DECIDIBILIDAD CIUDADANA
Territorialidad, ciudadanía y civilización
Carlos Eduardo Brañez C.
Para considerar un análisis general de la
institucionalidad pública estatal en transición (Bolivia), es importante
remitirnos a ciertos ejes constitutivos que irrumpen en el tiempo, como genealogía
de paso en la compleja apariencia del estado emergente, por ejemplo, que como
tal manifiesta en su memoria las claves públicas de transición constitutiva,
como señales del desciframiento singular de la pirámide republicana.
Este
hilo conductor es la ciudadanía, como
campo virtual donde se apoyan los primeros bloques constitutivos críticos, que
en general deben a una dinámica de restricción: “nación” las figuras (entidades) apareciendo
alineadas al régimen de poder (colonial y republicano –europeo-), como
condición de posibilidad para comprender la razón pública en Bolivia por
ejemplo (Barragán, Umbrales N° 7: 2000, 9). Esto está ligado en nuestro
análisis, a la búsqueda de totalidad que en Europa asciende luego de las
reformas con el renacimiento, el impulso mercantil y liberal y la libertad de
consciencia individual religiosa en tanto fuerza
ética secular (productiva,
virtual) y en tanto lapso contenido en un desplazamiento: de lo geo a lo
helio-céntrico, abarca en general la imagen que se transfiere y complejiza en un
lapso céntrico temporal; el mito de
la luz (esclarecimiento del Mundo) como estrategia integral de guerra que a su
vez es la crisis del propio estado imperial en el mundo, herencia conservadora
para el liberalismo y resabios también en formas marxistas modernas e
ilustradas (ortodoxas) luego, la arena ideológica, simbólica y bioenergética
complementa la agenda crítica a lo heliopolítico, como perfil
contra-civilizacional a nivel local y diferenciado.
A
pesar de haberse acumulado el liberalismo en siglos no completa nunca su pauta
o programa, cuyo predominio global pudo ser fugaz pero indirecto en relación a
sus condiciones universales de realidad, por ejemplo en las periferias, sino
como violencia, que aquí implica un acto de origen a la nación –patria- en la dinámica de producción
virtual civil que precisa y conforma tiempo y espíritu, rito de paso que no
se da objetivamente salvo como complejidad, fenómeno
energético, irrupción del excedente visto también ahora como “excrecencia” o “exacerbación” (Guattari,
1989: 231)[1]
de cosa en sí dispuesta, acto
performativo ilocucionario que nos
vincula a una vena pragmática de pensamiento relacionado a la imagen de “valor de fuerza” (Derrida, 1972. 1994:
363)[2];
han sido siempre interpeladas sus pautas de uso y transformación del planeta
mismo con toda forma, medio y fuerzas productivas de vida (a muerte).
Esa misma imagen culmina en la idea de Mundo
como generalidad simultánea e incompleta, una temporalidad infinita al cálculo egoísta
pero también crematística, nunca suficiente, imagen cataclísmica (del
sacrificio, fagia y degollamiento) que trabaja
como coartada civilizatoria en el mundo y, como deuda –estabilidad de la polis-
en tanto ente público constitutivo de paz para la guerra.
De
allí la ciudadanía nacional debe al campo virtual que constituye los soportes
de institucionalidad ideal -compromisos y promesas-, como razones complejas del
poder y de lo público en cuanto espacialidad universal que se plasma, replica y
manifiesta en la forma total y
general de poder. En lo nacional, por ejemplo, como determinación y razón
hegemónica igualitarista (republicana) desde la década de 1830[3].
La
ciudadanía compromete entonces un campo
virtual, produce una espacialidad principalmente ética –elemento normativo
y legislativo, positivo- cuya complejidad sólo es plausible de imaginarla en
tanto flujo, agua que a su paso deja florescencias y espumas en nosotros, orillas corporales –espíritu legítimo y común- que en la expectativa nacional moderna expresa
un campo de excedencias, “… expresión de un poder que normativizó,
delimitó lo permitido y lo prohibido, calificó y categorizó a los grupos
sociales legitimando el propio ejercicio del poder…” (Barragán, Id.).
Respecto
a la legislación igualitarista y universal constituida a nivel civil, penal y
procedimental, Barragán permite identificar entonces esa continuidad
institucional estatal a partir de un déficit asimismo constitutivo a la razón
pública, que en su bipolaridad a tiempo de legislar la igualdad legisla también
la exclusión. Aquello que permite realizar los específicos señalamientos a
ciudadanía –nacionalidad, status, identidad étnica- remite a la virtualidad
entonces como fuerza ética que per-forma desde el nombre la
categoría de existencia como mundo
público -seres humanos públicos-; excedencia bajo cuyo movimiento económico
aparece ese hecho constitutivo del
déficit estatal, fantasma, espectro, espíritu que con su juego particular y
diferenciado, crea moneda pública, ciudadanía cuyo referente genealógico
y dispositivo instaurado y de gobierno, es entonces a la vez un nudo crítico:
modo institucional que Barragán nos lleva a identificar como “patria potestad”[4].
Esta
economía de la excedencia, constituye el juego de los contrastes de espacio y
tiempo en una cultura política que se repliega en la certeza y en la ficción
simultánea de un desplazamiento y réplica civilizatoria, que caracteriza
sentido actual, por ejemplo “originario” o “colonial”, retomando o relevando
(graduando, dosificando) la carga natural y positiva del nombre. Las repúblicas
liberales entonces, expresan en ese sentido un descentramiento per-formativo
ontológico e institucional deficitario; tránsito dado hacia diversas fronteras
que garantizan hábitos de un ahora aparente institucional, asentados o
materializados como ejes constitutivos de
legislación (Barragán, 1999), las
singularidades estatales, las localidades que encarnan en sus propios matices,
un aliento y huella de planetización de tal “Patria Potestad” que nada más resulta siendo rasgo conservador y
monárquico moderno, consecuentemente un liberalismo local complejizado cuya
continuidad institucional virtualmente infinita, es imposible y por ello
crítica porque supone lo dado (previo) como energética virtual temporal
(axioma) de la conciencia pública, controlando el tiempo y su motivo de cambio,
controlando sociedades a partir del
recurso tiempo, demorando o precipitando (gestionando) revueltas ilusorias
generalmente. Se trata de concebir la ciudadanía en la conciencia, como
energética ficticia pero práctica, vida que sustenta el comportamiento público marcando así una atmósfera cultural
política, no solamente colectiva o local sino íntima.
