"FENÓMENO,
MUNDO Y LO INTERNACIONAL"
Diferenciación
y transformación contra‐estructural
Comentarios
sobre fuerza ética y virtual. Bolivia: des‐formaciones del ente
público
Carlos
Eduardo Brañez C.
Foto:
Panóptica Lunar.
Imagencolectiva.bolivia@gmail.com
Apuntes
sobre crisis, exclusión y guerra
“… cada sociedad
elabora sus sistemas de género a partir de la diferencia sexual
entre hombres y mujeres. Los seres humanos adjudican características
intelectuales, morales y psicológicas diferenciadas según el sexo
al que una persona pertenece, que son interpretadas como naturales
pero que en realidad son construidas socialmente… los sistemas de
género (y no un unívoco sistema de genero) deben ser ubicados en
tiempos políticos y económicos, y en espacios determinados, dado
que no se constituye en una categoría universal sino condicionada,
variable, y en la mayoría de los casos, invisibilizada.” (DIEZ,
Andrea. Intervención con perspectiva de género en la resolución
alternativa de conflictos. ICCPG – PROGRAMA PRORED. 2005. Pp. 50.
Cita Págs. 8‐9)
En regularidad, las
correspondencias que los sistemas uniformes construyen a partir de
conocimiento y norma, permiten pensar un tejido manifiesto de pre-rrogativas burocráticas para toda administración estatal moderna,
legitimando así el conocimiento desde la virtualidad -sentido de
transformación-i
intensificada en su articulación viva como decisión —lazo—, que
sintetiza —condiciona— su significancia en términos de
actividad presente —espacios institucionales—, constitutivos,
anexantes y autónomos que son términos de su perseverancia y
vigencia excluyentes.
La figura temporal se extiende por hábitos y costumbres, las que van
caracterizando (fuerza de diferencia)
el presente de una era o mundo que dura propiamente en un tiempo
virtualizado culturalmente, es decir que toma tiempo —performando y
temporizando
el
cuerpo— en cuanto condición económica de mundo y de pasajeii.
Ese lazo señala asimismo
una crisis, cuando se manifiesta (se encarna) en acción, antes o más
allá del sistema interpretativo, meta narrativo o asimismo de todo
gesto de autoacción, ya inaugural al mito —jurídico, pedagógico
o artístico—. Crisis
para pensar la acción como hecho de
interpretación y desciframiento de posibilidades, trae a
cotidianidad hechos in‐visibilizados
que legitiman realidades de guerra —signos de violencia, vías de
violencia, lugar hegemónico, de cuerpos y entes—, ante el que
interpretaciones unívocas son de inicio virtuales y ajenas en cuanto
fenómeno de comprensión misma.
Consideremos esa senda de
positivación que nunca se muestra entera y total. Resaltemos aquella
invisibilidad como no‐decibilidad
o no‐decidibilidad
que abre realidades, perfila, compartimenta y participa la
multiplicidad de realidades, su diferenciación abarcante.
Consideremos entonces tal
coartada como positivación en su densidad política y cultivada
—pública— ¿Será posible señalar allí algún sustento de
justificación ontológica al pensamiento de diferencia
—excedentario‐? Inevitable partir del círculo de positivación
—comprensión— y la acción irrepetible del
estar‐ahí‐siendo‐finito —en transformación—, rastros
metafísicos inciden su comprensión en cuanto objetos‐sujetos de
tiempo, seres sociales y culturales, comportamientos y espacialidades
del rito —respecto a su excedencia como rito, como mente—, y sobre
su estructura ontológica (Heidegger, 1924: 13)iii.
Tal estructura es un espacio que se repite en un tiempo regido donde,
diferenciado a través de los cuerpos mismos, crea y valoriza un
mundo de pertenencias, un clima de realidad (propiedad)
cuya espacialidad no cambia, movimiento virtual de la violencia que
también se erige como vía o guía para comprenderse
así
(ahí); allí también se muestran todavía rastros de su
originariedad
y fuga,
representadas
en todo
y lo mismo. Su secreto radica allí en lo que se virtualiza todo y lo
mismo, clausurando la pauta cultural y humana. Tales pistas son de
desciframiento, de lo simple como aquello que opera positivo y
oculto, gesto cotidiano —terreno— donde todo
aparecer
del ente (toda apariencia) aparece dada en la arena como nunca
completa e infaliblemente clara, sino constitutivamente clausurada.
Meditemos también con
que siempre sus pistas se refieren entonces críticas y coartadas, en
cuanto lugar —tejido— de lingüisticidad positiva misma (Gadamer.
1997, 333)iv.
Sus instrumentos de conceptualización, respecto al pensamiento que
señala constitutivo al signo como único y excluyente, como sentido
humano —cultura, coherencia
pública—,
posiciona al nombre y a lo que implica en cuanto morada humana
—frontera,
justo en el ojo de la violencia mismav.
De allí, que toda
responsabilidad por ensayar y descifrar —nivelar
la palabra— se torna aquí en acción
directa —local— de conocimiento.
En un mundo público así
dibujado, meditar —obrar—
silencio socava todo clima nocivo en esferas de comprensión
(comunicación) —común y masiva—, en las dudas y desconfianzas
colectivas, en conflictos y cálculos estratégicos institucionales.
Sin aplicar todavía aquí su interés o particularidad precisa en
cuanto conocimiento local, digamos que su lenguaje da cuenta de
prácticas y exposiciones de frontera comunes, actuales y
compartidas, en cuanto signos mediáticos de comprensión, esto es
precisamente como procesos de diferenciación originaria (única) y
de proyección (protección prótesis)
coimplicante y sobreabundante. Singular proceso de cohesión (de
técnicas y singularidades —que son sus rastros de frontera‐
) que legitiman cierta normalidad con regularidad de comunicación, y
certifican sentidos —objetivamente—, positivamente (plenamente
visibles) como objetos de administración, sutiles y susceptibles a
su actividad circular —en cuanto hábito estructurado
virtualmente—, es decir ordenado respecto a su ciclo y su tiempo,
insustituible tiempo en un espacio instrumentalizado diferencial y
diferenciadamente —sujeto—,
tiempo
virtual en que se repite el patrón y código de coerción original
operada sobre el diferenciamiento del cuerpo mismo, en tanto espacio
del otro —lugar—,
cuerpo
del amor, del trabajo y de la guerravi.
Intentando señalar
rasgos de ese reciclamiento de lugar —
la condición virtual ontológica del ser social para nuestro
conocimiento de mundo, del cuerpo en el mundo— en cuanto espacio
diferenciado, realidad captada por el fervor diferenciador de lo
identitario (étnico y genérico) global, en primera instancia
decimos que éstos rasgos tienden a reasumir hoy respuestas
codificadas por la misma violencia —el espacio en cuanto lugar de
acción y decisión aquí, no cambia—, en torno a: i)
misticismos de origen, ii) roles y relaciones generalmente
distorsionados, múltiples y mezclados
(desapropiados de certidumbres tradicionales), y iii) persistencias
ciegas (soberanías y autonomías) que
hacen a una consciencia planetaria la señal casi común de la
humanidad construida en libertad virtual. Adelantemos que estas
fuentes se refieren a regularidades tendientes a comprender las
relaciones institucionales, como oscilatorias y cíclicas,
necesariamente codificadas en el péndulo que obliga a pensar su
dualismo de inclusión y exclusión (guerra y paz, dentro y fuera) y
especialmente en el andamiaje estructural de valores culturales que
le distinguen, le diferencian y le comunican.
Partimos de la realidad
singular —su fenomeneidad crítica—
en cuanto lugar de la acción decisiva, cuerpo que así mismo se
piensa, más‐allá de mirarse y pensarse a‐Sí (así). Tal crisis
entonces es productiva. La acción que descifra ir más allá del
péndulo excluyente, de sus valores y sus símbolos, resulta en
partir del déficit que todo código cultural abre a la búsqueda
circular y energética (excedentaria), que se muestra clara y oculta.
Más allá del método, el desciframiento conforma el movimiento
diferenciador —artístico activo— que abre a la espesura de las
relaciones su espacio de movimientos que son cuerpo
(individual‐social‐femenino-masculino: como texto integrado, en
continuidad y entrelazamiento), codificado en anexión (violencia) y
exclusión. Ensayar un cuerpo tejido (texto) para nuestra Era,
defendiendo su razón hasta la muerte y enunciando así su valor más
tradicional, la condición más originaria de toda relación y
transformación del cuerpo, como es la soberanía viva y fugaz del
individuo respecto a sí y a lo otro. Su decisión de pasar en el
lugar —del mando y la demanda— que está afuera y desde allí le
interpela en su origen desnudo (Levinas, 2000:103)vii.
En cuanto arquetipo
público, debe dársele cuenta —consciencia—
de su paso codificado y sedimentado (tiempo), en ir conformándose
estratégicamente, recontextualizándose como representación
pregnante a la vida administrativa y publica, como razón
pública
respecto a esta estabilidad que virtualmente vive en persistente
tregua —respecto a la falacia de la guerra y de la muerte, que
atraviesa la condición general de los propios valores y títulos—.
Es importante señalar, cuando típicamente en la narrativa (por
ejemplo académica que también porta protocolos y estructuras
enunciativas) el pasado describe este lapso excedentario como algo
propio a la certidumbre del tiempo y al cierre definitivo de su
círculo, a descansar en el tiempo, darse una tregua en el tiempo o
dar una tregua al tiempo —durar
siempre
respecto (hacia) un posible estado trascendente —conjugando un
presente no‐dicho-viii,
aunque con densidad de realidad inexcusable y en un presente
invisible —pero ineludible— al círculo y más‐allá del él
(más allá de la autoría que cita asimismo toda lingüisticidad
distinta y excedentaria); este movimiento gesticula aquella
estabilidad virtual de guerra (tiranía y terror —fobos,
fobia‐), el tirano se corresponde con razones de civilización,
infalible e inexorablemente pública e igualitariamente controlada
(vigilada y catártica, en soledad), desde las mismas conjunciones y
conjugaciones lingüísticas propias a su institucionalidad virtual
—a su régimen
significativo—.
Contemos con que en el
esquema Estado/Sociedad (civil) entra coherentemente aquella
poli‐tonalidad del ser, en cuanto sistemas mediadores (jurídicos,
pedagógicos y artísticos) de regulación y autorregulación, donde
son factibles regímenes oscilatorios (inclusión y exclusión, dudas
de validez) que administran y regulan excelentemente múltiples
diferenciaciones estructurales (sociales y culturales) en
performaciones sostenidas y exitosas en cuanto mundo de dominio y
diferencia.
Desde ahí —y en la crítica más
común a la modernidad—, lo que se sabe violento resulta complejo
en cuanto pensarse ilimitadamente (la autonomía es aquí condición
ciega de la conciencia) como pauta o patrón de múltiples
comportamientos codificados virtualmente —no hay territorio de
violencia sin acción mental virtual, que asimismo se piensa sin
límites-ix:
sus pactos (sociales, culturales, civiles), vistos como lealtades sin
duda traen actualidad a dispositivos excedentarios, las abstracciones
lógicas mismas —síntesis exclusivas—, anunciando cuerpo y
pensamiento, ya enlazados; desde allí se anuncia, por ejemplo la
legitimidad pero por ello mismo la inserción
(inclusión o anexión) y
excedencia, crisis que
se clausura en cuanto fenómeno de comprensión y conocimiento
humano, pues busca permanentemente en silencio reinstaurar su signo
de equilibrio excedentario (incognoscible, híbrido y remendado) sin
remedio entremezclado —movimiento de rasgos y fuerzas
sin origen, rastro
diversamente
modificado que justifica
y a la
vez rebasa la sed
pedagógica
y legislativa—.
La virtualidad así
resulta en justamente valor de legitimidad, en cuanto plegamiento
energético que mutuamente arrima la costumbre y el centro, hacia la
certidumbre de una realidad conocida, donde se enlazan lo natural y
lo cultural —donde energéticamente se anulan ambos— y donde
queda sola la figura ilimitada de la autonomía
virtual, de la consciencia que se difiere en la senda institucional y
su espesura de textos, cuerpos y territorios. Su continuidad interesa
porque allí habita una perspectiva excedentaria a ese código
virtual (de modernidad,
cultura y civilización), a
su posibilidad infinita —sin límites— de diferencia
(diferenciamiento y frontera). Su
materialización institucional burocrática, siendo aun herramienta
constitutiva de violencia (constructo
público) por
más lejanamente emparentada que se muestre en su código de medida,
legitimidad y gobierno, permite ritualizar prácticas cualitativas de
análisis compartidos y accesibles propositivamente por transformar
individual y colectivamente esquemas de acción y decisión,
incidentes en sistemas y máscaras (jurídicas) que regulan la
decisión social institucional: confirmemos que esto específicamente
—la acción—, por
ejemplo incide
en la articulación del acceso diferenciado a la justicia incidiendo
así críticamente sobre indicadores legitimadores de violencia
—seguidos como efecto normativo y no así como valor (energético)
o constructo cultural— que es en realidad como en lo local se
legitima (y se transforma) al y en el idioma normativo burocrático.
Consideremos por un momento aquí que la violencia viene estructurada
desde abajo, no hay otra explicación para su legitimidad excluyente
—cotidiana y pública— donde un pobre
a‐sí oprimido se constituye en opresor, vulnerables ambos a la
violencia —y donde radica especialmente el perfil virtual crítico
y oscilante de su ser‐ahí en
pobreza—.
Siempre
es posible iniciar el paso para la sostenibilidad ecológica de los
cuerpos,
en redes y correspondencias, cuya validez democrática e
institucional puede aquí radicar en el carácter jurídico que
ofrece y garantiza —descifrando su virtualidad— posibles accesos
y participación pública a partir de demandas colectivas —propuesta
diferenciada— y procesos locales críticos —generalmente
deficitarios—. Su agotamiento —que permite y condiciona un
agotamiento democrático liberal y popular— es razón de ser de una
razón pública moderna, que además siempre queda como faltando
—agotamiento incompleto o imperfecto—, decimos que trae en su
paso no distinguir su valor como tradición y construcción que
contrariamente se posiciona en el cuerpo como condición normativa
—de allí saca su condición pública, y su crisis—, es decir a
partir de la idea hegemónica de estabilidad: cohesión, rendimiento
y coherencia: como Estadox;
en contraparte a su necesario
agotamiento, las pistas para interpretar los inconvenientes
igualmente constitutivos que permiten o no permiten Estados en pleno
rendimiento democrático, sugieren procesos de análisis localizados
sobre los escenarios inaugurales de vigilancia coordinada, en su
apariencia in‐visible (como la auto‐promoción institucional
jurídica coimplicándose con los derechos) —sin diferencia ni
contradicción—, por tanto, de exclusión mundana y de coerción
invisible, de crisis pública misma, cuyo paso de transformación
deviene así de sus propias fuentes críticas, de sus equivalentes en
la localidad de la exclusión y desde la participación deficitaria,
delegada históricamente al régimen público burocrático y a
compartimentaciones público‐privadas —y más importante, a
comportamientos (productivos) culturales de poder—.
