kierkegaard
dice que el instante paradójico de la decisión es la locura) desgarra el
tiempo. En este sentido jamás habría el tiempo de un don. En cualquier caso, el
tiempo, el ‘presente’ del don ya no se puede pensar como un ahora, a saber,
como un presente encadenado a la síntesis temporal.
… El hecho de que un don se denomine un presente, que
‘dar’ se diga también ‘hacer un presente’, ‘dar un presente’ (tanto en francés
como en inglés o en castellano, por ejemplo), no será solamente para
nosotros un indicio verbal, una ventura o un azar lingüístico.” (Derrida,
1994: 19. Yo subrayo)[34]
3.
Y finalmente, respecto a la
actitud escritural incognoscible, de la purificación y la palabra –no
cualquiera sino la singular y propia
en el lenguaje- desde la propia crisis: “…
consciencia desgraciada. Cuando ésta empieza a dialogar en el mundo, es decir,
a responder, se siente ya desde siempre cogida en falta, como el niño, el
infante, que, por definición, y como su nombre indica, no sabe hablar y así
sobre todo no debe responder…
Así pues, hay que romper el hielo, o más bien el
espejo, la reflexión, la especulación infinita del discípulo sobre el maestro.
Y empezar a hablar.” (Derrida, 1989: 48. Yo
subrayo)[35]
Pero
volviendo a la preocupación de Ernesto Laclau. Ya que nos pone en caso idéntico (Mouffe, 1998: 104) cuando se
trata de “desconstrucción” y respecto
a otro concepto como “tolerancia” o
de cualquier concepto posible finalmente, toda cadena significante ya
vulnerable al ejercicio dialéctico aparente; Laclau lo señala cuando identifica
como discurso político y ético a dos elementos inamovibles, diferenciales y así
sostenibles (suplementarios). “Equivalencia”
dice en la concepción general de donde partimos para cuestionar cualquier
justificación trascendental dialéctica útil
e institucional, que refiere a la virtualidad
hegeliana como ejercicio abstractivo
mental de la excedencia, la superación o abstracción –suspensión- del valor
y como valor, sería aquí y ahora, entender a lo que refiere todo texto de la
ley–logos-, saber que toca descifrar
valor luego –con Marx- en tanto estrategia
material.
Se
trata de un sentido que -retomando la virtualidad
como aquello implicado en la concepción común y como tal del fenómeno universalista de conocer-, aborda como forma
(esencia) de circularidad y aparecer crítico del nombre (frontera) a través de
la guerra, es decir virtualidad como
punto de movimiento fágico referido al uso territorial
de la hybris.
La
fagia del excedente a la que intentamos llegar con esa abstracción excedentaria de nombre que involucra a la virtualidad, en cuanto civilización
moderna que engulle a través del nombre, se consagra por eso con el rito
paradójicamente inverso de donación,
regalo y promesa: como la de identidad, la virtualidad como ejercicio
a su vez constitutivo (ritual y armónico) de territorialidad expansiva (el
bautizo europeo-cristiano en América por ejemplo)[36],
resulta en condición estratégica de guerra (étnica) donde se articula lo
conservador-liberal victoriosamente moderno, en cuanto actitud institucional, fuerza
ética del nombre –título-, prolongándose así como consciencia de conquista,
que se re-envía o reactualiza en la racionalidad pública aparente y en crisis
actual.
Lo
“colonial” no es más que rasgo de aquella actitud marco de clasificación. Un
hecho real de memoria del mundo es indicio de valor, si no es el único válido
para la virtualidad de nombre, como
representación ética y étnica entonces consagrada: como nombre del otro engullido, es con lo que nos encontramos en el
texto histórico de la territorialización y ciudadanización indígena en América,
en la consciencia institucional (genealogía) e id-entidad pública
representativa en crisis general.
¿Cómo desorbitar el logos hacia lo contrario que supera a esta lógica
clásica y unívoca de decisión y con ello superar una forma fágica (modo)
de consciencia aparente?