También
se trata de una narrativa institucional recurrente, fragmentada y a la vez
segmentada, esto es que guarda relaciones irónicas y paradójicas, fuera de
sentido o tiempo común, pero que vincula centro y periferia.
Pero
este mundo de la institución como juego constitutivo inverso, gramatical y de
sentido extensivo (contemporáneo, vigente), virtualidad inmanente en las formas
y disposiciones de un tejido regulado de sustituciones y diferencias, es señal de
sentido que marca distinciones de
privilegio: “hombres alfabetos,
mayores y no sirvientes” “gente de buena reputación” “públicamente
honestas” (Barragán, 2000: 13. Énfasis mío); por ejemplo como entre formas
de ciudadanía y entre ciudadanía y no-ciudadanía –bolivianos en general, los
otros que exceden tal virtualidad de privilegio y que ya ni se los ve,
equivale a la razón de privilegio de donde no correspondían ser plenamente ciudadanos –hombres-;
pero también el juego estableció distinciones
de reputación o virtud entre mujeres, para quienes especialmente así como
para los indios las penalizaciones fueron diferenciadas unas y/o abstraídas: “por ofensas sexuales se reducían entonces a
la mitad cuando eran cometidas contra mujeres de mala reputación” (Id.);
también distinciones de procedencia o
conservación, con hijos ilegítimos,
naturales o legítimos como
institucionalidad extensiva en el matrimonio y, por lo tanto jerarquía
–dominio- intra-familiar, prolongándose así el “Estado” en la Patria Potestad
sobre “hijos y servidores” (Id.).
Un
juego genealógico de frontera institucional trabaja, opera y recurre (remite)
al régimen de virtualidad metafísica moderna (presencia/ausencia), donde la
suplementariedad céntrica se alimenta y complementa en los límites del ente con
una economía institucional excedentaria y crítica: los otros esta vez –el ente
masa, masivo- como algo sin forma a condición del despojamiento del cuerpo; en
este límite y ámbito preciso que también es el límite representativo lógico,
desorbitamos la circularidad del poder real, que no es más que la inercia
virtual que solamente desea y asedia la voluntad ciega que lo crea (cree)
y reproduce virtualmente hasta la contra-forma del trabajo[5]
donde acaba luego (aparentemente) como deuda y capital. Aquí, fuerza ética es expresión de sujeción
transversal y de estrechamiento de lazos productivos vivenciales: la mejor figura de análisis que, como tal
concentra la expresión de esa energía vital escamoteada (virtual pero excedentaria –crítica-), procede del don de nombre en su operación aparente
(de donar, dar la apariencia que sea) en un régimen metafísico de amistad y
frontera (guerra), pero más-allá de esa figura misma también, como ruptura y
tiempo sin retorno.
Señalemos
al juego que funda positividades y excedencias, en un régimen de temporización ahora colonial imperial
republicana, por ejemplo: lo hace a objeto de relacionamiento de guerra con
poblaciones indias oprimidas (los otros de la constitución republicana, bolivianos semi-ciudadanos o mejor
ciudadanos sin privilegios), hombres pero no mujeres: en esta tónica de economía
del sentido como base de consciencia para descifrar una razón pública de
hoy cualquiera[6].
La constitución republicana primero jurídicamente suspende, abstrae toda
visibilidad pública dado que en el contraste público los pueblos y naciones
indias vienen ya precedidos éticamente como cuerpo colectivo naturalizado
donde sus títulos reconocidos
homogéneamente no son más que el texto que patenta, sin embargo, su despojamiento
y lucha –fuerza de trabajo comunitario
al servicio del estado imperial (antes, en la colonia y república luego);
siglos después el estado hereda y otorga derechos individuales y colectivos
específicos, gesto genealógico que incentiva la territorialización, como
excedencias étnico-culturales (rasgos –despojos-) en aras de una soberanía
ciudadana nacional liberal estatal en crisis constitutiva. Por esto, el trabajo
indio según el caso guarda y codifica ese ciclo de crisis, opresión y de lucha
por derechos territoriales integrales: individuales, colectivos,
interculturales, económicos, comunitarios y sociales.
Por
otra parte, la ciudadanía nacional periférica como la boliviana, inmersa en
aquel juego genealógico de procedencias y de memoria pública, permite dar
cuenta de la tecnología productiva virtual del valor como multiplicidad, diversidad y diferencias: aspectos
disposicionales para adherir identidades étnicas a la patria potestad (otredad
superior, dada y natural) cuya economía promete ciudadanía en diferido (difiere en el tiempo –temporiza-)[7]
como forma de circulación legítima (instituida). Opera aquí una falsa
contradicción metafísica vinculada ahora a esta virtualidad de ciudadanía, como
pacto o convenio de valor siempre presente en el tiempo, se da en razón a la
distinción (diferencia), justamente
como promesa por ejemplo jurídica, académica y/o política extendidas
–científicas- replegadas al estatuto de pertenencia y movilidad social y
pública, procedencias y equivalencias del origen del nombre étnico por ejemplo,
don vital -Ser social-, dispositivo
energético de pertinencia racional y pública que produce legitimidad: ésta
soberanía ciega es a la vez, dispositivo objetual de diferenciamiento y
sujeción focal específica, como huéspedes
y también hijxs y aliadxs, luego la
ciudadanía es sucedánea y actual a
través de nombres de la misma guerra en historias simples y comunes.
La emulación del centro en el primer
descentramiento republicano, no varía por ello el carácter virtual con que se
impulsa y dispone como campo de decidibilidad estatal originariamente, como
conquista. Por ejemplo la imagen esencial de la presencia geográfica concreta,
del descentramiento institucional en el territorio, de la desformalización
social-liberal y de su proyección virtual de cuidado (del fuego que vigila,
norma, codifica y que también asedia en su sed de expansión). También de su
desquicio y entrega a esa necesidad fundamental y crematística: vacío
primordial del cuerpo, purifica el lazo que desde sus bordes la consciencia
lanza y libera en el fuego de la casa, del centro y del tiempo que gobierna.
Ahora
bien, ¿hay un campo de expresión preciso respecto a esto que es un déficit de decidibilidad estatal en Bolivia?
