lunes, 5 de marzo de 2018

Carlos Eduardo Brañez C.

Un gran reto, sino el más crucial entre muchos, para descifrar, comprender y construir nuestro horizonte público emergente, lo cataliza ese espectro recurrente en el estado antes inclusive de la república y la colonia: el fenómeno comunitario. Visto desde un ángulo estrictamente progresivo y global, diríamos que tal espectro comienza a materializarse públicamente cuando por vez, quien sabe definitiva, el estado ilumina, expande y hace positivo lo que por racionalidad común antes fue delimitado, invisible, negado y escamoteado. De ahí que nuestro proceso público tiene validez histórica planetaria.

Pero el valor constitutivo que asimismo promete y engendra, desde otro ángulo más bien fenomenológico de tal racionalidad pública emergente que, por fin ilumina y busca hacer positiva la otredad diversa y diferente, no es novedad para el expansionismo estatal; al contrario de concluir, sintetizar o redondear las aristas que siempre escaparon al imaginario de un solo estado nacional, se amplían y complejizan los procesos. Y así, ya no podemos referirnos a solo un proceso público cuando justamente ese fenómeno de espectro resulta en deuda diferida, hacia y por todos –los otros y nosotros- y entonces debemos comenzar interpelando a la noción única de “proceso de cambio” por ejemplo, como si, como siempre, estaríamos hablando de un solo proceso público, donde estado está aquí y sociedad allá. Ya no.

Esa deuda y nuestro deber de ir comprendiendo en curso mientras se va construyendo de manera múltiple y simultánea la diversidad de acontecimientos de transformación, descentra y descompone nuestros hábitos institucionales desde el propio acto de pensar nuestras realidades y descompone el acto de pensar mismo –nuestra propia soberanía de conciencia única, soberana y lineal-, siendo que nuestra acción precisa distanciarse, no interferir o intervenir, sino facilitar y dejar estarse construyendo muchos procesos en diversos ámbitos estrictamente locales e individual-colectivos - personales, nacionales, familiares, culturales, geográficos, político administrativos- que es donde se define y se decide, ya sea el reciclamiento o la descomposición republicana.

Tampoco es posible ya, ejercer mandato público desde un solo centro orgánico del poder estatal, porque en esa des-formalización estatal los titulares del poder ya no son los mismos, mientras unos se van des-territorializando otros se vienen territorializando. Nuestros vínculos de territorialidad se han ampliado y también se han diversificado. Un indicador de cambio sería entonces, cuando el ente estatal insólitamente calle, no imponga su idioma positivo y la luz estatal que ya ilumina hacia su frontera y su margen, no provenga de una reflexión habitual que conduce a fauces de lo mismo –donde simplemente el estado es el estado: esto es, naturalizando la condición de posibilidad fágica del estado-; sino que permita emerger lo Otro radical, donde históricamente y por el contrario, lo comunitario se come al estado (entra y sale del estado), acalla la conciencia unívoca-patriarcal y paradójicamente anula el propio círculo del simple intercambio que siempre culmina reordenando orígenes y roles. Usa al estado a servicio de sus propias contradicciones y pugnas, porque lo comunitario es un entrelazamiento que fue antes del estado y es más allá de él.

Pensar lo comunitario anula la posibilidad misma de un simple relevo de poder. Pensar así, en que habría alguna institucionalidad política mejor o más efectiva que la otra, sería justamente ceder a la tentación ilustrativa que nos lleva a modelizar una sola historia y a dicotomizar nuestras realidades emergentes (occidente versus oriente / Andes versus Amazonía / aymaras versus moxeños, etcétera) y medir –reducir- con la misma vara de siempre la potencialidad múltiple y diferente de descomposición del estado nación: prácticamente sería entrar al viejo círculo donde la morada persiste y la espacialidad se mantiene, en estado miserable de conciencia pues, caeríamos en un simple evolucionismo público, devorados en, por y desde el estado, creyendo y haciendo creer lo contrario.

