jueves, 15 de febrero de 2018

FIDEL, CRÍTICA A MUERTE























carlos e. brañez c
imagencolectiva.bolivia

"Una de las primeras leyes de la Revolución, estableciendo la prohibición de ponerle el nombre de ningún dirigente vivo a ninguna calle, a ninguna ciudad, a ningún pueblo, a ninguna fábrica, a ninguna granja; prohibiendo hacer estatuas de los dirigentes vivos; prohibiendo algo más: las fotografías oficiales en las oficinas administrativas". (Fidel Castro. http://www.bbc.com/mundo/noticias-america-latina-38128612)
La semblanza de lucha que cubre a Fidel es posiblemente de heroísmo, señal que sin embargo no parece ser mucho para él; algo simple que se re-inicia y prosigue sin embargo y bajo características propias en Cuba, imagen rebelde y exótica, cargada de turismo y bloqueo: guerra vil y descarada que persiste y extiende, pero como huella mayor y maestra de la revolución continental.

Anular muros será lo que agenda un deceso mandando a luchar por la patria grande, especialmente cuando el mundo de crisis estatal-nacional se encapsula en fronteras, cuando las miserias geo-políticas imperiales amenazan como nunca la vida en todo el planeta. Para Fidel tal actitud del capital se muestra más absoluta que a mitades del anterior siglo (a fines de los ’50), momento de lucha y acto victorioso contra la injerencia y la invasión que encuentra al continente como hoy dividido.

Consecuente luchador contra el mito individualista del “héroe”, Fidel decide por su parte ser incinerado en lo que purifica todo aquello que habla y abunda de revolución a través de “su” representación posible como líder –bueno o malo-, ese acto implica una lección a la sobre ideologización del caudillo romántico prisionero de poder, aunque como revolucionario supo del poder –y en su pueblo continental aprendemos esa sabiduría-, pues contra todo lo embalsamado ha decidido ofrecer esta lección: no ser héroe y permitir así que a la revolución no se fetichice ni profane. Por su puesto que la lección del sacrificio del Yo Fidel cuenta en el rumbo social y comunitario que muchas naciones y pueblos de América han decidido, aunque resta mucho, emprender.

Siempre estará allí una causa dispuesta para cumplir con tal rutina, acto que simultáneamente es quizás incompleto sin contraseñas, legados o mandatos y, ahí en la figura mítica justamente, todo puede ser  complejo; sin embargo su lucha de paz es combustible de nuestros pueblos, esto es con un horizonte impoluto, una imagen que queda para el acto más simple del hombre de lucha que, para desdicha de sus enemigos sólo abandona el cuerpo por efectos de la edad.

Esta renuncia a la autoría y al nombre resulta muy pertinente y contemporánea, especialmente para distinguirlo en la humildad del guerrillero, que se decide hasta el último instante por el fuego revolucionario. Todo resulta como en actos que suscitan hoy más que antes el éxodo decisivo de la partida, la entrada y la victoria.

La fuerza de sus actos fue siempre clara y vigente entonces en la crítica cotidiana, cuando lucha hasta las últimas consecuencias contra la ignominia servil, sin doblegar sus raíces de libertad, esa lección revolucionaria nos enseña que la fuerza de transformación puede ser solamente posible en la urgencia que implica crear y producir una realidad diferente en y para el planeta,  que eso sólo lo comparte y permite entonces su legado compartido de socialismo comunitario para el mundo.