Entre
las figuras de desciframiento retomamos los escenarios de tales
sistemas diferenciados y propuestos, que son situaciones de fuerza en
procesos típicos y uniformes, con actores del mismo juego que se
desplazan en la zona de su constelación, con sus perfiles y matices,
su especificidad sobreabunda al mundo‐círculo que se muestra y
olvida (origen y coartada de invisibilización activa): familia
pública extendida, sus actores (activantes) son burócratas
judiciales, maestros, comunicadores, capacitadores, agentes políticos
y artistas mediáticos…; ellos son también hijos, padres,
hermanos, amigos, colegas y vecinos, etcéteraxi.
Ambas
vivencias, están en todo lado y comparten performancias normativas
que vigilan pactos y lealtades, en fin, los rituales institucionales
extendidos —desde la autonomía y soberanía de un Yo hasta su
objetividad institucional como grupo y Estado— continuidad que
constituye —materializa— códigos de intercambio, de soberanía y
dominio.
Rastros
singulares y diferenciados conforman, asimismo dimensiones propias de
saberse como mundo, diferenciaciones que orbitan centros
hegemonizados por violencias constitutivas que operan legítimamente
su juego anexador y excluyente en el tiempo —temporización—
(Derrida, Op.Cit. 1995). En el movimiento de este juego de
temporización, inclusión / exclusión,
es apenas un temprano (e incipiente) aparato de diferencias cuyo
modelo se irradia y dulcifica en los rituales sígnicos que legitiman
sexos, clases, clanes, castas y etnias, aminorando riesgos de
descontrol en un centro donde se suplementan y se activan violencias;
este centro se invisibiliza en su propio ritual, esto es en sus
propias mediaciones objetuales y sexuadas, genitalizadas, invisibles
en su propia sanción, en un bautizo, un castigo o una muerte
(virtual, cultural —civil, positiva y legal):
esto es, en propiedad a su saberse como juego
ritual (saberse en la guerra); allí donde
se monopoliza la violencia, su monopolio (a lo que embosca y es
emboscado) es el mismo cuerpo, es decir el Estado ahora
des‐formalizado en el centro como en el límite, indistintamente,
al filo de la acción decisiva de su momento como cuerpo privativo
energético —que asimismo y paradójicamente, en cuanto acción (y
palabra) decide su universo constelativo y sin tiempo, fenómeno
irrebasable que se entrelaza ya siempre a la comunidad, espacialmente
abierta en cuanto juego.
Es más, dicha comunidad
solamente adquiere validez (o invalidez) en proporción a la
intensidad cómo estos sistemas de diferenciación constitutiva,
anexan el pacto y su condición de razón (de guerra y opresión), a
los andenes de la ética y la energética, aprisionada u hospedada en
su propio sistema público panóptico, entre muros y rutas, en su
idioma institucional (político), en sus vínculos culturales más
simples y legítimamente cotidianos, en el ocio o en el trabajo, en
el cálculo, la vigilia o los sueños —en sus excedencias— en
fobias y para‐filias.
Todo
eso orbita, diferenciadamente su centro, en cuanto centro grávido de
materia.
Eso es, allí podría radicar esa violencia constitutiva, enlazando
el significado de materia
—madre, gravidez y reproducción, en un campo prerreflexivo,
ritual, pregnante y abierto al significante constitutivo, nuevamente,
como cuerpo energético que asimismo es lenguaje (virtual nombre y
título):
madre
(tierra), femineidad primera, constitutiva. Su correspondencia al
patriarca es el tejido —texto que se dice y descifra (en su
virtualidad y pactos de sentido) en su paso
de apariencias y máscaras, hábitos originarios de coerción
institucional —cuando se muestra y esconde en el mismo cuerpo, en
cuanto acción—. Esto alude, entonces, a descifrar
diferenciadamente el tiempo que toma —paso, pasaje y paraje—, que
administra, concentra y rige como valor ritual (espacial)
constitutivo, su virtualidad en tanto tiempo —recurso
económico—,
esencia del rito que en su extremo (local, privativo, donde gravita
la espesura del cuerpo que pasa, finito)
hace al título
y al nombre como
en posición al duelo y a la memoria —a su condensación energética
y decisiva de pasar— del capital general, en su tiempo soberano.
Por
eso se alude aquí a la des‐composición de tiempo, resaltando su
régimen espacial, del lapso donde se erigen pactos (pre‐narrativos),
independientemente a sus características de origen y autonomía
(soberanía) que son ya la fachada (su puesta en escena y delegación
pública que re‐presenta la máscara múltiple de la forma —de lo
visible y lo invisible— institucional y divino), juego humano en
que Uno incluye constitutivamente a su opuesto y excluye (legitima)
las diferencias, estabilizando así (lo que señala univocidad
cultural) la
violencia institucional plegada en cuanto cuerpo —del texto—,
tejido que sin embargo y por el
contrario
siempre escapa a toda virtualidad estructural de violencia: racional,
soberana y comunitaria.
Esta
especie de traición diferida —figura constitutiva de la razón
pública invertida como figura de tiempo—, por otro lado apunta a
la excedencia de la crisis (su
exclusión) en la institucionalidad nacional contemporánea y en su
constitutividad política. Escritura viene a significar aquí texto
(jurídico, científico, religioso) pero no solamente sino en su
posibilidad de desciframiento y des‐composición, ese es el juego
que remonta el código y lo abre más‐allá de la palabra unívoca
del patriarca —de su nombre—
(entidad que virtualmente vigila el orden —su amenaza, su conflicto
y su tiranía originarias al rito irrepetible de toda razón pública
que persiste a la guerra)xii.
“… este
recurso (el tiempo) tiende a ser administrado de diferente manera
en sociedades en las que no se han dado procesos de modernidad y
modernización institucional y burocrática, por lo tanto, donde
todavía rigen criterios autónomos sobre su uso. La tendencia, en
estos casos, es que el uso del tiempo se base en la disponibilidad
subjetiva de los funcionarios, lo que resulta muy visible en el
sistema judicial en Bolivia.” (SALAZAR DE LA TORRE, Cecilia.
Op.Cit. Pág. 27)
Esta
constelación de normas constituye la mente institucional en cuanto
constructo y estructura, materializando aquellas funciones y
diferenciamientos propias a sus circuitos, que si bien corresponden a
esquemas de vigilancia coordinada (homogéneamente), su
co‐implicancia, en cuanto circularidad que se autoreflexiona
privativa y diferencialmente, puede
reciclar el aparato dual que le sustenta en el olvido, la excedencia
y la coartada, materializando así localmente (localizadamente)
cuerpos y espacios exclusivos al fin burocrático (a su
diferenciamiento social, económico y cultural) que los vincula
institucionalmente —energéticamente—.
De
otra forma es imposible dar cuenta de los laberintos, códigos y
señas correspondiendo y difiriéndose en redes y lógicas de
territorialización (y desterritorialización) si no es compartiendo
la espacialidad emergente de equipamientos
que definen un sitio presente, lugar
básicamente centrado hoy en seguridades y status, operando
simultáneamente sobre viejas certezas dicotómicas (desbaratando por
ejemplo relaciones de lo público vs. lo privadoxiii)
para recontextualizar espacialmente
—estéticamente—
el flujo energético. Tal lugar es de conservación radical a la
fuente de soporte —consciencia y tiempo— y cuyo valor (cuerpo) es
preso a la circularidad que le define y le recicla en cuanto vínculo
de virtualidad (respecto al Sí mismo y lo demás), lo cual se enlaza
en cuanto tradición con su valor público preciso y con su razón
social de ser ahora. Su razón define un presente como interminable,
siempre idéntico a su paso en cuanto cumplimiento terreno cuyo
espectro aquí se manifiesta en términos de panoptismo: morada o
también prisión — de huéspedes y también de secuestros‐xiv.
Irrupción
de los cuerpos
Apuntes
localizados
“… prisión,
lugar dónde, por mucho romanticismo que se
haya
vertido, merced a los demagógicos cambios de
denominación,
así “cárcel” por “centro penitenciario” o
“recluso”
por “interno”, a modo de ejemplo, bajo un
inadecuado
cinismo objetivo, resulta, a todas luces, evidente
su
dificultad de reinserción. Y ello no es
debido a los poderes
públicos,
en el primer caso, el judicial, ni a las instituciones, en
el
segundo las prisiones, implicadas en el procedimiento,
respecto
de cuya “independencia” y “honorabilidad” se han
vertido
ríos de tinta, sino, de un lado, a la incuestionable
falibilidad
humana y, de otro, al “ánimo de venganza”
que
inspira
muchos de nuestros actos, unida a la inevitable
“quemazón”
y “sentimiento de superioridad” frente a quiénes
no
han sabido atenerse a las “reglas” de este juego en que
consiste
vivir en Libertad, procurar la Seguridad y aspirar a la
Justicia.
La desolación se agudiza todavía más, en la
elaboración
de las reglas del procedimiento médico, cuando
sabemos
que, a la vuelta de todo el trayecto, una muerte
segura
nos aguarda. La amargura del inocente
absuelto, por lo
demás,
es incomparablemente menos perniciosa que la del
inocente
condenado. Pero…¿qué hay del culpable absuelto? Y
en
no menor medida, antes o después, llegará la del culpable
condenado,
quién, tras unos años saboreando la “soledad” en
compañía
de sus colegas del “talego”, podrá llorar varias
noches
seguidas en la puerta de la prisión, suplicando a gritos,
su
reinserción en el centro de la privación de la libertad. En
efecto
se ha reinsertado en una sociedad, en la del pequeño
núcleo
poblacional dónde ha venido educando sus pasiones
conforme
a nuevos valores. Así, a modo de ejemplo verídico,
la
de contagiarse voluntariamente del V.I.H. para integrarse en
un
grupo de amigos, afectados todos ellos por el sida, y cuyo
tema
estrella, de debate y opinión, eran las molestias de la
enfermedad…”
(CALAZA LÓPEZ, Sonia. REVIRIEGO
PICÓN,
Fernando. ʺReflexiones
a propósito de la finalidad de la
pena
en el sistema penitenciario. Educación y Centros
Penitenciariosʺ.
Grupo de Estudio sobre Educación en Cárceles‐
La
Plata — Argentina. UNED. Madrid, España. Febrero. 2006.
Pp.
14. Cita Pág. 4. Yo Subrayo)
Volvamos
a ese esquema de rasgos de espacialidad —perseverancias— para el
fenómeno estructural que nos ocupa, relacionado a la localidad que
nos acontece en cuanto paso constituyente, a su meditación
estratégica en cuanto cuerpo diferenciadoxv.
Sus tendencias acumulan rastros críticos para su comprensión y
decisión, respecto a sus propias raíces de justificación
estructural, abriendo así posibilidades de desciframientos y
transformaciones de sentido —significativas—.
Los
rastros críticos de actualidad pública (política), decimos que se
relacionan globalmente con misticismos de
origen, pero también con roles
y relaciones desapropiados de certidumbres tradicionales
(distorsionados, múltiples y mezclados) y
con persistencias ciegas (soberanías
y autonomías).
La
frontera aquí, dijimos, hace a una consciencia planetaria
—internacional— la
señal casi común de la humanidad construida en libertad virtual.
Un
singular sentido común supone todavía que la irracionalidad que
conlleva todo misticismo de origen se corresponde con la apariencia
errónea que su aparato de diferenciamiento (razón / barbaridad)
obliga a concluir en el curso de alguna emisión mental o cultural,
en el curso de algún pasaje histórico; en realidad el sentido
acontece, en cuanto lazo de tiempo, lo cual no es suficiente para dar
cuenta tanto de su movimiento de diferenciamiento como de su gesto de
fuerza (ética) a que
obliga todo signo humano en movimiento —bajo cualquier apariencia,
artística o técnica—.
Meditemos
aquí un momento respecto a las tendencias significativas,
recurrentes en el imaginario público e institucional —razón
pública— a la hora de asumir reformas o pautas de transformación.
Elegimos aquí una opinión científica de
educadores carcelarios en La Plata, Argentina (Calaza, Reviriego.
2006).
¿Cuál
sería la promesa que un sistema carcelario —prisión—
nos dispone en los arquetipos de libertad,
seguridad, justicia? Para intentar responder
esto indagamos primero este texto manifiesto de registros
identitarios públicos (institucionales) para perfilar un
interpelamiento a la metáfora universal que hoy hace posible su
movimiento arquetípico (energético) en el lugar donde se entrelazan
y entrecruzan la ética y la estética, sólo posible en cuanto
operación cultural y pública —política—, en cuanto agenda de
reforma (libertaria) y/o transformación (liberadora).
En
tanto rastro de análisis, esta opinión sobre las cárceles, anuncia
un campo de tendencias y correlaciones comunes a reformas
estructurales, judiciales, donde resalta primero la cientificidad de
la norma (Estado) respecto a la justificación civilizatoria del muro
y de la prisión —es decir, que aquí frontera
viene enlazada a ritmo urbano y masivo con
una singular consciencia política‐pública—.
Lo
novedoso no es seguir el curso de esta frontera y muro respecto a su
diferenciamiento en los cuerpos, sino como curso virtual donde el
Estado sigue conteniendo a la guerra y a la tiranía, en el desierto…
Aquí la racionalización de las pasiones no hace más que mostrar el
déficit que continúa energéticamente actuando —como excedente—,
hacia el origen de una consciencia condenada constitutivamente a
saberse falible y a
sentirse nada, crisis
simbólica muy importante —consciencia finita— frente a la
desolación real de los cuerpos (inocentes o culpables) sujetos al
código (positivo, administrativo) como entes vivos que no hacen más
que marcar el tiempo de un infierno, que decimos es el desierto de
una sociedad —y de lo que se concibe globalmente bajo aquella
racionalidad excedentaria de lo colectivo— que es como aparece y se
propone con aquella fuerza virtual, el panoptismo en el mundo entero
—su miseria—.
Es
posible, entonces, distinguir un núcleo de problemas en el sin‐fin
de enmarañamientos que propone a considerar el ánimo científico
respecto a la misión normativa que estos autores reiteradamente
delegan al Estadoxvi,
es decir respecto a toda sociedad plausible de constituirse gracias a
reglas que imponen su singular observación y auto‐observación
como actores de lo que llaman proceso
y en lo
que encomillan como “sistema”
—garantía
de saberse libres, seguros y justos—, en un juego de moralidad muy
suyo, que involucra pasión y rito, impotencia civilizatoria respecto
a la reinserción prometida —desolación—
en todo el planeta.