Respecto a esa constitución institucional excedentaria a la inmediatez físico-geográfica,
un caso refiere a la identificación que la ciencia social hace, por ejemplo,
como “fragmentariedad territorial” “escasez cartográfica” (Barragán, 2000:
15): imagen de falta territorial, da cuenta correspondiente a la imagen
nacional posible -demográfica y conceptual- sensibilidad siempre incompleta,
perdida (o por ganar siempre) y en crisis, respecto a una época de expansión
virtual, por el contrario, como humanidad
oceánica, céntrica e imperial en términos territoriales y mercantiles. Este
excedente se refiere por eso a una imagen de desencuentro, lejanía, colisión o
extrañamiento y su posibilidad segmentada compleja e inversa de imagen y de
nombre.
“Un rápido análisis de la producción cartográfica nacional nos muestra
inmediatamente un panorama bastante pobre… Los territorios poco
habitados y conocidos debieron existir entonces, para la gran mayoría, lejanos
en la geografía y lejanos en la memoria… Territorios inimaginados,
finalmente, por la ausencia de políticas educativas masivas…” (BARRAGÁN,
2000: 15. Yo subrayo).
Puesto
que se trata de un déficit constitutivo, entonces es preciso observar la
narrativa social contemporánea, que no se libera del gesto nostálgico con que
tonifica el protocolo argumentativo metafísico (reflexivo, jurídico, social),
de incompletud y que a la vez demanda saber del territorio, espacialidad energética que estuvo repetidamente sistematizada y
parodiada (escamoteada) como ilusión –alucinación colectiva, parodia social- y especialmente alentada
como técnica narrativa histórica para la congruencia y afectación pública del sentido nacional: como “la forma en la forma” (Luhmann, 1996: 15)[8]; por
lo tanto, no es precisamente este movimiento, por lo demás posible -o
imposible-, el punto de partida que dirige aquí el texto crítico de liberación respecto a la constitución
institucional pública: re-flexión o reciclamiento estatal; sino el
desciframiento y descomposición de la productividad pública como fuerza ética que acredita un devenir-valor
a la consciencia institucional vigente[9].
En
cuanto a la fragmentariedad territorial -déficit constitutivo en el excedente
estatal nacional-, refiere al asedio de la “gran
mayoría” objeto del despojo, no implica luego solamente una falta, que aparentemente ocasiona
fragmentación, debido a que sin embargo “el
propio Estado tuvo una política diferencial y diversa” (Id., 15) que
deviene no sólo de la indefinición o imprecisión de fronteras, sino porque
justamente la posibilidad y promesa legal ciudadana a la mayoría boliviana como
estado no involucró formalmente -sino tardía y débilmente- lo real sustentado
en la diversidad colectiva y sus contingencias; estigma incognoscible a
la racionalidad liberal e incompatible a la institucionalidad necesaria e
íntima-conservadora: hegemonía general que permite dimensionar la magnitud de
los disensos constitutivos al estado y mucho más como su superación, en el
sentido de extinción del mismo, en
tanto estado de las cosas. La excedencia de la abstracción inversa y
proporcional a las floraciones institucionales, como régimen positivo y
estructural, no solamente abre posibilidades del desborde en los márgenes de la
institucionalidad homogénea y hegemónica, sino que señala a la virtualidad reinante como campo
instrumental del discurso jurisdiccional general
–administrativo-político-social-cultural-, como estado líquido de las cosas que
señala a la metafísica como punto crítico de partida institucional real; como crisis
excedentaria constitutiva a la territorialidad y a las fronteras de la razón
pública moderna.
Una
disposición virtual así, insistimos, se refiere por ejemplo a la imagen
zavaletiana del nudo señorial o de lo
señorial como asunto de aprehensión epistémica, de casta y su correspondencia humana y social compleja y también
diversa –abigarrada- (Zavaleta, 1986). En los dispositivos discursivos, no
solamente es casta la que condensa fuerza en la imagen de virtud y legitimidad
que ocupan las relaciones en resguardo territorial, por ejemplo, en actitud
natural cotidiana (pasiva) que la herencia de su asedio y posesión garantizan
como apariencias, las élites creen no precisar la ocupación de los bordes más
que en lo necesario al flujo de extracción tradicional mínimo de recursos que
ni siquiera (al capital luego) no le alcanza abarcar los enmarañamientos de tal
diversidad mientras lo nacional se estabilice y guarde de la crisis popular
comunitaria –contingencia diversa- y constitutiva (acumulación suspendida,
abstraída) desde la otredad y como contingencia indígena en el caso.
En
la práctica moderna luego, el ente población
(mayorías populares, masas) y el ente ciudadanía
(nacional) mantienen una relación de equivalencias, sustituciones y diferencias
(envíos) con el ente casta: la
abstracción epistémica de la argumentación política y la latencia ontológica
jurídica en el registro positivo contiene
–esto es sujeta y clasifica- los códigos de frontera
conservadora en la mentalidad “nacional/sub-nacional”; por eso la existencia de
los indios, entonces, radica hoy en el espaciamiento crítico de la línea
temporal que promete ciudadanía boliviana
–derechos- pero en tanto forma de sujeción y retardo –en alusión a los
cambios-: pirámide, campo elitario de
fuerzas específico y único que aparentemente no necesariamente se dirige a
completar lo abigarrado, en el sentido de acceder por fin, complementar lo
parcial, remendar la incompletud y la deuda constitutiva del estado-nación
globalizado; sino como coartada o pretexto siempre posible (real).
Entonces,
esta imagen señorial, nudo de
ciudadanía boliviana en tanto campo elitario de fuerzas, aparece como
divisa y paso: contra-seña para la circularidad institucional y el
descentramiento estatal, nos vincula a localidad y tipicidad, a la
clasificación; pero así también, nos muestra las crisis que constituyen estas
virtualidades de frontera, cuando irrumpe la imagen ética previa y general –eticidad crítica-. Más allá a su vez del
ente y de la consciencia inerte –señorial, por ejemplo-, anuda originariamente
en tal estado marcando -y excediendo- su condición
legítima de clasificación, vale decir de clase pero en crisis.
Esta
imagen excedente es también un paso inicial y quizás definitivo a la
imposibilidad de un solo tiempo histórico, imposibilidad epistémica y del
cierre categorial especialmente, apertura impensable del valor temporal como
potencia que va más allá del espejo étnico, del otro singular “originario” y/o
“indígena” dicho en su paso de formalización
real y/o simulada, parodiada a través de los derechos, sino dando cuenta de lo
crítico y excedentario del capital general ahora –valor real y energético-
repensando lo comunitario del nombre, es decir como trabajo- a partir de su realidad literal exedentaria.
