lunes, 14 de octubre de 2013

El Espantapájaros


Interculturalidad en acción

“Jiwasaxa aymara aru yatiqaña wakicha uñt’atanwa”

Carlos Eduardo Brañez C.



“El Espantapájaros” - Arturo Borda



Breve advertencia


Si alguna traducción cabe y anima en la sentencia encomillada, sería aquello que el idioma aymara nos dice con propia voz –aru- refiriendo más o menos así: “Nosotros aprendemos bien el saber aymara .

Los siguientes comentarios sobre el idioma aymara son también balbuceos de aprendiz de aquella voz, cuyo impulso y movimiento corresponde al ritual del idioma o de la palabra universalizada pero única. Esta simultaneidad es así propia de la voz que va signando lo que es y lo que no es de manera múltiple.

-Aru–Chiri–Muyu- es el titubeo que propongo y que proviene del agrupamiento más o menos coherente y convenido de palabras, correspondiente también a una fuente descriptiva y ordenada ––tanta- o –pirwa- experiencia por supuesto irónica de un conocimiento alfabético cualquiera, condensado –reducido- y efectivo de la voz aymara, esto es específicamente, de un diccionario vigente –o sea público-, de la “Comunidad Editorial JASAKI” para instrucción actual de este idioma a través de la Escuela de Gestión Pública del Estado Plurinacional de Bolivia.

Breve Desarrollo


-Aru–Chiri–Muyu- es voz aymara que nos acompaña a comprender aquí, por un momento fugaz, el movimiento como acción integral de palabra y escritura.

Pero el intento de explicación no guarda orden alguno y eso es otra paradoja. Y es que en esta voz, lo verbal y lo geométrico llaman al sentido de diversidad e integralidad de lo que vive, es decir de la palabra por ejemplo “chiri” del idioma aymara, raíz protoconvencional que apela a un movimiento catalizador, es decir energético. Lo que estamos experimentando entonces es apenas un movimiento sobre la huella fugaz y momentánea de un sentido que se retira en el justo momento de acción directa, continua, próxima y entrelazada.

Por otra parte, el sentido como transición (única posibilidad de la metáfora en proceso de sacrificio, la acción como danza) se combina, compone y expresa en la voz del “muyu”, que propone al compás y a la conjugación un solo acto simultáneo de comprensión: esto es de meditación y movimiento a la vez.

Por ello la voz “aruchiri” significa verbo, “aruchiri muyu” luego viene a conjugación, mientras que “muyuchiri” significa compás (acompañamiento, escolta, comitiva y/o cortejo), púes “muyu” viene y trae aquí al sentido de energía, actualidad de un ahora como pulso o frecuencia primera, lo que apela tanto al cuerpo y asimismo al territorio en tanto espacialidad y huella.

Esta genealogía excedentaria del movimiento luego, articula la unidad base de conjugación y de compás, danza de la des-aparición (ya no son palabras sino letras que luego serán silencio, vacío -escritura silente y activa- el cuerpo y el territorio) dando causa al M(ä) del Uno “Maya”, al A(ch) de lo Primero (o anterior) “Achachi”, “Achachila”, al A(n) del Juego “Anata” y al A(r) justamente de la Danza “Arachi” pero también de la Exhalación “Arasa”. Pues sí, la muerte es afirmativa aquí porque implica rito, baile y anulamiento (magia).

La raíz A(r) que apela asimismo y precisamente al idioma “Aru” se vincula si bien al Habla también al Canto no ya de las personas, sino antes, de los otros, nosotros tan animales, como el cantar del gallo en determinados momentos de un reloj diferente y excedentario al tiempo vulgar, estrictamente humano, impronta que se dice “Aruña”.

Breve resumen


Esto, que bien llegaría a reducir ampliamente al idioma como a la vida, no es exclusivo de uno u otro (jerga), sino del alma que abarca a toda aquella escritura siempre interrumpida y segmentada, posible de articularse en las más irracionales zonas sin embargo vivientes en nuestras curvaturas éticas y también estéticas, en nuestros cuerpos como palabra intraducible o ajena aunque propia y breve.

Que se piense hoy eso, en cuanto acción, inevitable de cierta prosa digamos anfibia, es condición para comprender y practicar desde éste Estado la emergencia de la interculturalidad pública, que por eso mismo dimensiona la acción política como algo un poco inédito y a la vez extremadamente ambiguo, amplio, más allá del terreno exclusivamente científico político o en general disciplinario (etnológico o antropológico), pues toda visibilidad relacionada a dicha acción, tiene allí al alma, un ojo ciego que es de la propia acción política, una mirada y una voz cuya racionalidad pública se encuentra, sin retorno, excedida y abarcada.

Quizás sea esta una simple condición digamos eco-nómica y eco-lógica alternas, ya inevitables hoy, de todo saber “universal” comunitario, es decir necesario y constitutivamente (y a la vez) intercultural.



Septiembre 2014

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