Este
fenómeno indecidible se tornaría como un impasse
lógico dialéctico, según aprecia Laclau, pues se supone que lo que hace a
la decisión como tal es decidir. Es decir, la decisión singular no altera el arroyo de la abstracción que dona (y
se dona) de virtualidad ético-trascendente, como energía previa
que deja intacto el aparato
empírico-trascendental (lógico) del juego
aparente, una atmósfera de significancia universal-singular donde ésta
virtualidad trascendente garantiza (decide) los siguientes movimientos de la
circularidad dialéctica del saber, que permite “Ser” institución a la
consciencia. Allí también mora una consciencia atrapada en despojo.
Ahora
bien, esto señala que lo indecidible del fenómeno entonces no precisamente pasa
sólo por la lógica dialéctica y por ello es que, si bien la deconstrucción se
ocupa de un concepto como de otro, por ejemplo la representación misma (que es eje además del discurso científico
político moderno) involucra precisamente un límite, fin o reducción como imagen
que en sí-misma (como fuerza) se agota
en la presencia y nombre en general -bien común-: forma institucional general
e inerte (metafísica), ámbito por ello insurgente y crítico del valor y la
productividad, para pensar y así invocar otra humanidad sin retorno.
La
preocupación por la deconstrucción respecto a “… -la lógica de la decisión tomada en un terreno indecidible”
(Mouffe, Op.Cit, 110) interroga por el relacionamiento metafísico social y cultural, valor
autónomo y común problemática
del fetiche como “comunidad de la cuestión” dice Derrida, agenda sin agenda de
pensamiento excedentario, un recurso para aceptar
lo indecidible, no como vulgar fenómeno axiomático, aquello que vincula así la
obediencia; sino también el azar y el éxodo.
Es en este sentido de lo actual no
como un presente donado, sino como
acción sin presente -un valor sin-valor-, que intuimos la idea
primordial –vacío[37]-
de la ética como excedentaria, opuesta, divergente y catastrófica (aparente)
-no lineal-; vimos acercar la locura que implica el paso a ese vacío, a lo
incognoscible de esa fuerza ética de una acción sin acción, a la crítica cuya
violencia entonces escapa al poder; por allí, ésta crítica piensa la ruptura
ontológica, tienta y toma la crisis y descomposición del sentido propio y
común: como valor sin origen, como un poder más allá del poder.
Sólo
la idea ética de la apertura del círculo de la partición permite cultivar
realidad en cuanto modo de producción económica y social en reciclamiento.
Las “relaciones humanas” hacen
sostenible una circularidad que le es propia y diferente; planteamos que esa
fuerza de la diferencia (en tanto
forma del excedente, consecuencia de la permanente colisión) también es una
fuerza que en su cualidad energética anula la frontera ética y el status de nombre cuyo desciframiento se
dirige a aquello que regula la voz racional y modula el tono imperial del habla
(un modo, una clasificación –clase-); escritura de fuerza que manda pues y a la vez codifica (pero desafía) la
diferencia: ¿Cómo es posible contra pensar, esto es anular, esa diferencia como
deuda?
Ya
en el campo de la ética, el fenómeno que se muestra excedentario y se explica
oscilante, pues no exime sospecha respecto a su utilidad y especialmente su
coartada; se desnuda y exacerba como forma radical (metáfora), cuando
paradójicamente justifica y arma (armoniza) una opresión. Pero aunque se
materializa y reposa en todo cuerpo y territorio como tal (pueblos, personas,
cosas y naturaleza); la acción
crítica sólo comienza a ser legítimamente posible, virtualmente universal,
cuando la posibilidad de la lógica agota ya su economía ficticia (lo que reluce calla, clausura) frente al
oponente espacial energético directo; en el instante que el arquetipo y la figura nombra, afecta y desnuda
un régimen virtual común; irrumpe el cuerpo más allá de la deuda, como oponente
a-sí que se comprende vinculado al silencio pero asimismo al canto mejor y llama,
convoca, sin origen ni tiempo[38].