Para pensar un fortalecimiento democrático intenso, esto es intercultural y comunitario, mejor no habría autores ni saberes hegemónicos suficientes y soberanos, porque no habría una receta que diga esto es o esto no es democracia comunitaria, por ejemplo, interpelando así toda verdad dada o toda esencia de origen (religioso, étnico o racial), en el marco programático que configuran constituyentes primero, legisladores-as luego y deliberantes estatuyentes en pleno núcleo de la descomposición republicana y la emergencia territorial comunitaria luego, que suponen múltiples procesos vigentes y
venideros de autonomía indígena originario campesina, en cuanto ejemplo concreto donde nuestras diversas naciones y pueblos –en campos y ciudades ejercen actualmente derechos políticos constitucionales, de manera simultánea, diferente, múltiple y equivalente (CPE: 2009, Art. 12).

Si hubiera algo común, entonces, relacionado a democracia comunitaria, es la diferencia, siendo su misma condición, así, una aporía, pero referida al estado vulgar, esto es en relación al estado como tal y al estado siendo estado no más: es decir en función al estado nación. El magma comunitario que ha mantenido en zozobra desde antes a la invasión, a la colonia y a la república, cobra magnitud constitucional hoy y, a cuenta de haber definido la cotidianidad del poder desde su invisibilidad y su margen –desde la arena-, es posible que veamos manifestar solamente retazos positivos de su fuerza real que no habita en la luz pública.

Por eso hablamos de un fortalecimiento democrático intenso que necesariamente se distancia, se calla y deja al texto emerger como tal, para escuchar más que ver y hablar, la magnitud de la diferencia que la ley solamente balbucea como normas y procedimientos propios. En este sentido, la democracia comunitaria no será nunca atrapable como objeto institucional y de gobierno, a merced de ciencia o discurso, pues su mediación interpela constitutivamente al medio de poder tradicional –sea este partido, sindicato, academia o cualquier agencia pública y comunicacional- y paradójicamente para valer aquello, hay un nuevo órgano de poder que garantiza porque no se interfiera o intervenga en las emergencias diversas de la democracia comunitaria (Ley 026: 2010, Art. 93).

Este aspecto manifiesta quizás la particularidad más importante de la democracia comunitaria, que no puede ser botín político de ningún ente o agencia política posible. Tampoco puede ser particularidad exclusiva de una sola nación o pueblo indígena originario campesino, por lo cual la democracia comunitaria solamente puede ser posible como forma radical de interculturalidad, de plurinacionalidad y de allí que su acenso resultará en indicador de descomposición del estado republicano y de legitimidad del Estado Plurinacional emergente. Si hubiera originariedad alguna posible en la democracia comunitaria, esta resulta difusa y paradójica y allí radica justamente su riqueza, pues su potencialidad múltiple de entrelazamiento, diversidad y diferencia, interpela constitutivamente, al estado moderno que ha buscado siempre y con violencia iluminar, dicotomizando, uniformizando y/o aplanando las diferencias.

Otra característica del texto de la democracia comunitaria, es precisamente el cuerpo, el territorio como espacialidad energética y ritual de la decisión: el lugar irreductible de la lucha milenaria por lo rotativo, por lo alterno, lo diverso, lo colectivo y lo múltiple. Y esta característica constituye su régimen económico y conceptual abierto donde todo vive, diferente y semejante a la vez, entre humanos y estrellas, piedras, cerros, ríos, etcétera. Simplemente vivimos como frecuencias distintas de realidad, a través de entrelazamientos como tejidos, colores, fuerzas, símbolos, climas, ritos, cultivos, solamente particulares a la espacialidad siempre en movimiento y cambio. Si algo marca a esta espacialidad es que su energética anula el tiempo vulgar y lineal o por lo menos su temporalidad es distinta al patrón griego y romano occidental del cual se amamanta la civilización moderna: el pasado viene de adelante, por mencionar un solo ejemplo y entonces la interpelación a la modernidad, resultará en interpelación fuerte y decisiva a la civilización vigente: donde el hombre depreda al hombre y a la vida.

La lucha por tierra y territorio de pueblos y naciones indígenas originarias campesinas es justamente lucha por economía y democracia comunitaria y entonces por un hombre y mujer nuevos-as, siendo constitucionalizadas ambas no limita su valor paradójico en márgenes y fronteras estatales, pues tierra y territorio son pre-estatales y dialogan más allá del estado vulgar, esto es del estado siendo estado no más.

* Publicado inicialmente en 2012 en Revista "Democracia Intercultural". SIFDE-TSE-OEP

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