Los
conflictos de hegemonía territorial, expresan entonces la crisis implícita del
valor en el régimen de frontera y sus fuerzas emergentes como imagen de ciudadanía, son subsecuentes enclaves
productivos y de consumo, el bien común, seguridad, justicia y libertades,
concentran la razón pública que se erige como ficción colectiva evolutiva (ética). Respecto al estado de naturaleza que culmina con la consciencia (conocimiento público
institucionalizado) garantiza entonces el derecho a la vida, derecho a la
seguridad, derecho a las libertades individuales y derecho a la propiedad:
vetusto y coherente programa liberal que el estado global y local blande –la
modernidad campante-, cuyo movimiento aparente adopta diferentes formas
sistémicas y genealógicas como capital
virtual.
Aterrizando
en eso entonces, es sabido que el sistema de castas provisto por la colonia en
Bolivia, materializa y demarca una territorialidad en pugna en torno al
circuito de la plata y la hacienda, sobre un eje exclusivo “norte-sur” que incuba los conflictos decisivos de una época o edad
republicana: se constituye así un “Ejército
del Sud” que defiende un status conservador y heredero de la
institucionalidad colonial en el Alto Perú, Chuquisaca: “sede de una Audiencia y sede del Arzobispado… carácter de capital que
en ningún lugar de América había sido cuestionado… (y) en los hechos republicanos…
sede de la declaración de independencia, sede de los Congresos, etc…”
(Barragán, Op.Cit: 20). Es pues el reducto
señorial público, una filiación
de poder territorial naturalizado en “la colonia” y que contradice la
percepción que los fundadores de Bolivia (Sucre)[10]
supieron reconocer, cuando intentaron evitar
“acrecentar el poder del fuerte”, en cuanto hegemonía temprana disputada e interpelada –persistente- genealógicamente
hasta el siglo XXI.
“El norte y el sur fueron entonces construcciones tan geográficas como
económicas y sociales. Ambos parecen haberse dibujado como ejes referenciales a
partir del relacionamiento económico con los puertos accesibles del Pacífico:
Cobija al sur, Arica al norte. La referencia al norte y al sur parece originarse
en gran parte en el periodo de la guerra de la Independencia, a partir de los
polos políticos y de lucha de entonces.”. (BARRAGÁN, Op.Cit.: 20).
Sabemos
que el status liberal de las castas en pugna en torno a la minería del estaño,
en el norte, rompe y re-articula el circuito económico, que tiene en los
territorios indígenas motivo de deseo estatal y alianza, pacto de guerra y paz
–ciudadanía-, en los límites
persistentes de desbordamiento de esta constitución territorial, que sobre todo
guarda en su memoria registros de lazos transversales hacia el oeste y este, en
la provisión de bienes a través de estribaciones de Los Andes, en continuidad
colectiva extensa miles de años antes. Así la historia extensa del estado
resulta decisiva en términos de guerra interna transversal y concentrada, marco
de referencia en el estrechamiento de lazos cuando las castas y élites como en
el caso de haciendas ganaderas al este boliviano, enclavadas en las
estribaciones andinas hacia la Amazonía, Oriente y Chaco ven en el liberalismo
del noroeste, una viabilidad política radical (secular) para continuar la
invasión a territorio comunitario de los indios, sin variar o quizás sin
dejar de afianzar el patrón o código feudal-imperial extractivo: antecedente del despojo capitalista complejo, como código intangible por ejemplo, más allá
de los derechos en sí: un ejemplo es la frontera agrícola-ganadera (también
soyera, es decir base de la industria transgénica y del agronegocio después),
pero como enclave, flujo y referencia
lógica crítica (esto es des-formalizada), de producción integrada y
simultánea del Mundo estatal múltiple
(institucional-social-geográfico-aparente)[11].
Es
solamente un caso histórico el de los indios ava-guaraníes que ejemplificamos o
amplificamos la línea previa de investigación: “…política agresiva en contra de los indígenas Chiriguanos…”
confirma también Barragán (Óp. Cit.: 22) por ejemplo, que abona aquí la pugna
hegemónica contra los constitucionalistas católicos misioneros (por el vínculo oceánico
imperial europeo en crisis) y explica el por qué fueron secularizadas las
misiones franciscanas a fines de siglo XIX, a lo largo de la primera mitad del
siglo XX y en la ciudadanía esperada para lxs indígenas de tierras bajas en el
siglo XXI, liberando mano de obra esclava en una línea de despojo genealógico
absorbido sistemáticamente por la institución y luego, irónicamente cuando por
la constitución y la ley participan de la civilidad orgánica para-estatal. Más
atrás, el mismo movimiento excedentario se observa en aquel hecho segmentado de
territorialidad, un ejemplo de lo acrónico (en el sentido deficitario, reciclado) respecto a la secularización estatal, en el caso de los
misioneros en América, por ejemplo y que parece haber acontecido en general
poco antes (s. XIII a XVI) pero en Europa, a fuego lento, en el mar interior
Mediterráneo, como pugna por el lugar –mística pública-: la
conciencia, un mismo espacio o sistema en ciernes, segmentado y energético, vínculo
de territorialidad (crítico –místico-) en la disputa por soberanía imperial
(Braudel, 1953 –1987)[12].
Posiblemente
estas proyecciones de individualidad liberal general combinada de racionalidad
conservadora (independentista) del siglo XIX en América, señalen una fuerza
ética igualitarista de forma irónicamente incompleta y en disputa
(diferenciada). Porque en el norte de América esos vínculos supusieron la definición territorial de Estados
Unidos en guerra civil zanjando el problema esclavista y feudal, integrando
velozmente el agro al sistema del capital, ocurrido más lentamente antes en
Europa (Inglaterra). Luego, los aspectos locales en relación a planteamientos,
códigos y cuerpos legales globales (de monarcas y papas) no dejan de ser
históricamente decisivos en términos nobiliarios, cuando en muchos rincones de
aquellas tempranas repúblicas señoriales y feudales, por ejemplo siervos,
esclavos y amos resisten juntxs decretos, órdenes y resoluciones de sus
fundadores y libertadores[13]
heraldos de la racionalidad iluminista
y renacida europea y que asimismo pertenecen a ese juego de descentramiento y
pugna ética en el mundo.