La
diferencia como idea de suspensión y compensación energética, en torno al
problema principal de la filosofía (una falsa contradicción), resuelve así esa
posición fenoménica de la lógica -la abstracción dialéctica-, la imposibilidad
de tiempo y la necesidad de distancia (silencio segmentado) que subyace en la
crítica al nombre en cuanto nomenclatura aparente pero práctica. Ya no habla,
sino escribe, huye, pero manda. El
excedente como cifra (registro) de lo intangible, implica discontinuidad
radical significante u objetual, reduciendo (radicalizando) así la metáfora
como estrategia y técnica (texto) de un agotamiento que es suyo, esto es cuando
la frontera simbólica se diluye de su dialéctica trascendental, dispositivo
excedentario –la imagen- que, si bien clausura su contrario como idéntico al
Ser, se clausura a-Sí; la posibilidad misma de concebir otra realidad que no
sea la misma haciendo emerger una espacialidad desierta, el cuerpo, en cuanto rostro del mandamiento, que para Emmanuel Levinas implica un mandamiento sin tiranía, fuerza ética también –alteridad energética- de una violencia no-violenta,
“creatura” sin nombre que anula a la
tiranía pues su energética es éxodo,
más allá y desde antes de/a todo origen y violencia aparentes[39].
Ese
es el desplazamiento de paradigma. Contradictoriamente a toda lógica y promesa
virtual armónica, que es suya de hecho según analizamos (promesa
constitutivamente ficticia), lo importante a descifrar aquí es la violencia primordial que posibilita la
propia imagen imposible (crítica) de la consciencia aparente y soberana.
La
acción energética de despojamiento que por otra parte, solamente acontece en el
mismo lienzo donde intentamos descifrar, es decir en la espacialidad energética
donde se disponen los cuerpos en sus relaciones, antes o después de las
prótesis, des-mecanizando vínculos y movimientos más allá de sus relaciones
construidas como presente real contradictorio (dual, dicotómico, falaz), “única” posibilidad de
materialidad (estética, artística) para descifrar el presente en un (el)
despojo del cuerpo, que también aparece como arte de imaginar la guerra
primordial, hybris, la inercia
(muerte) y, también deficitariamente un crimen de la política como
aquello que da a ver en su nombre[40].
Por
tanto, esta acción energética de la diferencia, es excedentaria porque anula el
nombre trascendental y dialéctico que, a su vez sabemos, engulle al otro. Anula
la articulación de la imagen con la figura, pues descompone su transición
metafórica en el círculo y juego suplementario y vacío, conectando la acción de
despojo ante la hybris como gesto de
paso y silencio activo: actitud que la analítica crítica a su vez dice huella de pensamiento libertario[41].
“Las convicciones son
prisiones. Los convencidos no ven bastantes lejos, no ven por debajo de si;
pero para poder hablar de valor y no valor se deben mirar quinientas
convicciones por abajo de sí detrás de sí... Un espíritu que apetezca cosas
grandes y que quiera también los medios para conseguirlas, es necesariamente
escéptico. La libertad de toda clase de convicciones forma parte de la
fuerza, la facultad de mirar libremente... La gran pasión, la
base y la potencia del propio ser, aún más iluminada y más despótica
que él mismo, toma todo su intelecto a su servicio: nos limpia de escrúpulos…”. (NIETZSCHE, 2000-2001: 50).
Condición
de posibilidad para esta lógica crítica constituye a su vez una neutralización
activa, “alas del espíritu” (Derrida,
1995: 166), un silencio más que desaparición o desvelamiento esencial, una
posibilidad pública también de acceder al desciframiento del presente
emergente, cuando la institución relieva, descomponiendo así un intercambio
inerte cualquiera.
¿Pero
qué importancia tiene la ironía en cuanto se liga el análisis hacia el
sentimiento del sí mismo como experiencia primordial, es decir ética?