Desolación
y
pesimismo
son
metáforas comunes a este texto autocrítico, de opinión científica,
respecto a procesos carcelarios determinados y que sin duda no es
único en sus sentidos. Aspectos que constituyen las condiciones de
racionalización de pasiones al interior institucional del Estado, en
las normas científicas impelidas constantemente por la fuerza ética
que pretende justificarse en el propio texto virtual, expuesto
asimismo en crisis. Es curioso que de semejante crisis emerja una
posible huella mezcla de súplica y asco —cansancio—, respecto a
entrampamientos de necesidad para con la ley
(¡de
vivir inexorablemente así!), ingenuos ante nuestra obligación hacia
ella y que surge aquí del diferenciamiento originario a su vergüenza
y
exclusión
—exclusión
y auto‐exclusión
xvii—
constitutivo a aquel sentimiento
de superioridad que
satisface una venganza
oculta
por y de algo invertido virtualmente —energéticamente (esto es
como a‐favor
o
ventaja virtuales, algo así como una catarsis por no‐compartir
prisión),
nuestra libertad no sólo auto reflejada sino ciega, sin límites—,
transformando su texto de hiper realidad en aquel que dispone a su
lectura los elementos de pasión y padecimiento —placer
de la
exclusión, éxito
de la
exclusión cuando se penaliza y absuelve, cuando se educa y facilita
derechos, cuando se inserta… amenaza de fracaso y muerte civil—,
que asimismo se sujeta científicamente
a un
mundo carcelario compartido y compartimentado, a un juego vulnerable,
falible y engañoso —ambiguo—
en‐con
toda la sociedad —y con su
razón pública—
con que asimismo se auto‐refieren
y posiblemente imaginan quienes envían aquí como autores este texto
de experiencias en el mundo.
Estas
experiencias son para nuestro ejercicio, huellas de comprensión
pública, condiciones originarias a una razón pública, a lo que se
da por común y propio —económica, cultural, científica, jurídica
y socialmente en conjunto— única realidad que se constituye
sujetada en su paradójica fuerza ética
—aprisionada en lo que dona valor de
pertenencia, sentido de pertenencia por ejemplo a un mundo de
justicia, seguridad
y libertad,
a las meta narrativas que gobiernan nuestra virtualidad y que
permiten comprender pulsiones de institucionalidad política‐cultural,
de allí que es necesario este irrumpimiento constitucional crítico
que es del tiempo de nuestras relaciones y correspondencias sociales
—de su ecología—.
El
texto de la fuerza ética, entonces,
emerge aquí para recontextualizar nuestra crítica a los textos
científicos de reforma pública (en justicia, educación y salud),
en el horizonte y la distancia de los valores que juegan las
apariencias de su texto deducible e inmanente y de su uso o réplica
en nuestra coyuntura de transformación constituyente —local y
globalmente—.
El
tiempo constitucional que compromete a todos resulta paradójico
porque llega al idioma institucional por vía crítica (eleidad),
esto es que la crisis lo constituye como tiempo cualquiera —exclusión
transversal— interpelando la propiedad de lo que se dice por
ejemplo colonial,
republicano, nacional,
liberal o inclusive
milenario, esto es
según vimos, interpelando su fuerza ética
constituida asimismo en el sentido más común
posible donde mora el carácter energético —su déficit— que es
el de nuestro idioma institucional humano, de su régimen
representativo —intercultural e inter‐nacional—,
de sus mitologías de ser sociales y sus razonamientos metafóricos
que llegan al sentido de lo público y lo político —a su validez o
invalidez como tal, a su globalidad— mandando a reciclar o
transformar.
Para
osar afectar radicalmente la exclusión, entonces, debemos incidir en
el valor energético. Este valor viene codificado éticamente, como
por ejemplo en el panoptismo que
según vimos gobierna los parajes más invisibles y excedentarios de
nuestros comportamientos institucionales estructurados válidos y
legítimos, en una normalidad que
asimismo califica hoy en día cierta (y no otra) institucionalidad
social (científica y disciplinaria, académica). De allí que la vía
de transformación no puede ser estructural, de retorno inexorable a
lo mismo y de reciclamiento, sino de paso contra‐estructural
que asimismo permite distinguir el no querer seguir en un mundo de
opresiones, de seguir nosotros sin seguir en la constelación o
circularidad del tiempo que persiste todavía en las conciencias que
asimismo se virtualizan únicas y autónomas (legítimas y soberanas,
inmanentes), mientras la palabra irrepetible experiencia del otro nos
anuncia el mandato a un éxodo sin‐retorno.
Interpelar
su legitimidad misma de consciencia a‐Sí,
en tanto moneda común del intercambio más general que ofrecen la
morada, su centro y su fuego que solea nuestra era, su estructura se
significa constelada y viva lo cual emerge como campo transformativo
y contra‐estructural.
Des‐estructurar
un mundo de exclusiones y opresiones es afectar
contra‐estructuralmente
sus constelaciones y condiciones de validez y legitimidad material y
simbólica —estructural—. Ir más allá de las estructuras supone
esa calidad de desafío que las historias sin forma van emergiendo de
su invisibilidad u ocultamiento correspondiente al ethos
institucional y político que difiere
como
decisión energética, nuestra vida social diversa y local. Ahora
bien, para incidir en cuanto fuerza ética, tal movimiento implica
dar cuenta de su cifra muda que asimismo fluye en los gestos y
acciones, en la espesura de los cuerpos que deciden e impulsan una
espacialidad estética en tanto entidad
comunitariaxviii,
esto es, en su memoria cifrada de comportamiento productivo.
La
irrupción del espacio estético así, ya no resulta casual cuando el
capital general llega a las células de la vida social, es decir a
sus pulsiones y sueños, cuando su agenda de realidad copa
virtualmente toda existencia y posibilidad de concepción territorial
pues es allí donde se virtualiza la totalidad donde emerge asimismo
su desierto, la huella in‐visibilizada
de la miseria, en lo que excede a dicho espacio y lo atraviesa más
allá de murallas y ficciones que buscan su ocultamiento o su
diferenciamiento (su virtual deducibilidad). El terreno crítico se
perfila ahora no contra una “estetización”xix
que sin embargo involucra aquella planetización del capital más
general, sino desde el espacio estético mismo que supone a cada
cuerpo en acción y compartimentación cualitativas (en participación
y compromiso), en reciclamiento o reordenamiento invisible de una
determinada consciencia hoy, rebasada sin embargo en la cuenta de sus
cegueras e incertidumbres.
No
sólo posible sino saludable resulta el ejercicio de desciframientos
de y por nuestro múltiple espacio estético. Dicha vivencia de
acción in situ no es simple cuando media cuerpo —el constructo o
estructura de conocimiento ya es posterior—, pues su efecto
circular si decimos que nunca se muestra completo, que el medio
—mediación— es el círculo en cuanto círculo, esto es porque es
puesto en cuestión en cuanto acción de conocimiento constituidos
como mundo —círculo mismo—, a su multiplicidad infinita y a su
propiedad abierta en cuando tal, virtualidad cuya constitutividad se
muestra asimismo clausurada e irrebasablexx.
Este lazo es el que da cuenta de la espacialidad constelativa de la
consciencia, su flujo de in‐consciencia
en el vínculo superior y alternativo, gesto, movimiento y rostro del
Otro, cuya visita es mandamiento heterónomo (Levinas, Op.Cit).
Ahora
bien, en principio toda huella del mandamiento del Otro alternativo y
próximo, que escapa y excede a la univocidad y soberanía de la
consciencia autónoma, no es ya ocultamiento a descubrirle en la
medida que su excedencia no es a la contradicción (crisis) sino a la
dualidad y la semejanza donde tiende a reordenar y re‐presentar
su fuga. El cambio, constitutivo a toda fuga deviene entonces de la
clausura a la representación para ensayar la realidad que se medita
transformar y para ello es urgente descifrar, des‐componer
y acallar toda narrativa del tiempo —de su estructura como tiempo—
y su conjugación virtual —vulgar—, es decir de su lenguaje más
común y metafórico, pues es allí donde su texto y palabra se
supera y se anula. Este anulamiento es condición de todo cambio, por
ello es que en el centro todo signo se suple y suplementa mientras el
centro es vacíoxxi,
dicho vacío ubica correspondencias para su juego temporizador que
produce virtualmente todo espacio estético, por lo que transformar
dicho espacio deviene de su realidad en cuanto texto crítico y
constelativo.
En
tanto realidad viva, el espacio estético es cifrado y entrelazado
(re‐añadido
y re‐contextualizado),
donde toda exclusión, aquí, muestra más que un ocultamiento, la
clausura constitutiva a su raciocinio en cuanto tiempo que escapa a
la validez desde donde se anuncia su estructura re‐presentativa.
Bajo esta figura, jamás se media ningún legado de oficio puesto que
tal clausura rebasa e interpela a su nombre en cuanto signo mediático
(de conciencia o estado). En tal espacio la inclusión, por su lado,
anula toda posibilidad de contrario, incorporando toda validez
posible a la entidad re‐presentativa
que se erige como condición hegemónica —auto‐consciente
y que se auto delega— en cuanto id‐entidad
y estadoxxii,
lugar múltiple y condensado en cuanto espacialidad que dura y orbita
su tiempo.
En
perspectiva de mente y pensamiento, el espacio estético co‐implica
fenomeneidad energética,
esto es exclusión e inclusión, ambas formas oscilantes a la razón
pública y a sus dispositivos de legitimidad y gobierno. La razón
pública juega en cuanto factor de acumulación y de consideración
energética decisiva en aquellos momentos de negociación
significativa, a la vez cotidiana, institucionalmente deficitaria en
cuanto a su valor hegemónico, constitutivo a su vez a la validez y
comprensión común y pública. Tal hegemonía es así de lo político
a la instancia y entidad de valor público, donde debemos comprender
asimismo su condición en contexto y re‐contexto
histórico y global —por ejemplo aristotélico y hegeliano—
siendo así su fenomeneidad expresión del signo de intercambio
presente, de contra‐seña y
contra‐nombre común:
inter‐nacional (público),
inter‐subjetivo o humano.
En
cuanto contra‐nombre,
toda semejanza y vínculo de significado se unifica en la senda de
mente y pensamiento, actuando y decidiendo ya en el modelo al cual se
nos ad‐escribe
y pre‐escribe
por lo que se manifiesta plenamente primero como apariencia de nombre
y realidad —su aparecer de entexxiii—
manifestándose asimismo en des‐apropiaciónxxiv
y curso —diferencia—,
movimiento y gesto constitutivamente mental y estético, virtual
transformadorxxv.
Mundo que constituye mundo en cuanto lugar del añadido, simultáneo
y re‐contextualizado;
senda asimismo de toda ruptura y desierto.
La
virtualidad transformadora del fenómeno expresado energético en
proporción constelativa y en cuanto espacialidad, tiende a un
silencio decidido, a una pausa meditada cuyo curso es in‐sospechado,
esto es que se parte de una in‐certidumbre
constitutiva a todo ente virtual significante. Este no es estado
(razón) ni tránsito (trascendencia), sino incidencia sobre su
inversión energética —en el cuerpo— que decide y funda las
condiciones de espacialidad crítica, de su gesto y posición
a
des‐componer.
Se trata de la palabra que no nombra ni se‐nombra,
sino que irrumpe y atraviesa nuestra virtualidad más común, pública
y soberana. La distancia hermenéutica sobre la cosa en sí del
tejido des‐sujetado
y des‐objetivado,
distancia asimismo oficial de ciencia, historia, religión o ley
unívocasxxvi,
inaugura aquí meditar sus posibles espacios en curso —efectuales—
y transformación tradicionales, método del sin‐retorno
y fuga donde el espacio —irónica o paradójicamente— también
cambia, aún en su palabra —escritura—
de inter‐cambio.
“… El teatro nace
cuando el ser humano descubre que puede observarse a sí mismo y, a
partir de ese descubrimiento, empieza a inventar otras maneras de
obrar [Nota al pie: Para el francés agir
preferimos obrar y otros sinónimos —hacer,
comportarse,conducirse, etc.— para evitar
la ambigüedad de actuar,
que, como ya se ha explicado en otra nota, emplearemos exclusivamente
para sustituir al francés jouer (en
sentido actoral) siempre que sea posible] Descubre que puede mirarse
en el acto de mirar; mirarse en acción, mirarse en situación.
Mirándose, comprende lo que es, descubre lo que no es e imagina lo
que puede llegar a ser. Comprende dónde está, descubre donde no
está e imagina adónde puede ir. Se crea una composición
tripartita: el yoobservador, el yo‐en‐situación,
y el yo‐posible (el no‐yo,
el Otro)…” (BOAL, Augusto. El arco iris
del deseo. Del teatro experimental a la terapia.
Alba Editorial, s.l.u. Artes Escénicas. París. 2002. Barcelona.
2004. Pp. 275. El teatro es la primera invención humana. Cita Pág.
25)
Yo que observo mi
situación y no‐yo,
sustancialmente espaciales, somos absorbidos por la composición
vulgar del tiempo. De hecho, es por eso que la forma temporal se
performa como la vía más común —la única y otra— para
describir a quien habita su presente en potencia, diferente y
espacial —cuerpos distantes y próximos‐;
por otro lado, esta ligazón al tiempo obliga a des‐componer
los enlazamientos que constituyen el ente, idea performada que asume
conceptualmente su objeto‐sujeto
temporal de tránsito y pasaje —el cuerpo—.
Este
tránsito al parecer de contacto con el centro en negatividad
productiva (vacío), opera en el acto mismo de su juego
(cuerpo‐espacio)
de situación y posición, como por sobre raíces de transformación
cualitativa fáctica —de decisión y energética— Simultáneamente
meditar esa mirada a‐Sí
religando su espacialidad viva (no abstraída, contenida u olvidada),
es acto constitutivo a su operar como cuerpo‐espacio
en decisión —decisividad
alude
aquí a lo que se vive habitual e históricamente, sistemática y
regularmente en diferencia—, meditar su viaje como posición y
potencia, como constelación y gobierno; meditando sobre su finitud
originaria (su finitud cotidiana) esa mirada es infinitamente
abarcante y pasajera, ya ni si‐quiera
es mirada, más bien —si cupiera todavía el sentido de Serxxvii—
es objeto desorbitado de su paso temporal mismo (de lo mismo) y
también de lo que obra y transforma como objeto (y sus reflejos) en
cuerpo de pasaje, de conocimiento, otro y diferente (pregnante).
Todo
esto lleva a considerar la meditación crítica como pensarse en
espacialidad, viéndose actuar a‐Sí,
con la fuerza, potencia y realización que le confiere múltiples
espacios de virtualidad. Además de suponerse modelo de universalidad
sin límites, esto señala que los lugares se suplantan pero el
sistema de coerción permanece; mientras más aquel espacio estético
se fragmenta (se ínter‐penetra
o superpone), más potencia adquiere su virtualidad positiva, su
apariencia y su construcción de realidad —de su mundo: su fuerza
ética, su pasión y su realización estética—. Esta fragmentación
es sin embargo el diferenciamiento constitutivo al círculo aparente
(visible e invisible a la vez), lo que pone al círculo mismo en
situación de crítica, justamente como espacio
estético este diferenciamiento originario y
esencial —ser humano es ser teatro— obra
la crisis que le constituye en cuanto arena: i) como diferenciamiento
fáctico consecuencia de algo radicalmente extraño y accidental a su
apariencia dual, y/o ii) como originalidad relativa y virtual
(aparece a‐Sí como
irrebasable), dualidad constitutiva al tránsito y pasaje (tiempo) en
cuanto círculo construido y constituido positivamente
(aparentemente). Este juego aparenta
entonces toda apertura y clausura, su apariencia activa es
constitutivamente dual y esférica, y como todo juego su razón de
gravitar en la energética de un centro (donde el espacio estético
es el cuerpo mismo) es concebir tal centro sobre‐abarcado
(esto es que a su vez orbita y des‐orbita
la dualidad): su inicio y su retorno como cuerpo entonces, además (a
pesar y a partir) de ser entrelazado (dado en cuanto espacio
estético) nunca es el mismo (nunca es),
irrepetible y vacío, su condición de creación supera (transforma)
todo diferenciamiento originario y/o construido.