La
razón pública nacional y moderna, como ente liberal aparente, promete la
igualdad, justicia y libertad, pero nunca la materializa plenamente, poniendo
de manifiesto nuevamente la contradicción principal en el orden de la
presencia, sobre la apariencia falaz del ente que aquí promete igualdad.
Movimiento inverso que refiere la territorialidad del estado cuando
alude la ética como campo de fuerza, esto es valor constitutivo y cohesión
extensiva, una especie de lingua franca
que imagina este nivel escritural de la modernidad, en tanto virtualidad del
capital general y diferenciado, a través del sentido como bien común,
valor general de la palabra
cuya crítica refiere por tanto a la homogeneidad del movimiento -hegemonía
aparente-: acción dada pero
reductible al desciframiento específico y diferenciado (local) de
las consciencias como el lugar de la pugna, más allá ahora, de la mística
pública secular (de su clima de realidad).
Resulta
estratégico entonces, descifrar singularmente (meditar) la institucionalidad
genealógica en sus desplazamientos virtuales de la localidad individual y
micro-lógica, en la operatividad histórica –específica- del despojamiento universal.
Eso puede comenzarse tal vez, observando casos específicos de la
institucionalidad colonial de los Protectores de indios, por ejemplo, que
se convierten luego en Agentes Fiscales, predecesores
de los Defensores y Procuradores de los
Pobres luego, es decir como
estado que cobija prerrogativas de los llamados Pobres de Solemnidad que son quienes fueron despojados pues
clasificaron como indios, es decir por status étnico[14]
fuente y reducto de una fuerza ética en cuanto territorio ilimitado de frontera cuyo flujo genealógico es
diferenciado en sus desplazamientos territoriales e institucionales como
característica de las incursiones europeas desde el siglo XVI hasta el primer y
segundo siglo de la república.
En
el caso evocado respecto a la energética espacial y territorial indígena en
tierras bajas de Bolivia, ava-guaraní al sur-este o “chunchus” al nor-este, dos
ejemplos comparables en circunstancias que señalan primero un déficit
constitutivo, crisis emergente
(radical –hybris-) en cuya violencia
irrumpe el campo civilizatorio constituyendo ciudadanía estratificada,
espacializada y segmentada, características entonces de aquella frontera virtual: “frontera chiriguana” o “frontera de Caupolican”, por parte del estado
colonial en un horizonte de deseo constitutivo imperial -que deviene de más
antes entonces- y se proyecta a sí mismo reenviando nuevamente esa imagen
soberana del ente, soporte metafísico (onto-teo-teleológico),
sobre el hilo conductor de la ciencia social y los derechos cuando nombramos o
referimos así en términos científicos a través del nombre “chiriguanos”
o “chunchus” frontera del nombre dado como muro
y perfil de clasificación, imposición y opresión, esto es como tecnología
de guerra[15].
Lo
que nos dejan los Protectores de Indios, fue la única posibilidad jurídica de
reconocimiento e interlocución formal en extensiones grandes,
prácticamente todo el territorio previo
a Europa, eje transversal que son aquellos confines al oeste-sur, nor-este y
sur- este. Es decir, tres transiciones andinas al Pacífico, Amazonía y Chaco,
donde se dibujan por ello hasta hoy, genealogías de fronteras étnicas precisas
y múltiples. Un ejemplo es la institucionalidad misional de la corona
(jesuitas, dominicos, franciscanos) que coherente a las reformas
metropolitanas, resulta asediada y secularizada en la república (hasta el siglo
XX), lo que para las élites locales (castas liberales ganaderas y esclavistas),
según se dijo, implica liberación de fuerza de trabajo cautiva en la modernidad
individualizada, ciencia doméstica (Clavero:
1994, 10) que produce (construye) la ciudadanía
indígena en crisis hacia mediados y finales del siglo XX con sus réplicas
–avances- y paradojas a principios del siglo XXI.
Es
clave relacionar aquí la fuerza ética de raigambre virtual y metafísica, como
factor ontológico crítico de la fuerza de trabajo en general, como valor
y coartada a la vez, local y
territorial, los derechos integrales, por ejemplo, el cuerpo (el trabajo, la
ciudadanía) como territorio comunitario, para la significancia del
agotamiento republicano y la posible irrupción postnacional del estado
boliviano, contra el capital general.
Mientras,
esa constitutividad del estado a discreción de lo local, manifiesta lo múltiple
de la cuestión de fondo respecto al proceso de acumulación energética del
capital, en todas las fronteras posibles que la civilización occidental
determina y adecua, es la fuerza ética
(mística pública, por ejemplo), como universalidad institucional metafísica que
por tanto se cierne en valor acumulado, figura
móvil y segmentada que opera y produce, previamente y desde la conquista a
la colonia misional, vecinal y secularizada, luego familiar extendida, común, constituyendo así rastros de positividad
jurídica de los derechos, en el rodeo
sobre-estructural de la ley, no cesa el fuego
hasta los días de legitimación (reciclamiento) y/o descomposición del estado
constitutivamente excedentario y crítico.
“Adviértase el rodeo,
pues resulta como digo lo esencial. Mediaba siempre la familia. De entrada, no
había reconocimiento de facultad y capacidad, de derecho en suma, para nadie,
para ningún sujeto. De salida, conforme a la religión propia de la familia
económica y al ordenamiento propio de la sociedad política, los sujetos podrán
verse reconocer derechos; bajo dichas dependencias, con tales determinaciones,
podrán tener facultades y capacidades de disposición propia, derechos así y
sólo así subjetivos.”. (CLAVERO, 1994: 11-12)
Partición
y participación de fuego sería en Bolivia (América y el Mundo) el cuidado de la
ciudadanía entonces, imagen crítica que constituye status sexual y de casta –étnico y de clase- ya que esos campos
de fuerza elitarios (lo
señorial-nacional) conforman y
clasifican, esto es en tanto entes
representativos de mediación transversal y para-estatal cuya forma
“acabada” es decir evolutiva (científica) sería la expresión segmentada, más
allá de su propia estructura visible y compleja en cuanto huella de clase en general o como valor
globalizado en la contradicción fundamental estatal feudal-imperial, amo
y esclavo precisamente, espacialidad por tanto jerárquica respecto a una
realidad que conjuga en el imaginario público y en las movilidades sociales un juego de dualismo dicotómico y
burocrático (dialéctico), de lo activo en relación a lo pasivo por ejemplo en
el espaciamiento y figura de tiempo (temporización), que remarca y permite,
como cultura, expresión metafísica de la casta
respecto a la nación ideal, del partido para con las masas también y de las
vanguardias políticas y religiosas en relación a sus cuadros y feligreses,
respectivamente, luego relacionado a tal huella de institucionalidad ciudadana,
la disposición de “derecho subjetivo” (Clavero, 1994: 12) del indio indígena originario campesino en el caso
que, en sus formas posibles de despojamiento y coartada, continúa hoy en
singular frontera y lucha de territorialidad comunitaria intercultural, pugna
re-constitutiva a su vez y contra-civilizatoria entonces, más allá inclusive del reconocimiento
constitucional vigente y posible gracias a su reconstitución territorial
colectiva, pero entonces, más allá de su clasificación como tal, es decir de su
condición estructural o en sí
soberana estatal sino extendida a la productividad real -de ciudadanía en
general-.