Laclau
también muestra que una dialéctica de fronteras, como factor suplementario
clave en la tarea analítica, viene en la cuenta (transfiere) la significancia
virtual, en el círculo donde el signo sensible e inteligible, oscila frente a
la anterioridad primordial previa, proto-fenómeno
anterior aun al tiempo solar mismo-. Esa justificación será asimismo posible
contra la coartada común, más que un simple
recurso puede ser simulacro
(fetiche), fenómeno excedentario liminal y finito[42],
que asimismo acredita la modernidad
como actitud de decisión, lo
intangible del espíritu como valor energético
concreto, que concentra un juicio real
comprometido en la conciencia, durando y pasando mediante sentimientos y
sentidos (nombre).
El
carácter del excedente que fluye en las atribuciones energéticas en nuestras
expresiones, son imágenes que combinadas dialécticamente, es decir constelando,
dan el soporte no estructural, sobre-estructural al saber más allá de las cosas.
Se resiste al tiempo dando a leer y descifrar un estado ya posible y
determinado, una situación prolongada que acumulada, en cuanto espacialidad
energética esto es a través del cuerpo mismo, hace hablar al alma y la
conciencia más común de las cosas (Kant, 2004. 2011.: 11)[43].
Entre
lo sublime y lo bello, por ejemplo, se hace a-sí el nombre con el que damos
forma a aquello cuyo juicio plural-personal no es más que lo real, producto natural
de una dosificación de afecciones (atributos) que hacen al modo colectivo de
sentir una época, una civilización o un devenir, una razón de la razón que
sería así lo utópico secular, su vigencia crítica como régimen diferido de un
exceso, una cifra o un arte (sutil y laberíntico) donde radica la excepción y
la diferencia como cifra a desconstruir.
La
Paz, mayo 2021
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·
ZAVALETA M. René. Lo nacional-popular en Bolivia. Siglo XXI editores. México-España-Argentina-Colombia.
Primera Edición. 1986. Pp. 273.
[1] MOUFFE,
Chantal. El retorno de lo político.
Comunidad, ciudadanía, pluralismo, democracia radical. Paidós.
Barcelona-Bs.As.-México. 1999. Pp. 199.
[2] Nota de Ed. El llamado o la llamada, no solamente refiere aquí, a
una anterioridad radical, más allá del propio tiempo, sino como teleiopoética: confundida en una convocatoria
radicalmente distinta que, sin ligazón ni correspondencia, irrumpe ahora desde
delante de la línea de tiempo vulgar para mediante este juego a sobre-tiempo,
agotar y transformar –convocar o anunciar- otra escritura y trazo siempre
incompleto y re-añadido.
[3] ZAVALETA
M. René. Lo nacional-popular en Bolivia. Siglo
XXI editores. México-España-Argentina-Colombia. Primera Edición. 1986. Pp. 273.
HOBSBAWN,
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Biblioteca E. J. Hobsbawn de Historia Contemporánea. Buenos Aires. Paidos.
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[4] ZAVALETA,
René (2/3). 10 de Nov. 1983.
Entrevista https://www.youtube.com/watch?v=AvjEECyxaAg
[5] MARX,
Carlos. Sobre la cuestión judía (1843). Escrito en otoño de 1843, y publicado en febrero de
1844 en el http://archivo.juventudes.org/textos/Karl%20Marx/Sobre%20La%20cuestion%20judia.pdf. Pp. 21.
[6] VIVEIROS DE
CASTRO, Eduardo. Metafísicas caníbales. Líneas de antropología postestructural. Katz Conocimiento. Prasses Universitaires de France.
2009. 2010. México. Pp. 258. “…
la antropología, a pesar de que el colonialismo constituye uno de sus a priori históricos, hoy parece está
en vías de cerrar su ciclo kármico, entonces es preciso aceptar que es hora de
radicalizar el proceso de reconstitución de la disciplina llevándolo hasta su
fin. La antropología está lista para aceptar íntegramente su nueva misión, la
de ser la teoría-práctica de la descolonización permanente del pensamiento.”