Partimos
entonces de tal noción multi‐espacial
—est(ética)— cuyo índice de valor es la acción de clausura en
cuyo paso descifra al centro y su movimiento de propiedad circular;
en su desciframiento de valor, todo signo o alfabeto calla y medita
en cuanto obra, amor o mandamiento constelativo de cuerpos sin
tiempo.
Metáfora
universal
“De
más de esto me ha dicho vuestro faraute que me
proponéis
cinco varones señalados que debo conocer. El
primero
es el Dios y tres y uno que son cuatro, a quien llamáis
Criador
del Universo. ¿Por ventura es el mismo que nosotros
llamamos
Pacha‐Kamac y Viracocha? El
segundo es el que
decís
que es padre de todos los otros hombres, en quien todos
ellos
amontonaron sus pecados. Al tercero llamáis Jesu‐Cristo,
solo
el que no echó sus pecados en aquel primer hombre; pero
que
fue muerto. Al cuarto nombráis Papa. El quinto es Carlos a
quien
sin hacer cuenta de los otros, llamáis poderosísimo
monarca
del universo y supremo a todos. Pues si este Carlos es
Príncipe
y Señor de todo el mundo, qué necesidad tenía de que
el
Papa le hiciera nueva concesión y donación para hacerme
guerra
y usurpar estos Reinos? Si la tenía, luego el Papa es
mayor
Señor que no él y más poderoso, y príncipe de todo el
mundo.
También me admiro que digáis que estoy obligado a
pagar
tributo a Carlos y no a los otros, porque no dais ninguna
razón
para el tributo, ni yo me hallo obligado a darlo por
ninguna
vía. Porque si de derecho hubiese de dar tributo y
servicio,
paréceme que se había de dar a aquel Dios que decís
que
nos crió a todos, y aquel primer que fue padre de todos los
hombres,
y a aquel Jesu‐Cristo que
nunca amontonó sus
pecados;
finalmente se había de dar al papa, que puede dar y
conceder
mis reinos y mi persona a otros. Pero si decís que a
estos
no debo nada, menos debo a Carlos, que nunca fue Señor
de
estas regiones ni las ha visto. Y si después de aquella
concesión
tienen algún derecho sobre mí, fuera justo que
puesto
en razón me lo declaráseis antes de hacerme las
amenazas
con guerra, fuego, sangre y muerte para que yo
obedeciese
la voluntad del Papa, pues no soy tan falto de
juicio,
que no obedezca a quien puede mandar con razón,
justicia
y derecho.
Demás
de esto deseo saber de aquel buenísimo varón Jesu‐
Cristo
que nunca echó sus pecados, y que decís que murió: ¿si
murió
de enfermedad o en manos de sus enemigos? ¿si fue
puesto
entre los dioses antes de su muerte o después de ella?
También
deseo saber si tenéis por dioses a estos cinco que me
habéis
propuesto, pues los honráis tanto, porque si es así
tenéis
más dioses que nosotros, que no adoramos más que al
Pacha
Kamac por Supremo Dios, y al Sol por su inferior y a la
luna
por hermana y mujer suya. Por todo lo cual holgaría en
extremo
que me diéseis a entender estas cosas por mejor
faraute,
para que yo sepa, y obedezca vuestra voluntad”
(ATAHUALLPA.
Manifiesto crítico del Inca Atahuallpa a
Pizarro,
citado por Vicente Pazos Kanki en Memorias
Histórico
Políticas
a partir del ínter‐texto
con la narrativa del Inca
Garcilazo
de la Vega. Ver PAZOS KANKI, Vicente. Op.Cit.
Págs.
99‐101)
Meditando
en razón de lo público vemos al fenómeno en su validez universal a
partir de —una vez y siempre posible— alguna metáfora natural
del Sí (sea en tanto falta u omnipresencia) que luego anexa
voluntades universalizando asimismo esa confianza institucional
performativa y discurrente, que a una singular productividad la
consciencia soberana y sin límites en ese lapso ofrece, en cuanto
fenomeneidad —cohesión— de rasgo y tendenciaxxviii.
Esta consciencia que ocupa al discurso de la historia buscando
conceptuar el valor acumulativo de la cultura hacia constelaciones o
universos comunitarios de símbolos, códigos y señas es simultánea
y enlazada a las consideraciones comunes de nación y comunidad,
también de Estado (nacional — global). Nuevamente, la
consideración del tiempo en cuanto el valor acumulativo,
transmisible y común supone al discurso como fenómeno de
espacialidad diferencial —cultura—
y al tiempo como recurso (territorio mutuo) donde se constituyen
—condición
de guerra civilizatoria—
pautas de origen virtual, hitos civilizatorios y patrones míticos
—arquetipos—.
No
es casual entonces, que luego de las doctrinas de Locke,
Turgot,
Monboddo o
Helvetius
(Harris,
1976: 13)xxix
en el siglo XVIII el proyecto libertario de América con la sucesión
de repúblicas durante el siglo XIX, provenga de Europa misma y que
la educación y cultura (el saber) sean los títulos más simbólicos
de libertad y consciencia acumulativa (evolucionista, naturalista)
valor antes dispuesto sólo hereditariamente y sólo así posible en
cuanto proyecto territorial y burocrático (fuerza ética) en asenso
en la América virtualxxx.
Sólo así, este espacio constelado en fronteras constituye hasta hoy
la posibilidad infinita de predecir la inexorabilidad de su tejido de
tiempo, clasificar etapas o períodos y regular su sentido común e
incidencia extensiva.
Valor
acumulable, con cultura entonces es posible imaginar las causas de
fuerza que supuso comprender primero el ordenamiento de status que
por ejemplo Europa hereda para el siglo XVIII y luego su
potenciamiento (simultaneidad) casi lógico en el asenso colectivo de
las ideas, senda libertaria que todavía hoy ilusiona el thelos de la
cultura occidental (su darwinismo social); planetización inexorable,
al fin, cuando el sujeto reclama para Sí la ilimitada fuente de
conocimiento que constituyen leyes, doctrinas y ensueños del mismo
Estado que se recicla estructural —energéticamente— con todo
espacio de sentido liberal público.
Resulta
paradójico que su crisis o ruina constitutiva al Estado, rasgo
aparentemente común a los procesos de des‐composición
estatal cuando se con‐funde
con el deseo del sujeto
—pertenencias ciegas—
y se opera con excedentes arquetípicosxxxi,
permita asimismo una aproximación de productividad crítica, que
aquí se presenta en oscilación (como sujeto y objeto a la vez),
movimiento que hasta hoy ofrece no pocas vías para abordar su
fenómeno de valor—.
El Estado ha iniciado una ruta de des‐formalización
cuando se reconoce primero en sus criaturas e id‐entidades,
en sus ecos y reflejos, en su metáfora creadora universal; esa
condición de valor en el movimiento de propiedad de la Ilustración,
que le origina en cuanto ente transversal a la consciencia que obra y
por tanto ese valor
que es
decisivo, a la vez que se convierte en vínculo sistemático que
acrecienta y dispone la consciencia (por ejemplo nacional y
ciudadana) es también espacio decisivo de crítica en cuanto
experiencia que se recicla en la ilusión de homogeneidad (en el
pretexto de igualdad, justicia y libertad) y en su autorreflexión
sin límites, que por ser valor
(de sí
y para‐sí)
sin embargo se des‐apropia
y anulaxxxii.
Paradójico
también es que ese sea el programa público social —constitucional—
en las reivindicaciones programáticas a nivel planetario hoy, siendo
así huella cultural aquello —pobreza—
que le denuncia como discurso de frontera a nivel planetario, en
plena vigencia positiva a inicios del siglo XXI, esto es, su validez
pública plena pedagógica y cultural, como discurso público de su
propia inexorabilidad libertaria
en el
mundo. Con la Ilustración entonces la consciencia humana se sabe
obligada y elige sin poder dejar de estar ahí viviendo su
constelación adquirida y conservada (más‐allá
de voluntades y de la voluntad humana en Sí), dispuesta como
tecnología pública universal, planetaria e internacional; senda por
ello, a su vez, irrecusable de meditar en su agotamiento posible pues
es a la modernidad misma que corresponde, en cuanto proyecto público
racional mismo —humano—, al mito ineludible —adquirido y
acumulado — en cuanto capital humano y cultural falible y siempre
inacabado, la responsabilidad sin tiempo para descifrar y acallar. La
civilización persiste en cuanto culminación acumulativa cultural,
preñada de virtualidad ética —frontera— respecto a su
existencia demarcada de su propia animalidad desde entonces
visibilizada en parangón institucional, filosófico y lingüísticoxxxiii.
“… La Descripción
de los abipones, de Martin Dobrizhoffer, por
ejemplo, no se distingue por su cientifismo profano. Al hablar de la
diversidad de las lenguas de Paraguay, Dobrizhoffer comenta: ‘Su
variada estructura es verdaderamente admirable y ninguna persona
racional podría suponer que estos estúpidos salvajes hayan sido sus
arquitectos e inventores. Basado en esta consideración, he afirmado
con frecuencia que la variedad y la artística construcción de las
lenguas debe ser incluida entre los otros argumentos para probar la
existencia de un Dios eterno y omnisciente’ [1822, 2, p. 157]”
(HARRIS, M. Op.Cit. Pág. 14)
Desde allí la
perfectibilidad humana fundada irónicamente en su imposibilidad
conceptual de aquello que nombra cultura y
debido a su plasticidad natural alterna (posibilidad de otras y
anteriores ilustraciones o civilizaciones), supone los factores
suficientes para universalizar, antes que la cultura misma —capacidad
humana de adquisición, asimilación y reproducción simbólica
social— el discurso sobre la universalidad de ésta y sobre su
comportamiento social productivo. Por tal entrelazamiento es que hoy,
tal discurso de
enculturación evolucionista se muestra constitutivamente violento y
plenamente público.
De
acuerdo con Harris, la imposibilidad de conceptuar cultura interrumpe
aparentemente, el valor con que se piensa nuestra adquisición
sensorial constituyendo nociones entretejidas y complejas, ya
reducidas a estructuras y clasificaciones de fuerza
—“…noción
de facto de la cultura” (Harris,
1976: 14). Entre estas, precisamente surgen usos
y
costumbres
donde
etnología (y ley) transfiere, interpreta y traduce
al otro
en la lingüisticidad categórica a que pertenece y abarca, desde su
virtual tradición, invierte (inventa) vivencias inmodificables del
próximoxxxiv
para colmar un espíritu que se ve —y hace ver— único (infinito
o inexorable).
Según
tales hechos de lingüisticidad, los andamiajes que permiten las
descripciones etnográficas son un excedente, esto es, rastro ético
y estético de vínculos universalistas —sociales y públicos— de
los primeros farautes
y
misioneros en América con aquellos filósofos que supieron
interpretar (y disponer) de primera mano aquellas descripciones y
filtraciones textuales a partir de un mundo (el europeo naturalmente)
en transformación subjetiva, mundo virtual constitutivo —universal
religiosa y políticamente— en que sabios y poetas ilustres,
quienes el común de los casos no precisaron ni siquiera conocer al
otro
mundo
salvo indirectamente, en el rodeo misionero y etnográficoxxxv
de sus reinos. Este espíritu fundacional —fundamental— se ha
visto en acción, reciclando a‐Sí
su operación invertida de diversas formas, en un tiempo universal
que asimismo delimita una espacialidad y territorio en el planeta. Su
calendario ya está localizado en cuanto valor que se desea, se busca
y se cumple, más allá de su colonialidad
desde
donde se muestra y esconde, tal universalidad responde a una
id‐entidad
racional pública —moneda de inter‐cambio
nacional cualquiera —condición y signo de racionalidad pública y
mundana—.
He
aquí un movimiento de propiedad a partir del excedente universal de
la naturaleza enlazada a la pretensión filosófico‐religiosa
(centrismo teo‐teleológico),
paso de transformación y producción simbólica singular donde
pugnan aquellos libres inspirados en la Ilustración (liberales)
buscando reformas públicas necesarias al reacomodo burocrático, en
aquel nuevo territorio natural e institucional orgánico.
La
razón no solamente disputa a la sangre el sitial de gobierno sino
que sobre abarca a la institución virtual misma (del origen) como es
esta consciencia común, constituyéndose ente (medio) público y
cultural simultáneamente. Respecto a tal fenómeno de
simultaneidadxxxvi,
su apariencia se fundamenta en una equivalencia ciega —su condición
es la ceguera— necesaria de anexión simbólica que se potencia en
gestos rituales identitarios que completan y confirman —legitiman—
aquel acto decisivo que constituye y co‐implica
a su vez, una consciencia racional en tanto entidad pública —medio
y pertenencia— para elegir y decidir en la senda energética que le
marca o le manda su pauta circular de tiempo.
En
la arena de la nación,
todo
ese campo crítico señala entonces gestos éticos y estéticos,
fundados en la paradoja de nación a partir de la universalización
de un conocimiento que equipara razón, mente, espíritu y sociedad.
Constitutivo a su origen el arquetipo público de la promesa
institucional resulta entonces paradójico, siendo aquella ambigüedad
de origen —donde la anexión violenta es código de
entrelazamiento— a la vez vía del olvido y clausura estructurales.
Los rodeos que sujetan los vínculos de nación (origen crítico), se
constituyen a si mismos como texto que dice su señal excedentaria
(la exclusión constitutiva, su senda racional) intentando agotar
siempre condiciones o líneas posibles de disposición colectiva
dispuesta legal e institucionalmente, para cumplir su tiempo nacional
que es camino virtual equivalente —vigente— de un deber
de
perfectibilidad social, racional y autónomaxxxvii.
Al
interpelar las fuerzas que componen la acción virtual que se expresa
así —escritura, espacio est(éti)co—,
irrumpe una constante apelación energética que se destaca
deficitaria y productiva, en tanto otra simultaneidad que se ofrece
en‐sí para descifrar. El
agotamiento aquí tiende a observarse decíamos como desierto, que es
donde se agota la lengua misma o su idea o morada (su signo, en
cuanto aparato de conocimiento) pero donde irrumpe la espacialidad de
la huella, en movimiento des‐apropiativo
lugar cuerpo donde el entrelazo se ofrece en movimiento de
transformación directa, extraña pero incidente a una consciencia
activa, que sobrevive —apenas o ya nunca presente y propia— el
transcurso posible de una escritura diferente. La posibilidad
colectiva de su transcurso si bien es predecible por el rodeo y la
promesa europea de nación, el punto crítico de la exclusión
constitutiva decide una acción en un nuevo tiempo común posible,
desde su desierto, exclusión y violencia. Aquello puede entonces
exceder una simple variante al régimen de espacialidad, a su
institucionalidad que persevera en las formas y símbolos, lo cual
implica excedencia de sentido, es decir puede ir más‐allá
de un sentido, del más simple y común (nacional y humano), sólo
sentido de lo falible en la perspectiva hegemónica y autónoma de
nación su posibilidad concibe y parte de un punto de vacío crítico
—imposibilidad constitutiva que en nuestras historias nacionales
atraviesa la exclusión in visibilizada de la institucionalidad
cultural pública y racional, de sus discursos sociales, de su
pregnancia educativa y social o de su confianza milenaria.