En
cuanto a la temporización, lo territorial comunitario, siendo trabajo
el motivo de deseo estatal
constitutivo en la institucionalidad republicana y plural, descifra la
virtualidad en tanto límite persistente de frontera e hilo conductor de las
luchas, pues observamos vínculos de contemporaneidad
feudal-imperial (a pesar de las distancias históricas evolutivamente
figuradas en nuestro patrón lineal de tiempo), segmentando el discurso a partir
de una percepción ética aparente, inversa y falaz en general, esta forma
fetiche de continuidad genealógica estatal –de clasificación y valoración del nombre- asocia entonces
al nombre étnico preciso como objeto universal metafísico religioso,
científico académico y público institucional: por eso, todavía las ciencias
sociales de hoy refieren –insistiendo- como “chiriguano” respecto al ava-guaraní andino chaqueño, como ejemplo y
dispositivo de guerra constitutiva e interminable (opresión desde el nombre),
caso imperceptible y singular de guerra originada por la corona
feudal-colonial-nacional (información abundante en la documentación sobre esa
conquista), que consiste (y persiste) en el poder como formas en la forma, es decir
no solamente ya (en contra) como en el caso específico de estos guerreros
famosos por su ritualidad tupi-guaraní contra el estado, sino común y
circulante, desnuda ante la ciudadanía en general y por ello segmentaria: en la
cadena significante del nombre del hombre que no aparece, sino elípticamente,
cuando se le determina y sujeta.
Lo
importante aquí es el dispositivo de temporización
persistente en el nombre como vía de guerra y frontera, esto es como vía de
universalismo estatal en implacable ascenso, dada previamente como tiempo del rey (imperio-mundo), es un
axioma, una autoridad y una obediencia, un orden y un itinerario en la palabra y
lenguaje. El nombre se propone aquí inerte, segmentado y diferencial, en
relación a códigos de reproducción territorial que a su vez llegan
des-territorializando adversarios diferentes –cruzadas-: eso hace el
código ganadero respecto al mundo indígena siguiendo el caso y eso tiende a una
auto-memoria (persistencia luego) del estado nación con los pueblos en general-,
en tanto gestión civilizatoria de ciudadanía: razón pública evolutiva
cuya consigna de progreso o desarrollo (réplica) persiste ciega pero esclarecida, frente a estas señales de contra-historia.
Este re-añadir de trámites de ciudadanía, bordea
un tiempo dedicado al cumplimiento programado como agenda oceánica de la nación
boliviana en el Mundo. Imagen líquida viene con memorias de las misiones, los
fortines y las reducciones; los poblados, fábricas, escuelas, comunidades y
familias, que en el lapso específico que nos toma, encarna el lenguaje público
cotidiano y finalmente la consciencia pública –id-entidad-. Es un referente de
esto el que durante el siglo XIX, la ciudadanía sea materia de gestión de un Ministerio
de Estado “Relaciones Exteriores” a través de la sección específica llamada
“Tierras y Colonias” declarando: “…
colonizables todas las tierras baldías de los departamentos de Chuquisaca,
Santa Cruz, Beni, Tarija, La Paz y Cochabamba (Art. 2 de la Ley del 13 de
noviembre de 1886).”. (Barragán, Op.Cit.: 23. Yo subrayo), hasta que a
fines del siglo XIX, las misiones son administradas por un Ministerio de
Colonización. Es parte de un posible itinerario de universalidad estatal, los
desplazamientos de la institucionalidad republicana respecto a la soberanía
estatal, insuflada por recursos matrices (tierra y minas) se desplaza a todo
ese territorio orbital –funda y a la vez recicla la única razón pública
disponible-, territorialidad sistemática, persistente y cada vez más violenta
–sutil-, que favorece a “mestizos” y “blancos” emigrantes dueños tanto de la
hacienda ganadera latifundista como de la explotación minera ultra-oceánica,
pues a un año de habitar territorio de colonias eso (su conquista) garantizaba
a los extranjeros ser ya considerados como bolivianos, ampliando las fronteras
virtuales, una ajenidad calculada por lo tanto que cultiva esa
institucionalidad que despoja valor a lo máximo[16], pauta
civilizatoria pública prometida para la ciudadanía boliviana, como hilo
genealógico crítico y enlazado en la terra-tenencia señorial ganadera,
tributario del complejo extractivista del valor: vínculo de territorialidad con
el capitalismo imperial de turno que marcará un modo de productividad general
local y global: hueso hegemónico como temporización que se aplicaría luego a
todo recurso y decurso nacional y republicano posible, por la forma lógica y
racional que sea, con el nombre que sea,
la inversión del sentido es anterior y deviene ahora como posibilidad de su
propio límite, de su propia crematística y de su extinción (ruptura) no sólo
como nación (india, judía, etcétera), sino como su forma en la forma –la
mediación pública, esto es la conciencia-, como estado aparente (real) de las cosas.
Como forma que persiste anacrónicamente y se expresa de varias formas en
Bolivia, lo expresan aquellos grupos de jóvenes cuyo imaginario es utilizado,
usado y explotado con fines políticos: cruzadas
“hispanistas” formadas por agentes fascistas y que comenzaron a actuar
explícitamente contra expresiones artístico-políticas progresistas y feministas,
grupos que operan vinculados a intereses hemisféricos ultra-derechistas, editando
y manipulando así narrativas contra-democráticas desde un conservadurismo
católico retro-colonial-republicano tóxico y delirante.