(Viveiros de Castro, 2009.2010: 14)
[7] MARX, Karl. El
Capital.
Prólogo de Marx a la Primera Edición.
T.1. Londres, 25 de julio de 1867. Archivo digital
de Fidel Ernesto Vásquez. Octubre. 2008. http://aristobulo.psuv.org.ve/wp-content/uploads/2008/10/marx-karl-el-capital-tomo-i1.pdf Pp. 515.
[8] RAMOS
SANCHEZ, Pablo. Indicadores de desarrollo
económico. Seminario Internacional sobre Formación y Capacitación para
el Desarrollo de los Pueblos Indígenas. Santa Cruz, 20 al 24 de abril de 1998.
VAIPO. Programa Indígena PNUD. ICI-AECI. “Una
de las primeras ideas sobre indicadores del desarrollo de las sociedades fue
expuesta por Adam Smith al indicar que cada nación obtiene mediante su trabajo
manual las ‘cosas necesarias y convenientes para la vida que consume
anualmente’. Para Smith el incremento de la riqueza social se mide a través del
consumo anual percápita; es decir, el bienestar de la nación debe calcularse
por el bienestar promedio de sus miembros y no sólo por el modo global del
producto. Es decir, según esta idea, no es suficiente la cuantificación del
producto anual y de su incremento, sino que es preciso relacionarlo con la
población o, lo que es lo mismo, con el ‘número de quienes lo consumen’.” (s/n)
[9] CHAKRAVORTY SPIVACK, Gayatri. Crítica de la razón colonial. Hacia una
historia del presente evanescente. Akal S.A. Cuestiones de
antagonismos. cultura Libre. Madrid. 2010. Pp. 415.
[10] DERRIDA,
Jacques. Dar (el) tiempo. I. La moneda
falsa. El tiempo del rey. Ediciones Paidos
Ibérica. Barcelona. Bs. As. 1995. Ediciones Galilée. París. 1994. Pp. 169.
[11] MOUFFE,
Chantal (Comp.): Simon Critchley,
Jacques Derrida, Ernesto Laclau, Richard Rorty, Desconstrucción y pragmatismo. Paidós.
Bs.As.-Barcelona-México. 1998. Pp. 170.
[12] MOUFFE,
Chantal. “Por una
política de la identidad nómada”. Debate Feminista. Marzo. 2016. http://www.debatefeminista.pueg.unam.mx/wp-content/uploads/2016/03/articulos/014_01.pdf. Pp. 3
- 13. “... En lugar de la generalización de las identidades postconvencionales, celebradas por Habermas,
y de la desaparición del antagonismo proclamado por los liberales, vemos la
multiplicación de los particularismos y el surgimiento de nuevos antagonismos.”
(p. 4)
[13]
LE GOFF, Jaques. La baja edad media. Siglo XXI Editores. Historia universal siglo XXI.
Volumen 11. Traductor Lourdes Ortiz.
Bs.As. Argentina. Noviembre. 2002. Pp. 336.
[14] MEIKSINS WOOD, Ellen. Los orígenes
agrarios del capitalismo. Monthly Review. Selecciones en castellano, 3ª época, nº 2, julio de
2016. Edición online. Traducción de Joan Quesada. Artículo publicado en Monthly Review, vol. 50, nº 3,
julio-agosto de 1998, pp. 13-31.
[15]
LE GOFF, Jaques. La baja edad
media. Op.Cit.
[16] BENJAMIN, Walter. Sobre el programa de una filosofía futura y
otros ensayos. “Franz
Kafka. En el décimo aniversario de su muerte”. Pp. 213-238. Planeta- Agostini. 1986. Barcelona. España. Pp. 238.
[17] MARX, Karl. El Capital. Prólogo de Marx a la
Primera Edición. T.1.
Op.
Cit.
[18] RORTY, Richard. Ensayos
sobre Heidegger y otros pensadores contemporáneos. Escritos filosóficos 2. “¿Es
Derrida un filósofo trascendental?” (Pags. 169-182).