Para
descifrar esa confianza es casi natural y necesario pensar el
fenómeno primero desde esa misma perspectiva universal, en su
movimiento de propiedad que le recicla comúnmente por su pasaje
romántico, código libertario (rastro civilizatorio) en pos de los
derechos humanos, la justicia, la libertad, la identidad o
solidaridad en cuanto justificación programática de pertenencia —y
cooperación— internacional o de estrategias de interculturalidad.
Sus condiciones de sentido, se extraen del valor de existencia
intercambiable que soporta y permite toda relación cultural
entrelazada y añadida como complejo institucional dispositivo que
apela así a razones de id‐entidad
pública.
Veamos
en nuestras historias nacionales la validez local de este proceso
público, en los rastros de frontera nacional, étnica, geográfica y
espacial (hemisférica y global) que el presente ensayo propone.
Confrontemos tal añadidura y entrelazo en el texto mismo de la
memoria pública que hace a nuestro territorio, desde los itinerarios
históricos y narrativos que hacen (internacional) la educación y la
cultura.
Libertad
y servidumbre
“… Cicerón
nos dice, que al principio los hombres vagaban tan salvajes
como
las bestias, sin más regla ni razón que la satisfacción de sus
apetitos
naturales;
que no conocían la unión conyugal, ni la educación de los hijos,
ni
aquella
equidad natural tan necesaria para la humanidad. Por este testimonio,
los
Caldeos, Persas, Asirios, Egipcios y Fenicios, que fueron los sabios
del
mundo,
y maestros de los griegos y Romanos, cuyas bellezas de genio, así
como
la extensión de sus conocimientos admiramos, eran tan salvajes y
bárbaros
como los habitantes primitivos del Perú; y si más de cuatro siglos
fueron
necesarios para que aquellos llegasen a organizarse en sociedades
cultas,
con leyes, gobierno y obras admirables del arte, mucho más tiempo
debían
de haber existido los peruanos en sociedad para tener como los
Egipcios,
monumentos que de toda la creación del hombre, son los únicos que
tienen
el carácter de eternidad” (P.KANKI, Vicente. Op.Cit.Cita
Pág.86‐
87).
¿Qué
es Bolivia para la razón pública contemporánea sino el resultado
histórico de un territorio de conquista interminable y proporcional
a la explotación de sus recursos, sus pactos de anexión al trabajo,
a sus riquezas y territorios? Tal constitución crítica hace a la
bolivianidad texto del
avance ilustrativo en América, en cuanto factor de cohesión
colonial y post‐neo‐colonial,
código sin medida ni límites para el discurso discriminatorio de
aquello —nación—
construido, siempre inacabado (posible e imposible). Constitutiva a
su origen nacional crítico excluyente, la bolivianidad es un
arquetipo crítico desde la mudez milenaria que la compone y que hoy
la construye, desde otras referencias (contra‐ilustrativas)
in‐visibilizadas que, luego
de la conquista europea algunos de sus hijos indios nobles —mestizos
ilustrados— junto a sus ruinas y piedras despiertan a la
posteridad.
Bolivianidad,
ineludible pugna constitutiva para la indagación de sus sentidos
territoriales de fuerza, que explican esa pertenencia paradójica y
crítica, atmósfera de incompletud a partir del incordio indígena y
originario a una razón pública que persevera a la exclusión
crítica. Mientras la bastardía ilustrada y política del siglo XX
sentencia la ambigüedad virtual que trastorna grotescamente la senda
de anexión nacional y republicanaxxxviii,
queda en el texto la contundencia histórica de lo que consiste y
persiste aquel sistema de conquista y guerra (audiencia) en el
espíritu tradicional y constitutivo de la nueva nación‐estado.
“El sistema colonial
consistía en el Alto‐Perú,
bien así como en las demás secciones americanas, en cierta
combinación de resortes para convertir la sociedad civil en
establecimiento destinado a los consumos del monopolio ultramarino, a
la mayor producción indigenal posible, y al dominio exclusivo y
perpetuo de la raza conquistadora y del catolicismo…” (MORENO,
Gabriel René. La Audiencia de Charcas.
Ministerio de Educación y Cultura. Fondo
Nacional de Cultura. La Paz. 1970. Pp. 102. Cita Pág. 25).
Porque mientras sus
raíces públicas y administrativas que una vez viabilizaron pactos
de identidad étnica monárquica, luego, con la independencia
republicana, aquellos pactos deteriorados se sumieron en un
silenciamiento o evasión de un pasado que no solamente va más allá
de la organización provincial (Nueva Toledo o Alto Perú) sino de la
misma república naciente —y por tanto de la república vigente—,
permitiendo en cuanto resorte, su condición constitutiva de riquezas
para el mundo y su posición crítica frente al mismo. Por otro lado,
no son casos aislados aquellos textos que denuncian esa constitución
discursiva de nación, textos que virtualizan desde el preámbulo
(rodeo) del tiempo nacional, aquella interpretación que persiste a
una consciencia histórica de discriminación, manifestando a su vez
la propia insostenibilidad en cuanto rodeo, pues lo que dice el
preámbulo (en el siglo XX) es anulado un siglo antes, desde su
primer párrafo por el texto mismo que nuestra lectura vale y rebasa,
como la cosa misma por su distancia e historicidad.
Pero los pactos de
identidad étnica canalizadoras de discensosxxxix
se mantuvieron activos al rodeo de nación, cuando ésta pierde
influencia territorial sobre sus lindes (en fauces de sus élites),
sacrificando territorio y alimentando nacionalismos de reforma al
patrón estatal, tomando una y otra vez posta constitutiva que sujeta
al indígena en tanto centro‐pretexto,
unas veces silenciados (luego de la Revolución de 1952, los indios
son homogeneizados como ciudadanos campesinos) y otras veces
positivados (luego de las reformas estructurales neoliberales el
indio es ciudadano multiétnico y pluricultural) .
Veamos
un registro de tal sujetación desde la constitutividad crítica y
genealógica que nos propone el texto de G. R. Moreno:
“Negra página en el
proceso histórico de la Audiencia son las sublevaciones de Chayanta
en 1780 y 1781 encabezadas por los Catari y que abrazaron el Alto
Perú. Consta que el tribunal, amparando la despótica codicia del
corregidor Alós, lanzó a los oprimidos en la mayor de las
extremidades, que fue secundar la rebelión de Tupac‐Amaru.
Hábiles transacciones y la soltura temerosa de Tomás Catari
aplacaron el resentimiento de los indios, devolviendo la paz a las
provincias. Poco después, oponiendo la Audiencia embarazos de todo
género a la acción militar de don Ignacio Flores, comisionado por
el virrey para reprimir el alzamiento, mandó aprehender, sin noticia
de éste y contra su táctica conciliadora, a Tomás Catari, dando
con esto ocasión a la muerte tragediosa del indio, al alzamiento
subsiguiente, y a la inmolación de medio centenar de rebeldes en La
Plata.
¿Quién no ha oído
hablar del grito de libertad lanzado el 25 de mayo de 1809 en
Chuquisaca para turbar el sueño colonial del continente? ¿En cuál
crónica de la independencia americana no está consignado. a lo
menos cual un mero motín, ese primer toque de rebato, esa rebelión
de seis meses, que acabó en La Paz con las horcas de Goyeneche, pero
dejando, según las palabras de uno de sus mártires, encendida la
tea de insurrección general? Pues ese alzamiento contra la
dominación española fue encabezado por oidores españoles, en odio
personal al presidente de Charcas y al virrey de Buenos Aires.
Y tan suicida como
fecundo fue aquel atentado, que desde ese mismo día ya no hubo
sosiego sobre el haz de la tierra para ninguno de los oidores, y lo
primero que arrasó la revolución fue el tribunal, y diez años
después quedaba apenas la memoria de los individuos que la
compusieron en su hora postrera.” (MORENO, Gabriel René. Op.Cit.
Págs. 26‐27).
Pasados
los etnocidios y masacres constitutivas a la razón pública por
ejemplo boliviana, el patrón liberal homogeneizador de 1952, sujeta
al indio en cuanto ciudadano homogéneo e igualitario (campesino),
administrando el sujeto político desde el sindicato y el partido
(ambos referentes paraestatales) tal ficción no hace más que
centralizar el discurso público desde códigos ilustrativos
(intelectualidad nacionalista y revolucionaria) y dispositivos
decisionales céntricos, en cuanto prolongación grotesca de los
parámetros y pactos de Charcas (incidente al occidente y replicativo
en el oriente de Bolivia). Con la emergencia identitaria múltiple y
plural de los ‘90, aquella reserva tradicional del pacto étnico no
sólo rebasa el sindicato paraestatal sino al partido tradicional
llevando así al desierto a la propia representatividad pública,
cuando desde aquella diversidad contundente desde inicios del siglo
XXI, se interpela los elementos constitutivos de la nación, nada
menos que constituidos desde Charcas y prolongados según vimos en la
virtualidad genealógica de país, que en los ’70 nos manifiestan
aquellos preámbulos y rodeos, decimos grotescos pero fecundos,
cuando se niega a Bolivia de sus raíces indias, salvo como centro y
pretexto nacional.
Los
pactos de identidad étnica aparecen entonces como punto genealógico
de analítica crítica, cuando positiva una tradición de exclusión
en servidumbre a un sistema señorial insostenible. Los indicadores
históricos de la crisis entonces, registradas por Moreno en Charcas
fluctúan unas veces visibles y otras invisibles hasta los pactos de
identidad étnica (multi y pluri) que asimismo marcan el suicidio y
fecundidad de hoy —productividad indígena‐originariaxl—,
que marcan desde Bolivia un proceso constituyente y des‐constitutivo
en América.
“… ninguna asamblea o
norma podrán enfrentar y rectificar los grandes vicios si aborda la
cuestión desde una visión exclusiva de propiedad” (CORTEZ H,
Roger. Poder y sujeto constituyente.
PADEM. Red de Participación Ciudadana y Control Social. La Paz.
Septiembre. 2005. Pp. 347. Cita Pág. 22).
La tierra, el territorio
y los recursos son aspectos transversales de propiedad que hacen a la
razón pública liberal popular boliviana, andina y americana,
condición inexcusable a la hora de las pugnas decisivas y
constituyentes. En el reloj constituyente, el tiempo de compromiso
colectivo con la propiedad de tales aspectos, es fundamental que se
salden aquellas deudas de propiedad tanto a nivel nacional como
internacional: estas decisiones que cumplen hoy con el mandato
genealógico, son manifestaciones claves en el mensaje antecedente a
las pautas de transformación a la institucionalidad pública y
cultural en la agenda constituyente.
Sólo
en este marco se explican las apelaciones de las élites ganaderas a
sus vínculos territoriales, que es su historia local, cuando alertan
que pelearán hasta la muerte sus raíces en Bolivia desde hace más
de 300 años (que dobla el tiempo de la república misma) en su
calidad ganadera, código de frontera vigente del poder en la
amazonía, oriente y chaco bolivianos.
Por
eso, el proceso de nacionalización y reforma agraria en Bolivia, se
ubica aquí en cuanto medida paradójica constitutiva, liberal
popular y milenaria, que le permite al Estado reinventar su
disponibilidad social diversa —reposición geopolítica
constitutivamente crítica por el patrón discriminatorio de
extracción, producción y acumulación de riquezas y recursos (cuyo
antecedente público administrativo se registra como rastro de la
Audiencia de Charcas)— en un panorama público deficitario en un
tiempo institucional usurpado a sus habitantes silenciados pero
emergentes en cuanto pueblos indígenas
y originarios (más
allá de los misticismos de origen y autonomías ciegas), en panorama
del pacto deteriorado con la promesa histórica evolutiva de los
procesos político institucionales representativos, a partir tanto
desde el constitucionalismo misionero regalista y contra‐escolástico
hasta el liberalismo ilustrativo anexador y foráneo, ambos procesos
señoriales civilizatorios que reciclan y absorben los movimientos
libertarios y especialmente invisibilizan los movimientos
insurreccionales míticos —desmitificadores— de resistencia y
alianza religiosa antimonárquica y antirrepublicana —máscara de
lo común y públicamente otro,
en cuanto código crítico y decisivo de frontera‐xli.
Tales
procesos contra‐ilustrativos
y contra toda la cientificidad europea así como contra toda
meta‐frontera inventada y
deseada por la luz de tal virtualidad de espíritu, silenciando
humores y excedencias —olvido o evasión— en el discurrir de
simbologías en pugna desértica, debieron estanciarse en el pacto y
la deuda que originan las raíces de su servicio y movimiento de
silencio activo, rastro de una crisis, decíamos, que hoy
precisamente en el ahora que le positiva y le prescribe aparenta
títulos jurídicos legítimos, simultáneamente en cuanto
dispositivo múltiple de derechos que así como sobre‐abarca
desborda impotencias institucionales de respuesta ante un patrón de
tiempo desértico —régimen de mundo que se anula, se des‐orbita
y transforma.
Meditando
las implicancias continentales, la relación de lo internacional en
la perspectiva nacionalista milenaria hacia una integración
liberadora postnacionalista y postpopulista —internacionalismo
social— se reactiva a partir de la crítica a la nación, en cuanto
paradójico proceso de nacionalismo latinoamericano (Velasco, 1993:
89)xlii
que ha iniciado una singular marcha de manifestaciones localizadas,
en mundos históricos propios y entrelazos (en cualquier punto de
Latinoamérica y El Caribe), rastros descifrables y distintos en la
múltiple espacialidad y raigambre de conquistas, vecindades y
civilidades, resistencia que sin rasgos de coordinación movilizadora
marcan en América una común agenda de reivindicación social que
tiende a tornarse en hemisférica —inter y peri nacional—.
¿Dónde
pensar la libertad y dónde la servidumbre sino en el cuerpo, ya que
en tanto texto deja ver la cosa en sí de su crisis?
La
cosa en sí de una crisis obliga a ejercitar distancia hermenéutica
en búsqueda por comprender su fenómeno desde vínculos
tradicionales de exclusión —perfil efectual de la historia local—
que define y decide un tiempo de fronteras sociales, económicas y
geográficas en los Andes, Amazonas, Costas y Chaco de Bolivia, todos
referentes de múltiple frontera milenaria de pactos e invasiones.
Todos, escenarios singulares críticos de republicanismo
constitucional y liberal que cede a las estrategias de fraternidad
—fatriarquías— en desmedro de las colectividades indígenas y
originarias, solamente comprensible en cuanto fuerza ética señorial
(racismo) cuyos códigos de discriminación y anexión ciega,
caracterizan los vínculos deficitarios de pertenencias y asimismo la
productividad —fecundidad— en las reivindicaciones liberadoras
del presente.