Como conclusión de coyuntura, este domingo diez y ocho de octubre de dos
mil veinte, decidiremos lxs bolivianxs contra la descalificación, contra la
rapiña, expresión que sólo vigila intereses estrictamente egoístas, con inútil
beneficio real energético, ni siquiera propio y menos colectivo comunitario.
Pero concluyamos que es la clasificación en general y como tal (nombrar,
determinar, calificar), el simple ejemplo de una forma deficitaria y en crisis
de razón común, imagen del des-valor (descomposición pública) en cuanto
condición de “ser” algo social totalmente amorfo y ficticio, antojadizo a
particulares deseos, a costa de la vida.
También observamos que, sea la figura que sea (regional, local, íntima o
global), la totalidad traspasa por igual al nombre que señala en la conciencia
como institución deficitaria y en crisis. En todo caso, se trata de la moneda
común, imagen que damos a las cosas en
términos de modo de pensar y actuar, términos que según su texto crítico,
merecen su des-composición analítica y práctica.
Si esto pareciese alejado, es un hecho segmentario porque precisamente
refiere a toda decisión y entonces al voto; más allá de la promesa y del
instante de realización representativa que se agota en el acontecimiento masivo
mismo, hay que identificar el hilo de desciframiento como estado líquido, el
hilo crítico que permite mostrar algo más, excedentario y cotidiano, vivencial
y siempre posible de transformar.
En este sentido, decisión y voto son constitutivamente críticos sobre todo
porque siempre pugnan y definen las fuerzas, califican significando algo (se
lucen y/o deprecian); pero también hay que pensar que transforman una realidad
concreta desmitificando el filtro representativo estandarte de ciudadanía.
No simplemente la suma como totalidad numeral que proyecta la masa amorfa
que se guía por fijaciones de poder, eticidades inertes que se reproducen en
frontera, contra el enemigo inventado (producido), que ciegamente aglutina al
dato de pertenencia fraternal y corporativa que, ahora sabemos, queda en agenda
urgente, siempre inacabada, para interpelar y descifrar.
Dado que la diversidad son fuerzas que habitan como disponibilidad social,
cuya dinámica de acumulación, deuda y anulación, es preciso conocer, más allá
de los agentes meramente institucionales (de su narrativa y oferta), con el
voto, como una forma más de decidir nuestra democracia diversa por parte de la
sociedad política y de sus nuevos actores, se confirmarán las transformaciones
y se viabilizarán las críticas antes de sucumbir a la soberanía ciega y
hegemónica que persiste a mantener una institucionalidad democrática conservadora
moderna en crisis.
Octubre,
2020.
Fuentes
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Metodologías de la Investigación Social. CIDES-UMSA. La Paz. Bolivia. 2020. Pp.
185.
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259. 1585. Carta de Id. A Id., impartiéndole los malos sucesos de guerra contra
los Chiriguanos.
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392.
[1] GUATTARI, Felix. Cartografías
Esquizofrénicas. Bordes Manantial.
Ediciones Galilée. 1989. Pp. 299. “La
finitud, el acabamiento, la singularización existencial de la persona en su
relación consigo misma, tanto como la circunscripción de su dominio de
alteridad, no son evidentes, no se dan ni de hecho ni de derecho, sino que
provienen de procesos complejos de producción de subjetividad. Y la creación
artística, en condiciones históricas bien particulares, representó una
excrecencia y una exacerbación extraordinaria de esta producción…”. (p.
231)
[2] DERRIDA, Jacques. Márgenes de la filosofía. “Firma,
acontecimiento, contexto”. (Págs. 347-372). Les Edition Minuit. 1972.
Ediciones Cátedra, S.A. 1994. Madrid. Pp. 372. “4. Austin ha debido
sustraer el análisis del performativo a la autoridad del valor de verdad, a la
oposición verdadero/falso, al menos bajo su forma clásica y sustituirlo por el
valor de fuerza, de diferencia de fuerza (illocutionary
o perlocutionary force). (Esto es lo que, en este
pensamiento que es nada menos que nietzscheano, me parece señalar hacia
Nietzsche; éste se ha reconocido a menudo una cierta afinidad con una vena del
pensamiento inglés).”. (p. 363)
[3] BARRAGÁN, Rossana. “Las fronteras
del dominio estatal: espíritu legal y territorialidad en Bolivia, 1825-1880”. (Págs. 7-40). UMBRALES.
Revista de Postgrado en ciencias del Desarrollo. CIDES-UMSA. N° 7. Estado y Ciudadanía. La Paz, julio.
2000. Pp. 254.
[4] BARRAGÁN, Rossana. Op. Cit. “… La Patria Potestad constituía entonces un
principio articulador de la esfera pública y privada, de las diferencias
jerárquicas y de género, generacionales y étnicas, acompañadas además por el
ejercicio legalizado de la violencia…” (p. 13)
[5] JAPPE, Anselm. “Trabajo abstracto
o trabajo inmaterial”. https://marxismocritico.com/2016/10/03/trabajo-abstracto-o-trabajo-inmaterial/ Octubre. 2016. Pp. S/n. “… El déficit de acumulación real
se compensa con su simulación, es decir con una explosión de crédito de dimensiones
astronómicas, y el crédito no es otra cosa que un consumo anticipado de un
ingreso futuro que podría no producirse nunca.”. (s/n)
[6] DERRIDA, Jacques. Política de la
amistad. Óp. Cit.
[7] DERRIDA,
Jacques. Dar (el) Tiempo. 1. La moneda
falsa. Op. Cit. “… ¿Qué es la
economía? Entre sus predicados o sus valores semánticos irreductibles, sin
duda, la economía comporta los valores de ley (nomos) y de casa (oikos es la
casa, la propiedad, la familia, el hogar, el fuego de dentro). Nomos no
significa sólo la ley en general, sino también la ley de distribución (nemein),
la ley de la partición, la ley como partición (moira), la parte dada o
asignada, la participación. Otro tipo de tautología implica ya a lo económico
en nómico como tal. En cuanto hay ley, hay partición: en cuanto hay nomia, hay
economía. Además de los valores de ley y de casa, de distribución y de
partición, la economía implica la idea de intercambio, de circulación, de
retorno. La figura del círculo está evidentemente en el centro, si es que todavía
se puede decir eso de un círculo. Se encuentra en el centro de toda la problemática de la oikonomia, así
como en el de todo el campo económico: intercambio circular, circulación de los
bienes, de los productos, de los signos monetarios o de las mercancías,
amortización de los gastos, ganancias, sustitución de los valores de uso y de
los valores de cambio…”. (p. 16)
[8] LUHMANN,
Nicklas. Introducción a la teoría de
sistemas. Universidad Iberoamericana. México.