Paidos Básica 64. Barcelona. Buenos Aires. México. 1993. Pp. 280.
[19] FOUCAULT,
Michel. ¿Qué es la Ilustración?
Actual, No. 28, 1994. Pp. 18. http://www.catedras.fsoc.uba.ar/mari/Archivos/HTML/Foucault_ilustracion.htm#_ftn1. Pp. s/n.
En la Nota N°1 del título en
francés “Qu’est-ce que les
Lumières?” se lee la siguiente referencia editorial: “Traducción del texto escrito en 1984 – 1993. Magazine
N° 309. Una traducción al inglés, posiblemente revisada por el autor del texto,
se publicó en 1984 en el libro Foucault Reader, editado por Paul Rabinow
(Pantheon Books, New York). Actual, No. 28, 1994.
Pp. 18.”
[20] DERRIDA,
Jacques. La escritura y la diferencia. “4.
Violencia
y metafísica. Ensayo sobre el pensamiento de Emmanuel Levinas” (Pags.
107.210). Anthropos. Editorial del Hombre. Barcelona. 1989. Pp. 411.
[21] Conocido es que antes inclusive de la
filosofía griega clásica -Aristóteles y Platón- se alude al círculo del conocer
y producir: ya hay nombre, hay
pensamiento y existencia, a eso se debe por ejemplo un trillado poema de
Parménides, retomado con recurrencia por la crítica y que luego la analítica
heideggeriana, en su caso, recurre para desconstruir la ontología en cuanto
discurso humano original (genealogía del ver
de lo griego en general) sobre el Mundo. Ver: DERRIDA, Jacques. Márgenes de la
filosofía. Ousia y Gramme. Nota sobre una nota de Sein und Zeit. (Pags. 65-102). Les
Edition Minuit. 1972. Ediciones Cátedra, S.A. 1994. Madrid. Pp. 372.
[22] DERRIDA,
Jacques. Op. Cit. Pág. 125.
[23] MOUFFE,
Chantal (Comp.) Op. Cit.
“… Quiero resguardar el
radicalismo y el pathos para momentos privados, y seguir reformista y pragmático cuando se
trata de contactarse con otra gente.” (Pág. 43).
[24] WALLARSTEIN, Immanuel. Impensar
las ciencias sociales. Límites de los paradigmas decimonónicos. Siglo XXI Editores. México, 1998-1991. Pp. 308. "... Un cambio político constante a corto plazo era inevitable y resultaba inútil
mantener el mito histórico utilizado por los sistemas-mundo anteriores e
incluso por la economía mundo capitalista al punto de que el cambio político
se convirtió en algo excepcional, con frecuencia efímero y casi siempre
indeseable. Sólo aceptando la normalidad del cambio la burguesía mundial podría
tener la oportunidad de contenerlo y retrasarlo.”. (p. 18. Yo subrayo).
[25] BRAUDEL, Fernand. El Mediterráneo
y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II. Fondo de Cultura
Económica. Sección de Obras de Historia. Tomo Segundo. México. España. 1953 –
1987. Pp. 944. "... en efecto, la ciudad-Estado, demasiado frágil, demasiado
angosta, se revelaba por debajo de los problemas políticos y financieros de la
hora. Era, ostensiblemente, una forma superada, condenada a desaparecer: la
toma de Constantinopla en 1453, la caída de Barcelona en 1472 y la reconquista
de Granada en 1492 nos ofrecen otras tantas pruebas palmarias de ello’. Sólo el
rival del Estado urbano, el Estado territorial, rico en espacio y en hombres,
demuestra ser capaz de hacer frente a los enormes gastos de la guerra moderna;
sostiene ejércitos de mercenarios y se procura el costoso material de
artillería; y pronto podrá darse el lujo de afrontar grandes guerras marítimas.