En
cada escalón de la crisis humana reluce en el espectro de la deuda
social en América, el rostro vinculante del indígena que abarca una
responsabilidad sin nombre para la integración —jamás simple
inserción— futura en el mundo que hoy carece de institucionalidad
suficiente en tanto Estado y Nación —razón pública—.
Tal
movimiento inerte de las fuerzas que constituyen hechos comerciales
en la continuidad colonial, el espíritu universal que performa
aquellos bloques de integridad, a la vez que incentiva la promesa de
participación colectiva en procesos comerciales nuevos (como flujos
frescos de capital) involucra notoriamente la crisis del
comportamiento anexionista y civilizatorio de Europa y Estados Unidos
en las decisiones políticas hemisféricas, comprometiendo lecturas
respecto a la frontera misma —en tanto valor de lo internacional—
que un día ha pretendido perpetuarse constitutiva a la conquista y a
sus réplicas invasionistas en América.
Luego
del pragmatismo evolucionista de la institucionalidad liberal en el
mundo, los resultados institucionales para enfrentar la envergadura y
velocidad de los circuitos comerciales y culturales, excede las
propias posibilidades que en perspectiva de sus condiciones de
significancia los grupos y comunidades se tornan inatrapables en el
ensueño universal una vez que de las correspondencias espaciales
específicas a las localidades históricas —naciones frontera—
emergen fuerzas éticas que aun perseveran exclusiones y
discriminaciones constitutivas al señorialismo europeo tan vigente a
la hora de dirimir sus territorios estratégicos en el mundo y tan
emergente en la calamidad de sus relaciones in‐equitativas
e injustas.
Resumen
“…Puesto
que el arribante todavía no tiene identidad, su
lugar
de llegada se encuentra también sin identificar: todavía
no
se sabe o ya no se sabe cómo nombrar,
cuál es el país, el
lugar,
la nación, la familia, la lengua, el ‘en casa’ en general
que
acoge al arribante absoluto… Al estar tan desarmado
como
el niño que acaba de nacer, el arribante no rige ni se rige
tampoco
por la memoria de algún acontecimiento originario
en
donde lo arcaico se alía con la extremidad final,
con la
finalidad
por excelencia del telos o
del eskhaton. Excede
incluso
el
orden de la promesa o, al menos, de cualquier promesa
determinable…
empezando por la humanidad del hombre que
algunos
estarían tentados de reconocer en todo lo que borra en
el
arribante, el rasgo de pertenencia (cultural, social, nacional,
sexual)
e incluso la determinación metafísica (yo, persona,
sujeto,
consciencia, etc.), este hecho es la frontera en el fondo
más
difícil de trazar porque ésta ya se ha pasado siempre. En
esta
frontera es en la me inclino a leer a Heidegger. Nos queda
por
decir que dicha frontera impedirá siempre discernir entre
la
figura del arribante, la del muerto y la del (re)aparecido.”
(DERRIDA,
Jacques. Aporías. Morir –esperarse (en)
“los límites de
la
verdad”. Paidós. Barcelona‐Bs.
Aires. México. 1998. Pp. 130.
Cita
Pág. 63‐64)
Estos
apuntes buscan meditar y comentar aquel integracionismo en el centro
de su figura de anexión comercial y económica, de diferenciación
constitutiva al régimen soberano del espíritu global, a ritmo de la
veloz masificación de medios y tecnología (de virtualidad y
comunicación) sobre bases de intercambio histórico —in equitativo
imperante—, que transversaliza el sentido de aquello
—internacional—
virtualizado simbólicamente, culturalmente y realizado
comercialmente, productos de amplio espectro y virtualidad
(globales), que hacen instituciones como organismos.
Este
ensayo busca reañadirse todavía para coadyuvar a integrar y
des‐componer fronteras
económicas milenarias y centenarias.
Tratando
provisionalmente entonces de resumir sus apuntes, he intentado aquí
meditar aquellas correspondencias (del saberse público) en búsqueda
por pensar un más‐allá
del estructuralismo y de su hermenéutica; en cuanto posible ensayo
de conocimiento local, el presente artículo puede ser agendado con
esas meditaciones siempre incompletas para un proceso constituyente
(guía de revolución social y cultural ya iniciada en América),
posibilitando enlazamientos a partir de estructuras y textos de razón
pública (república) construidos como subjetividad (lo qué
significa que su texto se muestre así).
En
un país republicano como Bolivia, de extremidad y pertenencia
estatal internacional (occidental), la subjetividad en cuanto tejido,
entonces, manifiesta tal ordenamiento en meta‐fronteras
que sujetan la posición y la diferencia por medio de emboscadas de
sentido (traición diferida y localizada) en el tiempo —pactos y
lealtades—, campo‐valor
decisivo donde se reciclan las pertenencias construidas como
autónomas, legítimas y propias. En tal territorio se encarna la
autonomía en cuanto discurso presente de guerra: recurso público e
institucionalidad ideológica constituida. La comunidad, allí, en
cuanto fuerza ética, resulta en un ente y en tanto fenomeneidad vive
aprisionada en el mundo a través de aquella poli‐tonalidad
de sentidos (virtualidad), universalidad vigente misma del acto,
seguridad‐justicialibertad,
acción constelada en perseverancia de la frontera y la guerra, muro
infinito que sin embargo se erige en cuanto tal (crisis) como
contra‐seña de desierto y
transformación del espíritu (cuerpo) más‐allá
del punto ciego y pleno de la luz que le gobierna.
Tomando
la pregunta en cuanto posta de analítica crítica, la diferencia se
piensa por el fenómeno en cuanto cifra, des‐formalizable
y activa (desconstruible). Su valor de diferencia
alude
simultáneamente al tiempo y al espacio, a su apariencia metafísica:
diferir en el tiempo, en cuanto memoria, descifrar el tiempo como
sentido y cultura, temporizar,
y en cuanto olvido, de ser‐no‐presente,
no ser nunca presente—, también diferir entre semejantes en la
densidad de los cuerpos —distinción infinita— proximidad ajena y
otredad que interpela toda virtualidad de diferenciamiento unívoco
(tiranía); también locura económica que busca (persevera) a
descifrar aquello que aparece como diferente y semejante a la vez,
equivalencia y desorbitación del círculo imposible (del logos)
olvido constitutivo a una comprensión poli‐tonal
positiva, fenómeno crítico (ciego y excedentario) y en
des‐composición
[Logos:
“…inyunción
del griego, que significa a la vez razón, el discurso, la relación
y la cuenta…” (Derrida,
1994: 40)xliii.
Es así como también resulta incompleto aquello que en cada caso
propio, su diferenciación infinita queda como faltando en la
inmediatez del prójimo, facticidad imposible de traducir en síntesis
y virtualidad inmanente (autónoma) alguna, fenómeno de
imposibilidad y clausura cuya espacialidad excedentaria y muda
transforma la cotidianidad diversa en otro —nuevo— sentido,
intuición e instinto cuya fuerza ética y espacial (energética)
rebasa pero manda más‐allá
del tiempo —de milenarismos o centenarismos— a cada momento, en
toda decisión de pasar.
Notas
iLEVINAS,
Emmanuel. La huella del Otro. Taurus.
México. 2000. Pp. 117. “La negación de Dios por Nietzsche se
consolidó en el siglo XX. El Dios de la promesa, el Dios prometido,
El Dios dado, Dios como sustancia: eso, naturalmente, no puede
sostenerse. Pero lo mejor, maravilla de maravi‐ llas, consiste
justamente en que un hombre puede tener sentido para otro hombre.”
(Lo sagrado en el hombre. Una conversación sobre fenomenología y
ética. Pág. 101‐102. Yo subrayo)
iiDERRIDA,
Jacques. Dar
(el) tiempo. I. La moneda falsa Ediciones
Paidos Ibérica. Barcelona. Bs. As. 1995. Ediciones Galilée. París.
1994. Pp. 169. “…
¿Qué es la economía? Entre sus predicados o sus valores
semánticos irreductibles, sin duda, la economía comporta los
valores de ley (nomos)
y de casa (oikos es
la casa, la propiedad, la familia, el hogar, el fuego de dentro).
Nomos no
significa sólo la ley en general sino también la ley de
distribución (nemein),
la ley de la partición, la ley como partición (moira),
la parte dada o asignada, la participación. Otro tipo de tautología
implica ya a lo económico en lo nómico como tal. En cuanto hay
ley, hay partición: en cuanto hay nomia,
hay economía. Además de
los valores de ley y de casa, de distribución y de partición, la
economía implica la idea de intercambio, de circulación, de
retorno. La figura del círculo está evidentemente en
el centro, si es que
todavía se puede decir eso de un círculo. Se encuentra en el
centro de toda la problemática de la oikonomia,
así como en el de todo el campo económico: intercambio circular,
circulación de los
bienes, de los productos, de los signos monetarios o de las
mercancías, amortización de los gastos, ganancias, sustitución de
los valores de uso y de los valores de cambio…”
(Pág.
16).
iiiHEIDEGGER,
Martín. El concepto del tiempo. 1924. Edición
electrónica de www.philosophia.cl.
Escuela de Filosofía. Universidad de ARCIS. Pp. 20. “En este
contexto, el ser de la posibilidad es siempre la posibilidad
[constituida] de manera tal que sabe de la muerte, las más de las
veces, en este sentido: ya lo sé, pero no pienso en
ello. Se de la muerte las más de las veces en el modo del saber
que retrocede. Como interpretación del Dasein,
este saber tiene inmediatamente a la mano el disimular esta
posibilidad de su ser. El Dasein
mismo
tiene la posibilidad de evadir su muerte.” (Pág. 13).
ivGADAMER,
Hans‐Georg. Verdad
y Método.
Fundamentos
para una teoría de la experiencia. Ediciones
Sígueme. Salamanca. 1977. Pp. 687.
“… La reflexión
hermenéutica de Heidegger culmina menos en demostrar que aquí está
contenido un círculo que en hacer ver que éste círculo tiene un
sentido
ontológico positivo…” (Pág. 333. Yo subrayo).
vLEVINAS,
Emmanuel. Op.Cit. “El
ser consiste en su ser. Al ser le va su mismo ser. Recuerde la frase
heideggeriana: El ‘ser‐ahí’ (Dasein)
es un ser al cual le va su propio ser. Spinoza habló de ‘Conatus
Essendi’. La
perseverancia en el ser es historia, historia primera. Para
Heidegger es muy importante esta intuición del célebre parágrafo
de Ser y Tiempo:
El ‘ser‐ahí’ tiene que ser y en tanto tiene que ser es ser,
en cada caso, mío (Jemeinigkeit).
El ‘ser relativamente a’ le es impuesto de una forma tan fuerte
e irrechazable que se vuelve su asunto. Continúa Heidegger: en
tanto que el ‘ser ahí’ es, ‘en cada caso mío’, el ser es
un yo. Esa es la parte célebre. Claro que hay otras partes en Ser
y Tiempo, pero esto
es lo darwinista, la lucha por el ser determinada a partir de la
lucha cotidiana con el otro. La historia de la humanidad también es
guerra” (Lo sagrado
en el hombre. Una conversación sobre
fenomenología y ética. Pág.
102. Yo subrayo).
viHARRIS,
Marvin. El
desarrollo de la teoría antropológica. Una historia de las teorías
de la cultura. Siglo
xxi Editores. México. 1979. Pp. 596. “La consecuencia inevitable
de esta doctrina [An
essay concerning human understanding, John
Locke. 1690] es la de que diferentes experiencias (o, por decirlo en
términos modernos, una exposición diferencial al medio) producirán
diferencias individuales y nacionales en la conducta… ningún
orden social se basa en verdades innatas, un cambio del medio se
traduce en un cambio de la conducta… […]
Locke y yo decimos: la desigualdad de los
espíritus es el efecto de una causa conocida, y esta causa está en
las diferencias de educación [Helvetius, 1818, p.71; original,
1772] Todo, pues, en nosotros es adquisición [Helvetius, 1946,
p.1019] […] Nuestro conocimiento, nuestros talentos, nuestros
vicios y virtudes y nuestros prejuicios y caracteres `… no son, en
consecuencia, efecto de nuestros diversos temperamentos
hereditarios. Nuestras pasiones mismas no dependen de ellos [Ibidem,
p.1019`… He
probado que la compasión no es ni un sentido moral ni un
sentimiento innato, sino el simple efecto del egoísmo. ¿Qué se
sigue de esto? Que es un mismo amor, diversamente modificado según
la diferente educación que recibimos y según las circunstancias y
las situaciones en que la suerte nos ha colocado,
el nos hace humanos o insensibles; que el hombre no ha nacido
compasivo, aunque todos pueden o
llegarán a serlo si
las leyes, la forma de gobierno y la educación les llevan a ello
[Ibidem, p.1022]” (Pág.
10. Yo
subrayo).
viiLEVINAS,
Emmanuel. Op.Cit. “…
Por eso he intentado encontrar un espacio —y por cierto, de una
forma fuertemente
fenomenológica— en
la relación del hombre con el otro, donde esto ocurra. Y en este
lugar propicio de la interpelación hablo del rostro del otro.
Eso es lo divino en lo humano en este sentido concreto; toda
mi fenomenología desemboca en eso: el rostro es la desnudez del
otro, estar‐expuesto del otro, la indigencia del otro.
Naturalmente que a cada rostro se le da una importancia, una
posición. Pero lo que yo designo como rostro del otro es más
importante que una corbata; es este ‘heme aquí’, ‘yo soy
aquel que’, este ser expuesto, ser ex‐puesto. Y por eso yace en
el mismo instante del rostro una orden. Siempre
la considero una orden, un mandamiento, y por cierto como el primer
mandamiento: ¡No matarás!”
(Pág. 103. El rostro
y la primera violencia. Una conversación
sobre fenomenología y ética. Yo subrayo)
viiiSALAZAR
DE LA TORRE, Cecilia. Aproximación
teórica. La ley del proveedor y la violencia sexual.
En Rompiendo
silencios: Una aproximación a la violencia sexual y al maltrato
infantil en Bolivia. Coordinación
de Pamela Calla.
Plural. Octubre.
2005. Pp. 292. “… Según Elias, este proceso devino
en condicionamientos psíquicos entre los seres humanos, que apuntan
hacia el autocontrol o fuerla
autoacción y la
‘dulcificación de las costumbres’ en la sociedad, y es análogo
al pacto social que trascendió el ‘estado de naturaleza’ o
‘sociedad guerrera’, cuya
subjetividad estaba marcada por oscilaciones emocionales e
incertidumbres, aquellas que traían consigo las acciones de despojo
indiscriminado prevalecientes entonces.
La
única ley vigente es ese contexto era la ley del más fuerte,
aspecto que, posteriormente, fue encontrando cauces reguladores en
la vida comunitaria, cuyas relaciones sociales estaban organizadas
alrededor de la producción.”
[Nota al pie: “El autocontrol y la autoacción provienen de la
existencia de reglas que, entre otras cosas, sancionan
la violencia cuando es ‘ilegítima’”]
(Pág. 25. Yo
subrayo)
ixSALAZAR
DE LA TORRE, Cecilia. Op.Cit.