1996. Pp. 271. “…
si es acertado el que la contingencia es el modo de ser de la sociedad moderna
–por tanto aquello que no es posible cambiar cuando en el mundo de la
observación de segundo orden debe ser comunicado-, entonces la tarea de la
teoría sociológica podría consistir en realizar esta forma de la realidad,
por consiguiente volver a copiarla forma en la forma, Su idea de verdad
ya no consistirá entonces en la concordancia de sus afirmaciones con su objeto
(lo que ha sido ya probado y puede ser todavía probado), sino en una especie de
congruencia de las formas; o dicho de otra manera: en un re-entry de la forma en la forma. O se pudiera decir también en
analogía a las formas del arte, que la sociología lo que hace es realizar una
parodia de la sociedad en la sociedad.”. (p.
15. Yo subrayo).
[9] JAPPE, Anselm. Id. “… existe una forma fetichista, la del valor, que es previa a estas cuestiones de distribución del valor ya presupuesto. El trabajo inmaterial se basa en la indiferencia de la forma hacia el contenido, como cualquier trabajo en el capitalismo. Pero la cuestión principal es sobre todo qué se produce y según qué criterios, no sólo quién obtiene el mayor beneficio de ello.”. (s/n)
[10] BARRAGÁN, OP. Cit. “En 1839, Velasco recordó en su mensaje al Congreso que el ‘Ejército
del Sud’ y ‘los cuerpos del Norte’ reconquistaron la idependencia (Redactor,
1839-1921:8-9). En este mismo sentido, el representante Calvimontes recordó que
las fuerzas españolas, bajo la denominación del Ejército del Sud, ocupaban lo
que se llamaba el Alto Perú (Redactor, 1843-1926. Vol. II: 337).” (Nota al pié. P. 20)
[11] McKAY, Ben M. Extractivismo
agrario. Dinámicas de poder, acumulación y exclusión en Bolivia. Fundación Tierra. Bolivia. La Paz. 2018. Pp. 268. “Las nuevas formas y mecanismos de
penetración del capital en el agro requieren ir más allá de un marco analítico
basado en los derechos de propiedad o propiedad formal de la tierra hacia uno
relacionado con el ‘control del acaparamiento’…’relacional y político’; implica
relaciones de poder político y puede manifestarse de diversas maneras que no
siempre resultan en desposesión de la tierra’ (Borras, Franco, Gómez, Kay y
Spoor, 2012, p. 850). El marco analítico que guía este estudio, denominado políticas
de control, se basa en este
concepto y sintetiza otras tres contribuciones teóricas: 1) La ‘teoría del
acceso’ de Ribot y Peluso (2003) y las nuevas formas y mecanismos de control
que emergieron con el desarrollo (agro) extractivo; 2) Los trabajos de O’Connor
(1973), Poulantzas (1978) y Jossop (2008) sobre la naturaleza y el papel del
Estado capitalista; y 3) Los trabajos de Fox (1993) y Borras (2007) sobre las
relaciones Estado-sociedad. La utilidad analítica de las políticas de control es doble. En primer lugar, permite entender
las nuevas formas y mecanismos de control de recursos y apropiación de valor (o
extracción) en sectores (agro) extractivos a través del análisis del acceso a
la tierra, en lugar de la propiedad o los derechos concesionales. Estas nuevas
dinámicas incluyen varias formas de despojo y desplazamiento… que no requieren
necesariamente la separación física de los agricultores de su tierra…” (p.
11-12).
[12] BRAUDEL,
Fernand. Op.Cit. “... todo imperio supone una
mística, y en la Europa occidental no hay imperio posible sin esa mística
prestigiosa de la cruzada, de su política que flota entre el cielo y la tierra.
Pronto habrá de demostrarlo el ejemplo de Carlos V.”. (p. 12. t.II )
[13] BARRAGÁN, OP. Cit. “… los decretos
liberales tanto de Bolívar como de Sucre que pretendían introducir la propiedad
individual decretando la abolición de la comunidad como instancia colectiva y
abolir el tributo de los indígenas… Estas tentativas fracasaron en la nueva
República tanto por la oposición de los sectores dominantes como por la
reacción indígena que temía que sin el pago del tributo el frágil pero
consolidado pacto de protección a sus tierras fuera alterado (Lofstrom,
1983)…” (p. 14. Yo subrayo)
[14] BARRAGÁN, OP. Cit. “Es decir personas que
no podían tener una renta o producto mínimo de 200 pesos anuales (Arts. 751,
Código de Procederes Santa Cruz, 1852). Los indígenas fueron explícitamente
incluidos en la categoría de Pobres de Solemnidad en 1835. En: (Bonifaz, 1953:
51). De ahí también que –tan temprano como 1826- se dispuso que ‘Los bolivianos
antes llamados indios’ usarán en los juicios un papel especial). Ley de 14 de
Diciembre de 1826, en: Bonifaz, 1953: 16).”. (Nota
al pié. P. 14).
[15] S.G.H. Relación Histórica de las Misiones Franciscanas de Apolobamba por otro nombre Frontera de Caupolican. EdiciónOficial. La Paz. 1903. Casa de la Moneda. BAH BN 022. Pp. 365.
Cach. 259. 1585. Carta de Id. A Id., impartiéndole los malos sucesos de guerra contra los Chiriguanos. 2-f- Fuente Primaria.
[16] ZAVALETA, René.
La autodeterminación de las masas.
TAPIA, Luis. (Antología y presentación).
La formación de las clases nacionales. Texto extraído de La formación de la
conciencia nacional, Montevideo, Marcha, 1967. CLACSO. Siglo XX Editores.
Buenos Aires. 2015. Pp. 392. “…la oligarquía boliviana fue siempre ajena en todo a la carne y el
hueso de las referencias culturales de la nación…” (p. 47).
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