Su auge ha sido durante largo tiempo un fenómeno irreversible. Los nuevos
Estados de las postrimerías del siglo XV son el Aragón de Juan II, el reino
transpirenaico de Luis XI o la Turquía de Mahomet II, el vencedor de Constantinopla;
será también, en seguida, la Francia de Carlos VIII, con sus aventuras
italianas, o la España de los Reyes Católicos. Todos ellos habían desarrollado
sus fuerzas iniciales tierra adentro, lejos de las orillas mediterráneas, casi
siempre en espacios pobres, donde no abundaban las ciudades-obstáculos.”. (p, 9-10).
[26] DERRIDA, Jacques. Los
espectros de Marx. Editorial Trotta. S.A. 1995, 1998. Colección Estructuras y Procesos.
Serie Filosofía. Madrid. Valladolid. 1998.
Pp. 196.
[27] POCOCK, J.G.A. Machiavellian Moment. Florentine Political
Thought and the Atlantic Republican Tradition.
PRINCE
TONUNIVERSITY PRESS. 1975. Pp. 602.
[28] DERRIDA,
Jacques. Política de la amistad.
Editorial Trotta. Madrid. 1998. Pp. 412. “…
¿Qué hay de la selección y de la elección, de la afinidad o de la proximidad,
qué hay del parentesco o de la familiaridad (oikeiótës, decía ya el Lisis), que hay del en casa de uno o del cerca de uno de lo que conecta la amistad a todas las leyes y a todas las lógicas de
universalización, a la ética y al derecho, a los valores de igualdad y de
equidad, a todos los modelos políticos de la res pública en los que aquella es algo axiomático,
particularmente en la democracia...”. (p. 19)
[29] BRAÑEZ
C, Carlos E. “Ontología crítica del valor
- Productividad y Bien Público” https://www.academia.edu/19465879/ONTOLOG%C3%8DA_CR%C3%8DTICA_DEL_VALOR. También
en “KHANA”. Revista Municipal de
culturas. N° 58. Págs. 76-89. 2017.
[30] DERRIDA, Jacques. Dar (el) tiempo. I. La moneda falsa. El tiempo del rey. Óp.
Cit.
[31] 10º
Congreso Hegeliano Internacional. Pensamiento
y lenguaje en Hegel. Ponencia: Moscú,
26-31 de agosto de 1974. 4ª Edición. Moscú, 1974, páginas 69-81. “.. Por ello la Lógica posee como premisa
inmediata y como material de análisis no la historia de su propia realización,
sino la historia expresada, la actividad de la razón ya ‘enunciada’, el
Pensamiento en mayúsculas.”. (p. 70).
[32] DERRIDA,
Jacques. La escritura y la diferencia.
“Cogito e historia de la locura”. (Pàgs. 47-89). Anthropos. Editorial
del Hombre. Barcelona. 1989. Pp. 411.
[33] DERRIDA, Jacques. La escritura y la diferencia. “4. Violencia y
metafísica. Ensayo sobre el pensamiento de Emmanuel Levinas”
(Pags. 107.210). Op.Cit.
[34] DERRIDA,
Jacques. Dar (el) tiempo. I. La moneda
falsa. El tiempo del rey. Op. Cit.
[35] DERRIDA,
Jacques. La escritura y la diferencia. “Cogito e historia
de la locura”.
Óp. Cit.
[36] BRANEZ C, Carlos Eduardo. "Cuerpo..., territorio e historia. La
territorialización de los Ava-Guaraníes andino-chaqueños en el "Corazón
físico y moral de la Chiriguanía". XVII Reunión Anual de Etnología.
2004. La Paz. Museo Nacional de Etnografía y Folklore. II. Pp. 305-320.
[37] MARX, Karl. Diferencia de la filosofía de la naturaleza
en Demócrito y Epicuro. Tesis doctoral. Editorial Ayuso.
Madrid. 1971. Pp. 96.
[38] DERRIDA,
Jacques. Márgenes de la filosofía. “Ousia
y Gramme. Nota sobre una nota de Sein und Zeit.” (Pags. 65-102). Op.Cit. “…
ya se trate de la voz más vulgar, salida del ser más mediocre para la romanza
más insulsa o el estribillo más trivial, misteriosa es la voz que canta, con
respecto a la voz que habla.