“Las nociones de objetividad en la modernidad se basan en la
consideración de que todos los miembros de la sociedad son iguales,
con los mismos derechos y con las mismas obligaciones. En esa
perspectiva, se hace abstracción de las ‘peculiaridades’ del
sujeto, ya sean de naturaleza social, económica, política o
cultural. Por otro lado, anteponen a todo criterio de objetividad el
que otorga el derecho individual como expresión máxima
de la libertad del sujeto.” (Pág. 26).
xGIDDENS,
Anthony.
Consecuencias de la modernidad. Madrid.
Alianza Universidad. 1996. Pp. 166.
xiHELLINGER,
Bert. BOLZMANN, Tiiu. Imágenes
que solucionan. Taller de Constelaciones Familiares. Trabajo
terapéutico Sistémico. Editorial
Alma Lepik. Pp. 206. www.hellingerargentina.com.ar
editorialalmalepik@bibertel.com.ar
xiiCoerción
y tiranía
son dos figuras de
correspondencia condensada entre ética y política. Su fuerza de
legitimación radica en la posibilidad (ausente pero activa) de
crisis y des‐orden, en el control virtual de su condición como
excedente, excedencia que sin embargo anula lo temporal y calla lo
mental (en
tanto virtualidad cultural, performancias de subjetividad).
xiiiARQUITECTURAS
DE LA GLOBALIZACIÓN. VIII seminario nacional de teoría
de la arquitectura. Hermosillo. México. 28 y 29 de
septiembre de 2006. Pp.4. “… se presenta con rasgos aun no
codificados, mediante estrategias de simulación de la realidad, eje
en torno al cual se montan las soluciones estéticas de
la arquitectura actual. La distinción morfológica de los nuevos
espacios del
poder es resguardada en espacios que privatizan los espacios
públicos convencionales, a la vez que espacios privados ofertan los
atractivos de lo público” (Pág. 2).
xivIbidem.
“… Pueden
incluirse los centros comerciales y parques
temáticos que simulan la caprichosa ubicuidad de
cualquier rincón atractivo en Edmonton o Madrid y, en especial,
la Meca internacional del ocio en versiones a escoger: Disneylandia
—ya reproducida dentro y fuera de Estados Unidos— y Las Vegas
–con modestas copias también estadounidenses—. Responden a la
misma lógica de desterritorialización tanto un amplio abanico de
equipamientos metropolitanos,
o lugares de paso, como las cada vez más frecuentes urbanizaciones
cerradas que expenden seguridad y distinción lo mismo en Buenos
Aires que en Guadalajara, igual destacan en Celebration que en
Culiacán. Desde luego, la arquitectura más prolífica que genera
la globalización es la que forma “la otra ciudad”. Las amplias
franjas urbanas que permanecen fuera de los cotos amurallados
reproducen el amplio
horizonte en el que anclan los islotes de la globalización.”
(Pág. 1. Yo subrayo).
xvSALAZAR
DE LA TORRE, Cecilia. Op.Cit. “…
diferenciación o especialización de funciones, que llegan a
encarnarse en la racionalidad de la burocracia estatal. Según
Elias, este hecho produjo cambios en el comportamiento de la
sociedad, no sólo por la normatividad legal que media entre ésta y
el Estado, sino por las expectativas que emergieron en sus
interacciones con la burocracia, restringidas a los campos de
especialización en los que esta última se halla delimitada. En
este sentido, las expectativas alrededor de la violación de normas,
por ejemplo, se trasladan al campo específico
del sistema judicial y no a otro, porque no sería ‘coherente’.”
(Pág. 25‐26).
xvi
CALAZA LÓPEZ, Sonia.
REVIRIEGO
PICÓN, Fernando.
Op.Cit.
“…en
la carrera
de fondo, que constituye la regulación normativa de cualquier
fenómeno social,
lo cierto es que la tendencia a “adivinar” el futuro, a
anticiparse a los acontecimientos y a profetizar sobre hipótesis
evidentes están de moda y no es fácil, en esta materia,
deslindarse sin asumir el coste de resultar obsoleto, lo cual, en
una época de exaltación del “yo” por la vía del elevado
consumo, en lugar de por el elevado nivel de conocimientos, supone,
sin duda, un duro revés.
… conveniencia
de la elaboración científica de un proceso cualquiera, habremos de
estimarla cierta, no sólo cuando hayamos racionalizado los medios,
en su proporcional adecuación a los fines,
que trata de alcanzar aquél proceso, sino también cuando dichos
fines sean lícitos y para ello, en el proceso penal, que constituye
el objeto del presente ensayo, habremos de coincidir, previa
superación de un “test” de racionabilidad media, formulado a
amplios sectores de la sociedad, entre los que también se hallen
comprendidas víctimas y delincuentes, en
la virtualidad del instrumento en virtud del cual el Estado viene
obligado a ejercitar su legítimo derecho a imponer penas.
Parece surrealista que venga “obligado” a ejercitar un derecho.
El proceso penal constituye, naturalmente, un mal necesario, toda
vez que el ideal de toda sociedad, a la que, en esta materia, le
resulta indiferente la opción democrática, comunista, autoritaria
o anarquista, elegida por sus ciudadanos, sería, pura y
simplemente, la no pertinencia de la aplicación de la
quimioterapia, consecuente con la inexistencia del cáncer. Ahora
bien, si en algo hemos de distinguirnos de los animales, que no sea
en la inteligencia, habida cuenta de sus múltiples manifestaciones
de esta cualidad, será en la racionalización de las pasiones, la
cual ha de traducirse, en definitiva, en la no injerencia en la vida
y, muy especialmente, en libertad de los demás seres humanos.
Desconocedores, como lo somos, de las posibilidades de erradicar, en
su origen, las bajas pasiones que nos impulsan a atentar contra la
vida y la libertad de los demás, habremos de conformarnos, no sin
desolación, a perfeccionar los mecanismos que las limiten, tanto
por la vía de la prevención (a través de un adecuado conocimiento
de las sanciones impuestas como consecuencia de la práctica de las
actuaciones tipificadas por las normas penales ), como por la de la
reparación ( tanto de la víctima, merced a la acción civil
resarcitoria de la actuación penal, como del delincuente, a través
de su reeducación y reinserción en la vida en libertad, como,
finalmente, de la sociedad, por la vía de garantizar, merced a la
adecuada “ejemplaridad” supuesta por las anteriores soluciones,
la mayor seguridad posible en su ámbito de libertad individual). El
reconocimiento de este “mal necesario” nos impulsa a avanzar,
con humildad, por los senderos de un proceso viciado en su origen.
También a los científicos de la medicina les resulta difícil,
cuando tratan de atacar un mal, la elaboración de medicamentos que,
sin contraindicaciones, venga a reparar dicho mal, reestableciendo,
sin mayores molestias, las constantes vitales de quiénes
precisaban, con mayor o menor urgencia, el sometimiento a un
adecuado tratamiento.” (El subrayado es mío. Pág. 3).
xvii
Ibidem.
“…
Partimos, pues, de la existencia de seres insensibles a la vida y a
la libertad de los demás, cuyo castigo, asumido a modo de
“venganza”, resulta preciso porque no sabemos, no conocemos,
somos incapaces de afrontar una solución mejor. Partimos, asimismo,
de la insuficiencia
de medios. No olvidemos que los deficientes mentales y los seres
privados de “figura humana” eran, en tiempos no demasiado
remotos, escondidos, por vergüenza, en las casas de sus
progenitores. Es difícil “esconder” a un delincuente,
ciertamente lo es, de modo que el mejor modo de educar su libertad
será privarle de la misma, rodearle de seres semejantes, que
ambicionan el éxito por la vía de la delincuencia
(no olvidemos tampoco que el héroe de un “chorizo” es un
empresario de “guante blanco” que estuvo a punto de pegar “el
pelotazo”), alienarlos,
restarles toda capacidad de iniciativa, aislarlos, aplicarles la
“ley del silencio”, concertar sus “vis a vis”, previa
petición a instancia de parte…”
(Yo subrayo. Pág. 4).
xviii
MARX, Karl. Grundisse.
Elementos fundamentales para la crítica de la economía política.
Formas precapitalistas de relaciones de producción. Editorial
Siglo XXI. 1972. Pp. 479.
xix
ARQUITECTURAS DE LA GLOBALIZACIÓN. Op.Cit.
“Con la estetización se confunden imaginario y realidad, se pone
mayor acento en las imágenes que en los contenidos, se constituye
el carácter figurativo de la cultura, y con ello se revalora la
ornamentación convencional en arquitectura. Se desbordan entonces
las restricciones formales de la arquitectura moderna para crear
paisajes urbanos con edificios eclécticos con decoraciones que
mezclan palabras, imágenes, luces, esculturas y grandes anuncios
alternando con edificaciones pequeñas que pueden identificarse como
el entorno de la cultura del consumo diseñado por arquitectos,
publicistas y todo tipo de intermediarios culturales. La mezcla de
códigos hace imposible el distanciamiento y el consumidor se
sumerge en ambientes donde se involucra formando parte del
espectáculo, previo control privatizado de los espacios públicos.
Esto genera nuevas jerarquías edilicias marcadas por el surgimiento
de nuevas fachadas variopintas y el encierro que agudiza la
segregación en el espacio, incorporado como componente activo del
estilo de vida, puente y puerta que incluye y excluye.”. (Pág. 2.
Yo subrayo).
xxDERRIDA,
Jacques. Aporías.
Morir –esperarse (en) “los límites de la verdad”.
Paidós.
Barcelona‐Bs.
Aires. México. 1998. Pp. 130.
xxiDERRIDA,
Jacques. La
escritura y la diferencia. La estructura, el signo y el juego en el
discurso de las ciencias humanas.
(Págs. 383‐401).
Anthropos.
Editorial del Hombre. Barcelona. 1989. Pp. 411.
xxii
Pensemos en un proceso de clausura a la sectorialización
representativa en estados nacionales como Bolivia, por delegar
lugares visibles en las pugnas para‐por
grupos excluidos en la representación sectorializada que por
ejemplo señala el peligro constitutivo a todo proceso
constituyente, la condición estructural es contundente al pretender
hegemonizar grupos, movimientos y sectores tradicionales y amplios a
una historia y una memoria histórico política institucionalizada
en diferenciamientos típicos o estables a la órbita de nación
(castas, etnias, clases y géneros). Pero esto a su vez indica que
de las pugnas sectoriales y de su lógica social emergen y se
muestran las crisis de re‐presentación
radicales anunciadas en las calles desde el año 2000 y que culminan
el 2006 con cumplimientos a la agenda de nacionalizaciones y
Asamblea Constituyente. Ésta supone así el comienzo del fin de un
sistema representativo hoy des‐compuesto
en sus sectores estratégicos (de ciudadanía civil, étnica y
religiosa), lo que significa asimismo la tendencia de cambio al
patrón soberano del Estado republicano y nacional en Bolivia desde
la segunda mitad del siglo XX.
xxiii
Para Heidegger acaecer
es
aquello que en su aparecer, el ser no es plenamente y en ese
movimiento que muestra y oculta, la sola mirada no es suficiente
para escribir su saber cuya condición de ser es el olvido.
HEIDEGGER,
Martín.
Superación
de la metafísica.
Edición electrónica de www.philosophia.cl / Escuela de Filosofía
Universidad ARCIS. Pp. 23.
“¿Hasta
qué punto pertenece la Metafísica a la naturaleza del hombre? El
hombre, representado metafísicamente como un ente entre otros, está
ante todo dotado de facultades. El ser vivo constituido de tal y tal
modo, su naturaleza, el qué y el cómo de su ser, es en sí mismo
metafísico: animal
(sensibilidad)
y rationale
(no
sensible). Metido de este modo dentro de los límites de lo
metafísico, el hombre queda adherido a la diferencia no
experienciada entre el ente y el ser. El modo del representar
humano, metafísicamente marcado, en ninguna parte encuentra otra
cosa que no sea un mundo construido metafísicamente. La Metafísica
pertenece a la naturaleza del hombre. Pero ¿qué es la naturaleza
misma? ¿Qué es la Metafísica misma? ¿Quién es, dentro de los
límites de esta Metafísica natural, el hombre mismo? ¿Es sólo un
yo que, en su vocación para un tú, se afianza tanto más en su
yoidad por estar en la relación yo‐tú?”
(Pág. 2).
xxivDERRIDA,
Jacques.
Márgenes de la filosofía. Les
Editions Minuit. 1972. Ediciones Cátedra, S.A. 1994. Madrid.
Pp.372. “…
‘es apenas y débilmente’ (olós
ouk estin è molis kai amudrós). Ahora
bien, ¿cómo pensar que el tiempo es lo que no es? Rindiéndose a
la evidencia de que el tiempo es, tiene por esencia el nun,
que a menudo se traduce como instante,
pero que funciona más bien en la lengua griega como nuestra palabra
‘ahora’. El nun
es
la forma que no puede nunca abandonar el tiempo, bajo la que no
puede darse; y, sin embargo, el nun
en
un cierto sentido, no es. Si pensamos el tiempo a partir del ahora,
hay que concluir que no es…”
(Ousia
y Gramme. Nota sobre una nota de Sein und Zeit. Pág.72).
xxvBOAL,
Augusto. El
arco iris del deseo. Del teatro experimental a la terapia.
Alba Editorial, s.l.u. Artes Escénicas. París. 2002. Barcelona.
2004. Pp. 275. “… lo que a mí me quedó aún más claro es que
cuando el propio espectador sube al escenario y actúa la escena que
se había imaginado, lo hará de una manera personal, única e
inimitable, como sólo él puede hacerlo, y ningún artista en su
lugar. Cuando es el espect‐actor
mismo
quien sube a escena a mostrar SU realidad y transformarla a su
antojo, vuelve a su sitio cambiado, porque el acto de transformar es
transformador. En escena, el actor es un intérprete que, al
traducir, traiciona. Le resulta imposible no hacerlo así.”
(Introducción. Los porqués de este libro. Mis tres encuentros
teatrales. Pág. 19).
xxviGADAMER,
Hans‐Georg.
Verdad
y Método.
Fundamentos
para una teoría de la experiencia. Ediciones
Sígueme. Salamanca. 1977. Pp. 687.
“…El
modo como algo se presenta a sí mismo forma parte de su propio ser.
Por lo tanto en todo aquello que es lenguaje se trata de una unidad
especulativa, de una distinción en sí mismo: ser y representarse,
una distinción que, sin embargo, tiene que ser al mismo tiempo una
indistinción.
… la palabra
sólo es palabra en virtud de lo que en ella accede al lenguaje.
Sólo está ahí en su propio ser sensible para cancelarse en lo
dicho. Y a la inversa, lo que accede al lenguaje no es tampoco algo
dado con anterioridad al lenguaje e independientemente de él, sino
que recibe en la palabra su propia determinación.” (El lenguaje
como horizonte de una ontología hermenéutica. El aspecto universal
de la hermenéutica. 568. Yo subrayo).
xxviiHEIDEGGER,
Martín. LA
PALABRA. La significación de las palabras.