El misterio –si se quiere a toda costa,
por las necesidades del discurso, dar una figura a lo que, por definición, no
la tiene- puede ser representado como un margen, una franja que rodea al
objeto, aislándolo al mismo tiempo que lo califica, insertándolo en un
revoltijo de hechos sin ligadura ni causa reconocible al
tiempo que el color particular de que lo tiene lo extrae del fondo cenagoso
donde se entremezclan el común de los hechos…” Michel
Leiris -1901. (pags. 29-30).
[39] LEVINAS, Emmanuel. La huella del Otro. Taurus. Enero. 2000. Pp. 117. “Estar
en relación con el rostro, con la expresión, en relación con un ser en
sí, es pues situarse en el plano de una transitividad sin violencia que es
el plano de la creatura. El orden de la creatura es el orden de donde la
tiranía está excluida. Y sin embargo cuando se accede a él –y se accede a
él descubriendo el rostro-, ya se ha negado que toda exterioridad haya debido,
previamente, ser interior, que todo pasado haya debido ser presente, que todo
mandamiento sea autonomía y toda enseñanza reminiscencia. Si una significación
me preexiste o me es exterior (y la infinita resistencia al asesinato del
rostro es esta significación independiente de la Sinngebung), y si yo
puedo estar en relación con este sentido que viene de él, es decir, que se
expresa, el hecho primero de la relación sin tiranía es mandamiento.”. (p.
90-91. Yo subrayo).
[40] DERRIDA,
Jacques. Política de la amistad.
Op. Cit. “Al principio, siempre, el Uno
se hace violencia y se guarda del otro” (p. 13), medita Derrida cuando lanza tres posibilidades semánticas de crimen
político como “hipótesis” –según dice y donde sitúa la
posibilidad de crimen político como crimen de la política.
[41] NIETZSCHE,
Friedrich.
El
Anticristo. (c) Proyecto Espartaco 2000 – 2001 http://www.pensament.cat/filoxarxa/filoxarxa/pdf/Nietzsche,%20Friedrich%20-%20El%20anticristo.pdf . Pp. 62.
[42] DERRIDA,
Jacques. Dar (el) tiempo. I. La moneda
falsa. El tiempo del rey. Óp.Cit. “No
hay naturaleza, sólo efectos de naturaleza: desnaturalización o naturalización.
La naturaleza, la significación de
naturaleza, se vuelve a constituir, después, a partir de un simulacro (por ejemplo, la literatura) cuya causa
nosotros creemos que ella es. Porque la naturaleza que el narrador presenta
aquí y cuyas cuentas, por
consiguiente, detalla y relata también, es una naturaleza que no da tanto como
presta. Que presta más que da. Concede
crédito (énfasis de J.D). Y, cuando le ofrece a alguien la ‘tan
agotadora facultad’ de ‘buscar tres pies al gato’, lo hace a fin de que, a su
vez, éste vuele, al toma y daca, ‘prestando alas al espíritu’.” (pág. 166)
[43] KANT, Immanuel. Observaciones sobre el sentimiento de lo
bello y sublime. Biblioteca
Immanuel Kant. Filosofía. Phillips Universität de Marburgo. 2004. 2011. México. Pp. 63. “…Lo sublime es,
a su vez, de distinta naturaleza. El sentimiento que lo acompaña es a veces de cierto
horror o melancolía; en algunos casos, meramente una admiración
silenciosa, y en otros de una belleza que se extiende sobre un plano
sublime. A lo primero le llamo lo sublime terrorífico; | a lo
segundo lo noble y a lo último lo magnífico. La
profunda soledad es sublime, pero terrorífica.' De ahí que los enormes |
desiertos, // como el inmenso desierto de Schamo en Tartaria, hayan dado
siempre ocasión a la gente para ubicar allí sombras terribles, duendes y
fantasmas.”. (p. 5. Sobre los diferentes objetos de lo sublime y lo bello).