Traducción
de Pablo Oyarzun Robles (1995). Edición electrónica de
www.philosophia.cl / Escuela de Filosofía Universidad ARCIS. 2006.
Pp. 5. “¿Es, esta palabra, sus derivaciones y sus ocultas formas
en el articulado ensamble del lenguaje, sólo una excepción entre
las palabras, es un extraño en medio de las constancias
lingüísticas, o es la palabra de todas las palabras, en la cual
todas las palabras pueden, ante todo, ser palabras?” (Pág. 4).
xxviiiHARRIS,
M. Op.Cit.
“… Lo que le falta a Demeunier y con él a otros grandes
etnógrafos contemporáneos suyos y anteriores a él, tales como
Herodoto, Ibn Idrisi, Gabriel Soares de Souza, Cieza de León, Hans
Staden, Bernal Díaz, William Damper, François Raynal, Cadwallader
Colden, y François Xavier de Charlevois, no es un concepto de
cultura, sino alguna clave para entender cómo pueden explicarse
científicamente las diferencias culturales. Fueron el filósofo
Locke y sus herederos intelectuales directos, y no los etnógrafos
antiguos ni modernos, los que abrieron el camino al estudio
científico de la cultura.” (Pág. 16. Yo subrayo).
xxixHARRIS,
Marvin. Op.Cit.
“Poseedor de un tesoro de signos que tiene la facultad de
multiplicar hasta el infinito, el hombre es capaz de asegurar la
conservación de las ideas que ha adquirido, de comunicarlas a otros
hombres y de transmitirlas a sus sucesores como una herencia
constantemente creciente” (TURGOT,
A. R. Jacques,
1844; original, 1750. Cita en HARRIS,
M. Op.Cit.
Pág. 12).
xxxPAZOS
KANKI, Vicente. Memorias
Histórico Políticas.
Biblioteca
Boliviana. Nº 4. Publicaciones del Ministerio de Educación, Bellas
Artes y Asuntos Indígenas. 1939. La Paz. Pp. 167. “En aquellos
días otoñales del coloniaje se escuchaba ya el rumor de la
revolución: faltaban cuarenta o treinta años para que llegaran los
días de 1809, y existía ya en la sombra las sociedades secretas de
los criollos que funcionaban en las reboticas, en algunas casas
particulares y hasta en las mismas porterías de los conventos. A
ellas concurrían no sólo seglares, sino alguno que otro miliciano
y no pocos curas regalistas, de esos llamados los curas ateos, que
eran auténticamente criollos, que no llegarían nunca a ceñir la
mitra de obispos mientras hubiese monarquía en las colonias…”
(Gustavo Adolfo Otero. Notas sobre Vicente Pazos Kanki. Memorias
Histórico Políticas. Pág. VI. Yo subrayo).
xxxi
BRAÑEZ, Carlos
Eduardo. Incas,
nombres étnicos —señoríos— y república.
La Paz. Bolivia. 2003. Pp. 13.
xxxiiPAZOS
KANKI, Vicente.
Op.Cit. “Si Dios os hubiese dado un cuerpo proporcionado a vuestra
ambición (decía el Escita de Alejandro) todo el universo hubiera
sido poco para vos. Con una mano quereis tocar el oriente, y con la
otra el poniente, y no satisfecho con esto, quereis seguir el curso
del sol hasta encontrar su ocaso. ¿Pero qué tenemos nosotros que
hacer con esto? Nosotros jamás hemos ido a vuestro país. Que ¿no
es permitido a los que habitan en estos bosques, vivir sin saber
quien sois ni de donde venís? Nosotros no dominamos a ninguno, ni
queremos tampoco la dominación de otro. Pero vos que os jactáis de
venir a extirpar a los ladrones, sois el mayor y más grande que hay
en la tierra. Vos poséis la Lydia e invadís la Siria, la Persia y
Bactriana: estáis formando el designio de marchar hasta la India; y
venís ahora a tomar nuestros ganados. Cuanto más poséis, tanto
más quereis. Sabemos que los Griegos hablan burlándose de los
desiertos de Escitia, y que es proverbio entre ellos; pero nosotros
somos fundadores de nuestras soledades y no de grandes ciudades.”
(Conde
de Carli. Fragmento
tomado de PAZOS
KANKI, Vicente.
Op.Cit. Pág. 95‐96).
xxxiii
HARRIS, M.
Op.Cit. “Es difícil determinar hasta dónde podrían llegar las
capacidades naturales de los brutos con la adecuada cultura; mas el
hombre, como sabemos, con una cultura y una educación continuada a
lo largo de muchos años, llega a transformarse casi en un animal de
otra especie… con respecto al espíritu… Con ellas [la ciencia y
la filosofía] pretendían los estoicos llegar a hacer de un hombre
un dios” (Monboddo, 1774, p. 22‐23
en HARRIS,
M.
Op.Cit. Pág. 14 ).
xxxivHARRIS,
M. Op.Cit.
“Una de las derivaciones más curiosas de la creencia de Locke en
el poder del medio ambiente fue la popular suposición de que podían
existir razas de hombres cuya situación cultural fuera tan precaria
que resultaran indistinguibles de los animales. Jean Jacques
Rousseau, en su Discurso
sobre el origen y el fundamento de la desigualdad entre los hombres
(1775),
sostenía implícitamente que el poder de la educación era tan
grande que alcanzaba para lograr la transición del mono al hombre…”
(Ibidem
Op.Cit.
Pág. 13).
xxxvHARRIS,
M. Op.Cit.
“El más grande etnógrafo del siglo XVIII fue probablemente el
estudioso francés J.N. Demeunier [El
espíritu de los usos y de las costumbres de los diferentes pueblos
(1776).
Aunque él mismo no viajó, Demeunier prestó a sus contemporáneos
un inapreciable servicio recogiendo y traduciendo un gran número de
informes etnográficos y de viajes… Las categorías de Demeunier
incluyen: alimento y arte de cocinarlo, mujeres, matrimonio,
nacimiento y educación de los niños, jefes y gobernantes,
distinciones de rango, nobleza, guerra, servidumbre y esclavitud,
ideales de belleza, honestidad, adorno t deformación corporal,
astrología, magia, sociedad, usos domésticos, código penal,
juicios, castigos, suicidio, homicidio, sacrificio humano,
enfermedad, medicina, muerte, funerales, sepulcro, sepultura…”
(ibidem
Pág.
15).
xxxviHARRIS,
M. Op.Cit.
“La mayoría de los filósofos, con las posibles excepciones de
d’Holbach y de Helvetius (véanse pp.38 ss.),
hacen al orden de la historia humana equivalente al progresivo
perfeccionamiento de la política de decisiones racionales de la
humanidad. En consecuencia, la expansión por la que la ciencia
llegó a atribuirse el estudio de los asuntos humanos constituía
así en sí misma la más importante fuente de cambio sociocultural
en el proceso por el que la humanidad podría con el tiempo darse a
sí misma sistemas sociales ‘racionales’. Según algunos
estudiosos de la Ilustración, quien estableció la más completa
equivalencia entre la ley natural y la recta razón fue el marqués
de Condorcet en su Esquema
de un cuadro histórico del progreso del espíritu humano (1795)”
(ibidem
Pág.
21. Yo subrayo).
xxxvii
HARRIS, M.
Op.Cit.
“… En general se aceptaba que el gran motor de la historia y la
primera causa de las diferencias de usos y costumbres eran las
variaciones en la efectividad del raciocinio. Se suponía que el
hombre civilizado había salido del estado de naturaleza
literalmente por el poder de su pensamiento, inventando
constantemente instituciones, costumbres y técnicas de subsistencia
cada vez más inteligentes y más racionales…
…
‘Efectivamente,
sólo con que se de libertad, la ilustración es casi inevitable.
Siempre habrá unos pocos pensadores independientes, incluso entre
los que a sí mismos se han nombrado guardianes de la multitud. Una
vez que esos hombres se hayan sacudido el yugo de la minoría de
edad, difundirán a su alrededor el espíritu de una apreciación
razonable del valor del hombre y de su deber de pensar por sí
mismo’ (Kant, 1946, pp. 1071‐72)”
(HARRIS,
M. Op.Cit.
Pág. 34‐35.
Yo subrayo).
xxxviiiMORENO,
Gabriel René. Op.Cit.
Ministerio
de Educación y Cultura. Fondo Nacional de Cultura. La Paz. 1970.
Pp. 102. “Se ha escrito bastante sobre los orígenes de la
Bolivianidad, remontando a veces aquellos a un pasado prehistórico
de cuestionable o dudosa relación con ésta, a no ser que respecte,
con evidente parcialidad, sólo a la textura étnica predominante
por razón de cantidad.
… bolivianidad
en el concepto de una sociedad con características propias,
consciente de sí misma y dotada de las suficientes disposiciones
para llegar a la posición formal de nación‐estado,
tales orígenes tienen una data más próxima y arrancan de la
organización de la provincia colonial española conocida en la
historia como Nueva Toledo o Alto Perú, o más propiamente,
Charcas.
Aparte lirismos de
inspiración terrígena, sentimentalidades de la misma procedencia o
tesituras de idealidad indonacionalista, fáciles de exponer pero no
así de convencer, es hecho probado que antes de aquella
organización, en el lugar que hoy ocupa una sociedad boliviana
constituida y con ordenamiento propio, sólo existían parcialidades
aborígenes dispersas, con poco o muy reciente arraigo en la tierra
y culturas tan incipientes como ajenas a la que hizo factible la
formación de la bolivianidad y hoy fisonomiza y aglutina a sus
elementos componentes. Fue pues la efectividad hispánica la que
sentó las bases de ella en lo atinente a estructura social, motor
económico, expresión cultural y ordenamiento político,
cualidades, todas ellas, que habrían de incidir en el proceso de
formación de lo que hoy conforma la nación y el estado bolivianos”
(SANABRIA
FERNANDEZ, Hernando. Preámbulo.
En MORENO,
René Gabriel. Op.Cit.
Cita Pág. s/n).
xxxixBRAÑEZ
C., Carlos Eduardo. Aspectos
de filosofía crítica en la institucionalidad moderna.
La
problemática del excedente respecto a la modernización estatal.
Tesis
de Maestría. CIDES‐UMSA.
Pp. 160. “La necesidad de discenso, sintetiza y regula aquel juego
de
la democracia, a cada momento del tiempo institucional estatal, en
todo ente figurado de tiempo, como el escenario mismo de la hybris
en
que la posibilidad de participar subvierte asimismo el propio
discurso de la exclusión institucional —cualquiera sea su
carácter— y amenaza al nombre de lo que para sí, contiene tiempo
e historia. Grandes poblaciones de los nuevos mundos y territorios
de frontera, por ejemplo fueron excluidas de la mejor y única
manera en que se otorga identidad
al
derecho del nombre
propio, de
procedencia, sea civil, étnica, genérica, de referencia nacional o
colonial, etcétera. Un deseo. Es ese requisito
secular
de igualdad para complementar la imagen de un clima centralizado de
democracia liberal, es decir la manifestación misma de la igualdad,
el registro
positivo pleno
de participación jurídica en el que se opta por un título para sí
de la persona, ante los demás, ante sus iguales… La apariencia de
su aparecer social institucional y la condición de su status como
de su estancia, hacen posible una institucionalidad individual,
pertenencia por ello, en el centro de la democracia liberal, para
que la individualidad étnico‐cultural,
genérica luego, en la colectividad nacional sea una garantía más
para una imagen pertinente del Estado moderno.” (Genealogía
y mediación institucional: territorialidad.
Pág. 5).
xlBRAÑEZ
C. Carlos Eduardo. Apuntes
sobre simultaneidad anti‐metanarrativa.
Hans‐Georg
Gadamer en la Crítica. Comprendiendo lo indígena‐originario.
Mundo indígena en el excedente de nombre y palabra.
Ensayo de aplicación modular sobre Hermenéutica de Hans‐Georg
Gadamer (Cátedra del Dr. Walter Navia). Círculo Epistemológico.
Programa de Doctorado en Epistemología. La Paz. 2005. Pp. 21.
“Aquello que aquí perseguimos entonces, es destacar lo que el
mundo indígena originario y diferenciado ofrece en su texto
político tradicional (texto de exclusión y violencia) para que
desde su patente agotamiento republicano reluzcan códigos de
mandamiento y productividad abarcante, por su diversidad milenaria y
su saber territorial colectivo, irrupción latente en los momentos
pacíficos decisivos que van dibujando el perfil venidero de nuestro
tiempo público.” (Bolivia indígena, crisis y lucha. Pág. 5).
xliBRAÑEZ
C. Carlos E. “Cuerpo…
Territorio e Historia. Para una Arqueología de la Discriminación”
Certamen
de Ensayos por el Derecho a la Identidad. Defensor del Pueblo.
República de Bolivia. Enero 2003a. Pp. 79‐96.
xliiVELASCO,
Ramiro. Los
dilemas del nuevo orden. Notas sobre los desafíos de la Actualidad.
Fundación
Milenio. 1993. La Paz. Bolivia. Pp. 183. “Está claro, por razones
históricas y prácticas, que el refuerzo de los procesos
integracionistas latinoamericanos a los que estamos asistiendo; no
están ni deben estar inspirados en estrictas consideraciones
económicas de orden hemisférico sino mundial. No se trata de ser
los buenos vecinos sino de participar ambiciosamente en la economía
internacional con cantidad y calidad. Este es el nuevo desafío. En
otras palabras, el TLC, por ejemplo, coloca a las puestas una suerte
de zona hemisférica de libre comercio: situación a la que la
propia inercia histórica de la economía habrá de conducir, Pero
América Latina, amén sus relaciones hemisféricas con los Estados
Unidos, tiene que proponerse su propio espacio latinoamericano
integrado para participar de manera autónoma y fortalecida en el
ámbito global del comercio mundial. El posible espacio de libre
comercio será el escenario pero el sujeto histórico tiene que
articularse a partir de un nacionalismo latinoamericano activo.”
(Pág. 89).
xliiiDERRIDA,
Jacques.
Dar (el) tiempo. I. La moneda falsa Ediciones
Paidos Ibérica. Barcelona. Bs. As. 1995. Ediciones Galilée. París.
1994. Pp. 169. “Esta locura —recordémoslo— también sería la
de un olvido:… como condición afirmativa del don… ¿Cómo
desear el olvido y la no‐guarda
del don cuando, implícitamente, el don es valorado como bueno,
incluso como el origen mismo de lo bueno, del bien y del valor?
…esa locura del
círculo económico cuyo cálculo se reconstruye constante, lógica
y racionalmente anulando el exceso que, a su vez, —lo subrayábamos
al terminar— implica el círculo, lo hace girar sin fin, le da
movimiento, un movimiento que ni el círculo ni el anillo pueden
jamás comprender ni anular. De ahí, la dificultad de saber de
quién y de qué se está hablando ¿Es la locura la circulación
económica que anula el don con la equivalencia? ¿o bien es el
exceso, el gasto o la destrucción?…” (Pág.
42‐43).
La Paz, mayo 25 de 2006
www.philosophia.cl / Escuela de Filosofía Universidad ARCIS
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